El pregonero del corazón

José Luis Masegosa
07:00 • 15 jul. 2019

A esa flexible hora del tránsito crepuscular, cuando los cuerpos se adentran en una suerte de recuperación de la jornada y las almas levitan sobre los corazones  henchidos de añoranzas y querencias, los murmullos enmudecen en la plaza del pueblo. Una bóveda artificial de luces y colores entolda la noche gallardera entre las ráfagas olfativas de pinchitos, lomos y viandas que efluyen de las planchas de los chiringuitos del lugar, donde la expectación se acrecienta por segundos y adonde resuenan agudos los ecos de las cercanas atracciones de feria. Cierta calma sonora deja percibir las palabras de presentación del primer edil del municipio, Francisco Reyes, quien se estrena en estos menesteres. Su voz desgrana gallardía, reconocimiento y elogios hacia el supuesto protagonista de la noche –quien con nobleza cederá después tan honrosa condición a todo su pueblo-. 


Los Gallardos. 12 de julio de 2019. Las fiestas en honor a la Virgen del Carmen convocan a vecinos, propios y allegados que se aprestan para asistir al chupinazo del comienzo de la feria, pero antes procede templar el ánimo, poner oído avizor y viajar con la memoria paquidérmica y el verbo fluido del pregonero de pregones, el convecino querido y empatizado con el paisanaje, el hijo de Dolores la de la tienda y de Andrés el cartero, el periodista curtido y avezado: Antonio Torres Flores, “Chacho Torres” para el común de sus conocidos. Protocolo obliga, tras el saludo de rigor y agradecimiento a todos todos, una esquelética introducción y el recuerdo afectuoso, el homenaje nunca concluso, al poeta amigo, al hombre de bien, al mejor escritor de la sencillez y del humanismo, Julio Alfredo Egea, con una cita al bies del escenario festivo: “¡La Feria¡.Palabra que espolea nuestra sangre niña, haciéndola surtidor de gozo, farolillo ligero, aire de columpio”. La palabra cabalga ligera en la noche gallardera porque “los motivos para sentirse orgulloso de formar parte de Los Gallardos son infinitos”, sentencia el pregonero, quien, sin aludir expresamente, atiende a la desaparecida María Dolores Pradera: “uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas”. Por la mente vuela otra machadiana cita muda : “Mi infancia son  recuerdos de un patio de la calle Mayor y un huerto claro, donde a la sombra de un limonero me cobijaba el amor de mi padre, Andrés, y mi madre, Dolores..”. No hay tregua en el canto a la cuna natal: “Llevo a gala por todos los ámbitos el ser gallardero.


Eso nadie me lo quita, como saben bien quienes me conocen, sobre todo los compañeros de Canal Sur, que saben que siempre hay que parar en Los Gallardos..”  Y no son pocos los que quisieron estar en la noche pregonera junto al anunciador, quien dio a conocer a los asistentes los nombres y lugares de su vida. Acaso faltara la noche entera para acoger las numerosas, las miles de menciones calladas para no caer en el tedio y por respeto al tiempo, pese a lo cual no hubo vecino entrañable, incluido el párroco, familiar, amigo o  compañero que no tuviese su alusión cariñosa, su recuerdo emotivo.



Como emotivas fueron las secuencias del calendario personal de Chacho: desde las correrías infantiles por los páramos de Alfaix, a las gloriosas jugadas de balón, los años del instituto veratense, las grandes impresiones visuales, como la causada al divulgador por el verde del césped del primer campo de fútbol que vio gracias a su hermano Ginés, las carreras en bicicleta y sus habilidades en la cuesta de acceso al cementerio, la primera imagen de la playa, las fiestas de siempre, las de la cal en las fachadas, las de la banda de Bédar y su maestro, Miguel Cánovas… tantos paisajes e impresiones de los días azules del pregonero que animaron sin flaqueza a quienes disfrutaban de su disertación a proseguir el viaje conducido por este único gallardero que se considera un privilegiado por haber podido cantar y contar la feria de su pueblo, al que cedió todo el protagonismo. Y además porque tan diáfana personalidad cuenta con una íntima familia: Marisa, su hijo Antonio, Juanita –la hermana hermana-, Andrés, Ginés, sus sobrinas, y porque tiene en la cercanía y, como Saramago, en el amplio conocimiento de sus vecinos, de su gente, su propia identidad. Tal vez sea Antonio Torres el mejor pregonero que pregona con el corazón.






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