Una monja del siglo XXI: “No se puede obligar a una mujer a que tenga un hijo”

Una mujer comprometida con el mundo desde su vocación de entrega a los demás

Alicia Martel Suárez pasó un total de 15 años en Almería.
Alicia Martel Suárez pasó un total de 15 años en Almería.
Mar de los Ríos
07:00 • 11 ago. 2019

Para Alicia Martel Suárez su vida está ligada de manera determinante desde que era una niña de ocho años a la orden católica de la que es religiosa, y de la que asegura, ha aprendido a desarrollar su personalidad activa: Las Oblatas del Santísimo Redentor.



- No, Mar, no vi ninguna luz ni escuché ninguna voz en mi cabeza que me dijese que tenía que ser religiosa. Mi vida de monja comienza de manera muy natural, es una consecuencia de mis circunstancias. Yo nací en una plantación de plataneras en Las Palmas de Gran Canaria, en la cual mi padre era el capataz. Éramos seis hermanos y mi madre vio en la educación la salida a nuestro futuro. Había un colegio de Oblatas para niñas en nuestro entorno donde te becaban como interna. Y allí empezó mi andadura en ese otro mundo en el que siempre me sentí cómoda. Cuando tuve quince años las monjas hablaron con mis padres para que yo empezase mis estudios de postulanta a religiosa y a todos nos pareció bien, también a mí. Sí, Mar, tuve una crisis, una gorda a los treinta años. Pedí excedencia de un año y volví a mi casa por un tiempo. Mi madre estaba feliz, yo creo que pensaba que como todos mis hermanos ya se habían ido de casa, yo me iba a quedar allí con ellos a cuidarlos. Entonces me puse a dar clase como profesora lejos de aquel ambiente. Me vino muy bien, tenía también mis pretendientes, no te creas. Pero resolví finalmente que mi problema no tenía que ver con el hecho de ser religiosa y que prefería seguir en la orden. Y al año me reincorporé y hasta hoy. Contenta, sí. 



Las Oblatas es una institución católica femenina fundada en España en 1864 para ayudar a las familias en precario y en especial para promocionar a las mujeres. Antes teníamos a menores tuteladas en los pisos y  dirigíamos academias de peluquería para que aprendiesen un oficio. Hoy en día estamos presentes en 15 países.



¿Cuánto tiempo has estado en Almería? 



Yo llegué a Almería en 2002 y me marché en 2017. Desde el principio otra oblata y yo, Vicenta, que llegó al tiempo como madre superiora, nos empeñamos en hacer una labor conectada con las necesidades de la sociedad de Almería o cerrábamos la sede de la ciudad.  Entonces nos pusimos en contacto con los Asuncionistas, una orden de religiosos que trabajaban en El Puche y con los Padres Blanco, una orden de misioneros de Roquetas de Mar. Ellos conocían muy bien la realidad de pobreza y de prostitución de la ciudad y provincia y nos ayudaron a comenzar una nueva misión en nuestra orden, que está centrada mayoritariamente en ayudar a las mujeres prostitutas. Ellos estuvieron un tiempo llevándonos por todos los cortijos, todos los prostíbulos. Son más de 200 sitios en condiciones penosas de salubridad. Fue una labor muy difícil. Los proxenetas  toleraban nuestra presencia a medias, vigilaban nuestras conversaciones. Además, piensa que las mujeres iban y venían, las cambian de sitio para no crear arraigo y eso también dificultaba el seguimiento. Al principio teníamos que ir con intérpretes, casi ninguna habla español, nosotras chapurreamos el inglés y el francés y con eso íbamos tirando. Había que tener mucha paciencia, primero estaba el acercamiento, escucharlas y que nos escucharan. Nosotras le ofrecíamos, lo primero, un teléfono de contacto cuando nadie nos veía, por si querían escapar de aquel sitio. Lo segundo eran medidas higiénicas, preservativos, lubricantes y la posibilidad de hacerse la tarjeta sanitaria. Todas eran, son inmigrantes sin papeles. Si nos llamaba alguna a la congregación, a lo mejor a las 3 de la mañana, íbamos a buscarla y la refugiábamos en nuestro piso. La que nos llamaba para escapar no solía volver. Entonces le explicábamos bien lo que podíamos ofrecerle, ya lo sabían más o menos de nuestras visitas. Lo primero era seguridad. Por nuestro piso no venía nadie a reclamarlas, por lo tanto pasaban a un estado de ánimo más tranquilo. Después era la posibilidad de trabajar en el servicio doméstico o cuidado de mayores cobrando lo estipulado por ley, que no es mucho, pero es sobre todo empezar otra vida con dignidad. Algunas ya de entrada nos decían en nuestras visitas que por ese dinero ellas no cambiaban de vida. En estos quince años  en Almería yo he visto pasar más de 200 chicas por nuestro piso de acogida de Oblatas. Chicas de Europa del Este, especialmente rumanas, árabes y las que peor lo pasan, las que ganan menos son las subsaharianas, las chicas negras. De esos años salió un proyecto conjunto con la orden de Adoratrices que se llamó. “Encuentro” y que fue galardonado por la Junta de Andalucía.



¿El dinero para ayudar a mantener a todas estas mujeres sin recursos de dónde sale? 



De subvenciones de la administración. Cuando presentamos este proyecto como algo serio nos dirigimos a todas las administraciones y obtuvimos respuesta. También de la propia Iglesia, que nos dotó de un presupuesto decente y que nos permitió comprar una furgoneta para los desplazamientos e incluso establecer becas para las chicas.



¿Qué representa el voluntariado en todo este giro de ayuda a las mujeres, cuántos son en Almería?

El voluntariado juega un papel muy importante en todo este proceso. Tenemos voluntarios y voluntarias que de manera desinteresada ofrecen su tiempo para contribuir a la labor de socialización de estas mujeres. Tenemos psicólogos, maestros, farmacéuticos, abogados o amas de casa. En Almería serán alrededor de 20 personas. El perfil del voluntario es más femenino que masculino, pero contamos también con hombres. Yo aprendo mucho de los voluntarios. Cuando me fui de Almería  estuve la congregación  de Sevilla un año. En la comunidad de Sevilla teníamos a 30 voluntarios y 5 personas contratadas. Y de entre los voluntarios teníamos a cuatro parejas gais que me contaban que con esta actividad se sentían queridos por la Iglesia de una manera que antes no habían experimentado. También tuve la oportunidad de conocer a una voluntaria, una madre joven de mellizos que me decía que uno de sus hijos era homosexual y que el párroco que le tocaba no quiso que hiciese la comunión con él. Ella no se achantó, buscó en otra parroquia a otro sacerdote que no tuviese esos prejuicios. Yo le dije que tenía mucho mérito y ella me contestó que era creyente y que eso le dio fuerzas para seguir y encontrar el camino adecuado. La Iglesia es muy compleja, vive muy estancada en el pasado, no termina de conectar con el siglo XXI en el sentido que no acepta la diversidad de manera plena.  


¿Eso significa que está condenada a morir?

Yo ya no lo veré, pero la Iglesia Católica tiene que hacer una reflexión profunda para tener futuro, si no, esto se acaba. Tenemos que construir otra Iglesia. (Por primera vez en esta serie una entrevistada me pregunta a mí) Y tú, ¿eres parte de la Iglesia, Mar? —Mar: Bueno, Alicia, yo culturalmente pertenezco a la Iglesia Católica. No soy practicante, pero soy capaz de reconocer las cosas buenas que ha hecho a lo largo de su historia y que se siguen haciendo. No en vano es la institución social más antigua de nuestra civilización. Ese objetivo de amparo social me interesa muchísimo venga de donde venga. Yo me considero una persona muy espiritual, pero nada religiosa, no conecto con el concepto de Dios, pero creo firmemente que la sociedad se teje con todo tipo de individuos de buena voluntad. 


Alicia: Yo tengo un hermano religioso, mayor que yo, que me dice: —Qué mal lo hemos hecho, Alicia—. Tenemos muchos sobrinos ya mayores y algunos nos comentan en las reuniones familiares que qué hay que hacer para apostatar de la Iglesia. En esas conversaciones con mi hermano noto diferencias entre su manera de pensar y la mía. Yo le digo a mi hermano: pero, hombre, ¿cómo puedes decir que la homosexualidad es una enfermedad? No digas disparates. Tú, que fuiste un progre cuando el Concilio Vaticano II ahora me sales con esas... Para mí hay un antes y un después a partir de aquel Concilio. La Iglesia se abrió más a la sociedad y yo creo que fue un momento clave y muy bueno. Coincidiendo con aquella época, yo estudiaba Magisterio y empecé yendo a clase con el hábito de monja. El profesor me tenía una manía espantosa y no me hacía la vida nada fácil por el hecho de ser monja, porque él se declaraba anticlerical. Entonces me quité el hábito y seguí en mis clases vestida de calle. Se me acercó un día y me dijo: — ¿qué, ya se ha salido de monja? Como diciéndome, por fin, ¿no? —No, sigo con lo mío, soy la misma pero ya no llevo hábito—, le contesté. La relación mejoró desde entonces.


¿Y qué papel tienen las mujeres de iglesia en esa transformación tan necesaria? 

Yo creo que un papel relevante, porque la labor de la mujer en la Iglesia no se ve. Es necesario que se visibilice. Ahora, también te digo que hay muchas mujeres dentro de la Iglesia que están cómodas en su papel y que no quieren cambiar nada. Es necesario que las mujeres de Iglesia nos unamos para cambiar las cosas, pero no lo veo muy probable.


Y este Papa, ¿el papa Francisco, será el precursor de estos cambios? 

Bueno, el papa Francisco está siendo determinante para algunos temas importantes. Es un hombre de calle, de parroquia, sensibilizado con los pobres y ha hecho cosas interesantes. Pero, seamos realistas, es un  hombre de su generación, es un octogenario, tiene mucho del aparato de la Iglesia jugando en su contra. Además, no lo veo especialmente sensibilizado con el tema del protagonismo activo de las mujeres de la Iglesia.


¿Tú eres partidaria del aborto, Alicia? 

No se puede obligar a una mujer a que traiga un hijo al mundo si no quiere por las razones que sean. ¿Quién soy yo para decirle que debe de traerlo al mundo? Eso es una decisión totalmente personal.


¿Qué significan para ti las monjas de clausura, crees que cumplen una función o están en otro mundo paralelo? 

La oración tiene mucho valor para mí y para las religiosas en general. Nosotras tenemos mucho respeto por la vida contemplativa.


Volvamos a tu paso por nuestra tierra ¿Almería es una provincia peculiar con el tema prostitución por la casuística de la explosión económica de los invernaderos? 

Totalmente ¿Te acuerdas del dicho popular, cuando se casaba la gente, sobre todo en El Ejido, que decía: Hasta que la rusa os separe? Pues ese dicho es muy gráfico.


¿Y tú notaste que cambiasteis algo con la labor hicisteis durante 15 años en el tema de la compra de sexo en todos esos antros donde intentáis dignificar a la mujer? 

Mira, eso está muy metido en la sociedad, tan metido, que lo llaman el oficio más antiguo del mundo. Comprar sexo, la trata de mujeres, por mucho que hagan leyes, eso no se va a acabar nunca. Yo me quedo con la satisfacción es que en esos años pasaron 250 chicas por el piso, saber con nombres y apellidos que esas sí cambiaron de vida. No todas vienen de la prostitución, nosotras tratamos con todo tipo de pobreza femenina.


Ahora has vuelto a tu tierra, a Gran Canaria, ¿una monja se jubila? 

No, yo creo que no. Hoy mismo vengo de hablar con el Centro de Atención de Refugiados. Aquí el problema gordo es este. Voy a empezar a colaborar con ellos. 

Por último me recomienda un libro que está leyendo: Sapiens, de animales a dioses, Yuval Hoah 2011. Amén.


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Con Alicia cerramos esta serie de mujeres anónimas que espero hayan tenido mucho que decirles este verano y a las que confío haber contribuido a quitar el interrogante que conjuga sus posibles dudas sobre sí mismas o el que puedan suscitar en el mundo que las rodea. Vaya para todas ellas mi respuesta contundente: sí, señoras, a ustedes las necesitamos igual de vivas, aquí y ahora por mucho tiempo. Gracias por ser y estar.



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