El ejemplo de un deportista de élite con sangre almeriense

Ricky Rubio sorprende al mundo del baloncesto explicando con naturalidad su problema mental

Ricky Rubio ha vuelto a las canchas tras meses de baja.
Ricky Rubio ha vuelto a las canchas tras meses de baja. La Voz
Manuel León
11:01 • 27 feb. 2024 / actualizado a las 11:06 • 27 feb. 2024

Ricky Rubio, de raíces almerienses, fue durante varias temporadas uno de los hombres de moda del baloncesto mundial. Su pericia en el tiro de larga distancia, sus asistencias de dibujos animados, su nervio, su nariz afilada intuyendo el pase rival lo elevaron a celebridad en este deporte de gigantes, dentro y fuera de España. Todo cambió el pasado verano, cuando el nieto de Esteban Rubio Bolea, un charnego de Bédar que llegó a Barcelona a trabajar en un taller de vidrio, abandonó la concentración de la Selección Española aduciendo que no se encontraba bien. "¿Qué te pasa Ricky? ¿Alguna sobrecarga? ¿Te notas cansado? , le preguntaron los compañeros. Ricky no contestó. Hizo el petate y se marchó del hotel antes de disputar un solo minuto en la cancha. Hasta ahora, que ha vuelto al deporte de élite y ha fichado por el Barça. Volverá, como es natural, a hacer esas cosas imposibles que hacía; a derrotar a la gravedad, a inventar diagonales, a lanzar el balón como se lanza una bola de petanca, a colgarse del aro como si fuera un trampolín, a mover los brazos como un guardia urbano para confundir al contrario. Todo eso volverá con Ricky de nuevo en la cancha. Pero, antes ha hecho algo más maravilloso para los chavales que juegan al baloncesto y que aspiran a ser como él; antes, ha explicado lo que le ha pasado estos meses con una naturalidad tan pasmosa que ha parecido no natural. A veces creemos, sobre todo los niños, que los deportistas o los artistas de élite -Ricky es las dos cosas- son infalibles, que no son mortales. Y vemos que se equivocan, como le ha ocurrido a Rafael Nadal con Arabia; y esperamos, a veces, que cualquier megaestrella del fútbol, tenga que hablar como Winston Churchil. Y se nos cae el mito cuando vemos que alguno no es capaz de encadenar más allá de un "si, bueno, hemos jugado bien, estamos trabajando mucho". Se puede ser Zidane y no tener ningún rasgo de genialidad fuera del césped. Lo sabemos, pero a veces lo olvidamos. 



Por eso es más emocionante lo que ha hecho Ricky antes de volver a la pista, lo de explicarse, lo de contar su problema para que lo oiga el mundo entero: reflexionar sobe su debilidad mental, sobre lo que ocurre en la cabeza de alguien, sin que nadie sea capaz de entender lo que le está ocurriendo. Uno va por la calle y ve un rostro tranquilo, sin intuir que dentro de su cabeza puede estar luchando contra una tempestad. Antes, sobre todo entre las celebridades, se ocultaban estas cosas: Que no se entere nadie de tus problemas. Y ha tenido que venir un tipo de familia de Bédar para decir "He estado muy mal, ahora no sé si estoy bien, pero voy a intentarlo". Cómo un tío que ganaba siete millones de dólares anuales en la NBA podía tener algún problema. Lo importante es que lo ha explicado de cara al público como si fuera nuestro vecino de rellano al que nos encontramos por la mañana en el ascensor. Y ha seguido ese instinto de superación que le viene por genes y que también se puede explicar: Ricky Rubio fue la sensación de la NBA, el niño prodigio que en Minnesota levantaba al público de sus asientos con cada acción ante la canasta, con su desparpajo de veinteañero, con su nariz de Cyrano, su cabello revuelto y su barba juvenil. Este novicio americano, además, tiene sangre almeriense en las venas que le recorren los brazos con los que lanza triples. Su historia de nieto de charnego comenzó en la década de los 50, cuando su abuelo Esteban Rubio Bolea, natural de la sierra de Bédar, acababa de realizar el Servicio Militar en la Comandancia de Marina de Garrucha y se disponía a labrarse un porvenir. Como tantos, no encontró un mejor modo que la emigración. Su, padre Ramón (bisabuelo de Ricky) había sido peatón postal llevando la correspondencia de la época de Bédar a Los Gallardos en las enaguas de una burra, cuando las minas del Pinar tenían ya las entrañas casi secas. Esteban cogió una maleta de cartón, con una muda y una tripa de longaniza, y se plantó en la estación de tren de Zurgena que lo condujo hasta Barcelona. 



Como tipo emprendedor que era, en El Masnou, un municipio de las costa del Maresme, lugar de la veraneo tradicional de la burguesía catalana, montó un taller de tallado de vidrio, donde personalizaba vasos y copas para los ricos ajuares de las familias catalanas que habían prosperado con la industria textil: los Ríus, los Vergé o los Alemany. Al poco se casó con una jovencita del país. 



Esteban tuvo dos hijos, Esteban (padre del deportista) y Magdalena. No pudo verlos prosperar demasiado, ni saber de los éxitos de su nieto: un accidente en Jumilla, cuando viajaba en unas vacaciones a Bédar, le sesgó la vida. La muerte le llegó, asegura uno de sus parientes, cuando iba tocando la armónica como copiloto del vehículo siniestrado. El padre de Ricky, nacido ya en Cataluña, se casó con Tona Vives, y echaron raíces en Cataluña, sin moverse de El Masnou, el pueblo donde llegó el abuelo Esteban. 



Esteban, dedicado a la representación farmacéutica, no ha querido, sin embargo, perder sus raíces almerienses y alguna que otra vez viaja aún a Bédar, donde vive uno de sus tíos, Antonio, y algunos primos. Allí ha viajado alguna vez, cuando era un pipiolo, el que fue poderoso base de la NBA y de la selección española de baloncesto. Por las calles empinadas de Bédar alguna vez Ricky o Ricard o Ricardo, cuando era aún un desconocido, habrá paseado de la mano paterna; habrá visto perros vagabundos, habrá bebido agua fresca de la fuente y habrá olido el pan candeal del último horno árabe. 



Para el alcalde, Ángel Collado, “es motivo de orgullo que un deportista tan afamado tenga raíces familiares en nuestro pueblo”. Para su tía María Dolores Rubio, “es un orgullo tener a un buen deportista en la familia y a un gran muchacho en nuestra familia almeriense”. Mientras, sus familiares y paisanos y medio mundo habló durante años sobre el que fue una perla de la NBA. Él entrenaba con paciencia franciscana en la cancha de Minnesota Wolves, en una ciudad que no era la suya, pero que le acogió como un nuevo vellocino de oro, en el Medio Oeste americano, en una urbe rodeada de grandes praderas dedicadas a la agricultura intensiva. Así se abrió camino en la vida, Ricky, más a lo grande de como hizo su abuelo cuando agarró en Zurgena aquella maleta de cartón. Ahora, Ricky, ese deportista de élite con sangre de Bédar, se ha hecho más grande todavía contando con sencillez lo que le ha pasado sin nadie que se lo pidiera, pagando un fielato voluntario para que los niños que empiezan a jugar al baloncesto sepan que además de cuidar las rodillas de lesiones, también hay que cuidar lo que pasa por la mente. 





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