Las clases de educación sexual

Allá por 1975 empezó a correr el rumor de la nueva asignatura de educación sexual

Juanjo Ruiz (con camisa amarilla) fue un almeriense aventajado en educación sexual. Le tocó un viaje a Ibiza en la revista Lib.
Juanjo Ruiz (con camisa amarilla) fue un almeriense aventajado en educación sexual. Le tocó un viaje a Ibiza en la revista Lib.
Eduardo de Vicente
09:00 • 30 mar. 2023

Soplaban con timidez los primeros vientos de libertad: las primeras pintadas políticas en las paredes, los primeros cuerpos ligeros de ropa en televisión y los primeros desnudos a medias en las portadas de las revistas en los kioscos del Paseo.



Allá por el año 1975, cuando Franco había entrado en la recta final y nos preparábamos para la gran revolución, nos llegó también el rumor, convertido en noticia, de que con los nuevos tiempos íbamos a tener una asignatura nueva que se iba a empezar a impartir en los institutos, dentro de los planes de estudio de aquel Bachillerato Unificado Polivalente que estaba empezando a dar sus primeros pasos. Nos iban a dar clases de educación sexual, una materia que algunos consideraban fundamental para paliar nuestro retraso con respecto a Europa en esta disciplina.



Recuerdo las bromas a las que los adolescentes de aquel tiempo recurrían cuando hablaban de esta nueva asignatura y se preguntaban que si sería un profesor o tal vez una profesora quien se encargara de impartir las lecciones. Casi todos preferíamos que fuera una mujer, y a ser posible, lo suficientemente atractiva para que nuestra motivación por esa nueva asignatura fuera imparable.



La mayoría de los jóvenes de aquella época estábamos convencidos de que instaurar una asignatura de educación sexual era una pérdida de tiempo y de dinero, porque nosotros no necesitábamos que ningún libro ni ningún profesor viniera a enseñarnos lo que ya sabíamos desde que empezamos a corretear solos por las calles. 



Quién iba a venir ahora a darnos lecciones a nosotros, a decirnos que tomáramos apuntes de cómo era un órgano sexual, que función tenía o como había que manejarlo. Al diablo le iban a  explicar ahora lo que era el fuego. Nosotros no necesitábamos academias, las lecciones nos llegaban tarde. Nuestra formación había sido intensa y de una manera autodidacta. No habíamos necesitado ningún profesor ni la ayuda de una metodología basada en los nuevos avances pedagógicos. La educación sexual era una vocación más que una asignatura, y para muchos un destino. La teníamos bien aprendida y nos gustaba tanto que no nos importaba echar horas extras hincando los codos en aquellas sugerentes enciclopedias con formato de revista donde aparecían las actrices ligeras de ropa.






Qué nos podía enseñar un libro lleno de academicismo, a nosotros, que guardábamos debajo del colchón el último ejemplar manoseado de la revista Lib. En sus páginas lo aprendimos casi todo y hubo alguno que gracias a esta publicación tuvo la oportunidad de rozar por primera vez en su vida un cuerpo de verdad. Este fue el caso de Juan José Ruiz, un adolescente del barrio de la Plaza de Santa Rita, lector incondicional de revistas eróticas y catedrático en sexualidad callejera.



Un día se lo ocurrió enviar una postal para participar en el sorteo de unas vacaciones eróticas que anunciaba la revista Lib. Unas semanas después, le escribieron diciéndole que le había tocado un viaje a Ibiza para dos personas. Ese día, Juanjo le comunicó a su padre el regalo, pero sin explicarle quién se lo concedía ni de qué se trataba. El padre, con toda la inocencia de la gente de entonces, le dio su consentimiento y le dijo que se llevara también a su hermano “para que la criatura viera mundo”. 


Fueron siete días intensos. La organización les había preparado todas las comodidades posibles y un horario repleto de fiestas, buena comida, playa y piscina. Aunque lo más agradable del premio, según cuenta el propio protagonista, fue la compañía de una impresionante modelo sueca que Lib contrató para que les enseñara todos los secretos de Ibiza. La joven vino a ser  como un guía para ellos, una monitora que hacía su trabajo completamente desnuda. Cada noche era una fiesta en las mejores discotecas del momento, donde llegó a conocer a Bibi Andersen, que entonces estaba en los inicios de su carrera.


La semana erótica en Ibiza fue inolvidable para este adolescente almeriense, pero más impactante que todas las experiencias vividas en la isla fue cuando dos semanas después un amigo lo llamó por teléfono para decirle que él y su hermano aparecían en las páginas centrales de la revista con una rubia sin ropa.


Juanjo, pensando en su padre, salió de  su casa y se fue directo al kiosco de prensa de la Plaza de Santa Rita que estaba enfrente y le dijo a Juanico, el que lo regentaba: “Juan, dame todos los ejemplares del Lib que tengas”.



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