María Hilaria y la historia del fin del mundo

María Hilaria Serrano (1883-1973) vivió el día en que se esperaba al letal cometa Halley

Eduardo de Vicente
09:01 • 28 dic. 2021

La conocí cuando yo era un niño y ella había tomado ya la última recta de su vida. Tenía más de ochenta años pero mantenía su hermosa melena intacta, morena como una adolescente, sin una sola cana. Las vecinas le preguntaban que dónde se tintaba el pelo que le quedaba tan natural, y ella se cansaba de repetir, sin que ninguna la creyera, que jamás había pisado la puerta de una peluquería, ni para el día de su boda. Tenía tanta fuerza en su cabello como en su cerebro. Poseía una memoria prodigiosa, la memoria de su tiempo, cuando las historias se trasmitían de forma oral y se guardaban para siempre como pequeños tesoros.



María Hilaria Serrano nació en Viator y se crió escuchando las antiguas leyendas de príncipes y doncellas moras que le contaba su abuela en las largas noches de invierno. Su vocación por este tipo de narraciones le ayudó a aprender a leer de forma espontánea y a ser una niña aventajada en el colegio.



En sus años de juventud, María se convirtió en cronista de su época, la mujer que había ido conservando las historias de sus antepasados para hacerlas inmortales.  Cuando se casó, vivió en la finca del ‘Moreal’ en las afueras de Pechina, donde su esposo era aparcero. Se pasó la juventud criando a sus once hijas y contando historias.Todas las noches, la gente de los cortijos cercanos se citaba en el comedor de su casa, frente a la chimenea, para que María les fuera desgranando viejos relatos llenos de aventuras y pasiones. Unas veces les contaba hechos que habían ocurrido de verdad y otras les leía en voz alta las noticias de los periódicos o las tramas de amor y celos que describían las novelas por entregas que cada mes recibía por el correo. 



Una de las narraciones que más repetía, por lo mucho que le gustaba a sus hijas, era la historia del día del fin del mundo, cuando corrió el bulo de que el cometa Halley se tragaría con su cola a todo bicho viviente. Ocurrió el 18 de mayo de 1910, fecha prevista para que el cometa se interpusiera entre el sol y la Tierra y según la creencia popular de entonces, una noche fatídica en la que todos morirían asfixiados en la atmósfera mortífera de la cola del cometa. 



Mientras que los periódicos del día trataban de explicar con datos científicos que no ocurriría nada, que se trataba sólo de un hecho natural, en los pueblos y en los barrios más humildes, la gente desinformada y supersticiosa creyó que se trataba del último días de sus vidas. En Almería, fue una madrugada muy larga en la que miles de personas se echaron a la calle para mirar al cielo. 



La noche empezó con lluvia abundante, hasta que dando las doce las nubes se abrieron y salió la luna más brillante que jamás se había contemplado. 



“A las dos de la mañana era extraordinaria la animación en el Paseo, el Boulevard y en el andén de costa”, explicaba al día siguiente la prensa local, haciendo hincapié en que para aprovechar el gentío y el derroche de los que se pensaban que era su último día, los cafés y los lugares de recreo de la ciudad permanecieron abiertos.



Los bares hicieron negocio, lo mismo que un tipo de dudosa reputación, un charlatán aprovechado que desde las primeras horas de la mañana se instaló en las inmediaciones de la Puerta de Purchena vendiendo cintas con la medida de un niño, que según contaba, al nacer hizo predicciones sobre el temido cometa. El buhonero vendía el mágico amuleto con el argumento de que todo aquel afortunado que tuviera uno entre sus manos se libraría de la muerte segura. 

María Hilaria narraba con misterio todos estos asuntos que ocurrieron aquel día de mayo de 1910, y la historia de un toro que por la noche se escapó del Matadero de las Almadrabillas, poniendo en  jaque a todo el barrio. En la oscuridad de la noche, aquel animal trotando y golpeando con la cornamenta en tapias y ventanas, parecía un enviado del maligno que venía a anunciar la hecatombe final. 


De todos los hechos que acontecieron con la llegada del cometa Halley, ninguno tuvo la importancia y el dramatismo como el que ocurrió en Pechina. María Hilaria contaba que un vecino, célebre en toda la comarca por su imaginación y su espíritu bromista, protagonizó una burla que terminó en tragedia. 

Al llegar la noche esperada, aprovechando el temor que se había apoderado de mucha gente del pueblo, que en verdad creían que el fin del mundo estaba al caer, no se le ocurrió otra idea que coger a un perro vagabundo y prepararlo como si fuera un cohete. 


Le rodeó el cuerpo de latas atadas con soga y le llenó el rabo de cohetes y petardos unidos con una gran mecha. Unos segundos antes de las doce de la noche, le prendió fuego y el animal, entre el ruido de los petardos, las latas y el fuego que le quemaba la cola, atravesó las calles del pueblo como alma que lleva el diablo.

Fue tan grande el susto y la impresión de aquella escena, que un vecino falleció víctima de un ataque al corazón, suceso que acabó con el bromista en el cuartelillo de la Guardia Civil. De tan penoso incidente no se hicieron eco los periódicos locales de la época, que se limitaron a resumir la noche del cometa diciendo que “para lo único que ha servido el cometa  es para que se desvele la gente y que hasta en las azoteas estuvieran los curiosos en paños menores esperando a que la consabida cola diera al traste con el equilibrio de la tierra”, decía el artículo del periódico La Crónica Meridional. 



Temas relacionados

para ti

en destaque