Los veranos de la terraza Roma

Se inauguró el 5 de julio de 1959, en la azotea del cine Roma, en la calle de la Reina

En el entorno de la calle de la Reina destacaba el edificio del cine Roma, en cuya azotea se instaló la terraza Roma.
En el entorno de la calle de la Reina destacaba el edificio del cine Roma, en cuya azotea se instaló la terraza Roma.
Eduardo de Vicente
23:03 • 13 oct. 2020 / actualizado a las 07:00 • 14 oct. 2020

Cuando se inauguró, el domingo cinco de julio de 1959, la terraza Roma venía con la vitola de ser de verdad la única terraza de cine ubicada en una azotea. Todas las terrazas de cine de la ciudad, que eran muchas, estaban situadas en grandes patios que con sillas de madera, un ambigú y una pantalla, se convertían en salas al aire libre cuando llegaba el mes de junio.



La Roma era de verdad una terraza, situada en las alturas del edificio donde unos meses antes había empezado a funcionar un salón de cine con el mismo nombre, en la calle de la Reina. Reunía todas las condiciones para convertirse en una referencia del cine de verano: tenía unas vistas espléndidas del puerto y de la Alcazaba; al estar en alto  nunca hacía calor, ya que le llegaba directamente la brisa del mar lo que obligaba muchas noches a los espectadores a tener que llevarse una rebeca; disponía de un buen servicio de ambigú y echaban buenas películas, los mismos estrenos que proyectaban en la sala de invierno.



Sin embargo, la terraza Roma no llegó a cuajar y tuvo una vida mucho más corta que el cine que le daba el nombre. Se abrió en el verano del 59 y diez años después ya había cerrado sus puertas. ¿Qué pudo ocurrir para que aquel proyecto, lleno de modernidad, fracasará? Tal vez no fue una buena idea proyectar arriba las mismas películas que echaban abajo, en el cine de invierno, o quizá no pudo batallar con la dura competencia de la terraza Moderno, con la que compartía el mismo barrio. 



Mientras la terraza Moderno se llenaba, la del cine Roma apenas vendía la mitad del aforo. Pudo influir también en este rápido declive la urbanización masiva que experimentó toda aquella manzana de la calle de la Reina a lo largo de los años sesenta. Cuando abrieron la terraza Roma en 1959, el cine de verano coronaba el barrio. Sin embargo, unos años después aparecieron grandes bloques de edificios alrededor que lo dejaron pequeño. Esta construcción vertical fue un duro golpe para el negocio de la terraza, ya que eran muchas las familias que se subían a las azoteas de sus edificios con las sillas, los bocadillos y los refrescos para disfrutar gratis del cine de verano. 



Este problema no lo tuvo la Terraza Moderno. Su dueño, Juan Asensio, supo adaptarse a los nuevos tiempos y a finales de los sesenta convirtió la vieja terraza que ocupaba un solar en la calle José María de Acosta, en un edificio gigantesco con cine de invierno y una terraza de verano en la azotea que no tenía competencia en altura con ningún otro edificio de la manzana, por lo que aquellos que querían ver gratis la película tenían que subirse a las piedras del Cerro de San Cristóbal y comprarse unos prismáticos.



La terraza Roma echó el cierre a finales de los años sesenta, cuando todavía los cines eran un buen negocio. De hecho, su salón de invierno aún funcionaba a buen ritmo y estaba considerado como uno de los mejor equipados de la ciudad. Contaba con una hermosa fachada de mármol con techo rematada con vistosas cristaleras, donde aparecían las ventanas de la taquilla, las puertas de entrada y de salida, y un amplio espacio donde cada día se instalaban las carteleras con los fotogramas de la película en proyección. Al entrar destacaba un vestíbulo espectacular con un pasillo donde se accedía al bar, a los servicios, a la sala de cine y a las escaleras que llevaban a los pisos de arriba. 



El cine Roma fue inaugurado el diez de abril de 1959 con la proyección de la película ‘Anastasia’, protagonizada por Yul Brynner e Ingrid Bergman. La primera función tuvo carácter benéfico destinándose la recaudación a la lucha contra el cáncer. En aquellos tiempos una entrada costaba siete pesetas con cincuenta céntimos y el cine era un buen negocio porque todavía no se había instalado la televisión en los hogares. 



Los sábados de invierno eran los días grandes del cine Roma, cuando se formaban grandes colas delante de la taquilla para disfrutar de una película de estreno y cuando toda la calle de la Reina y las cercanas se llenaban de coches. 



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