El surtidor de gasolina del Paseo

Eduardo de Vicente
07:00 • 03 jun. 2020

Formaban parte de otro tiempo, reliquias de una época que aparecían en lugares céntricos como viejos monumentos que llenaban las calles de un profundo olor a gasolina y a aceite. Sería difícil imaginar que ahora pudiera instalarse un surtidor de gasolina en el corazón del Paseo, pero hace medio siglo existió de verdad, hace apenas cincuenta años que estaba allí, erguido sobre el suelo como un árbol de hierro, en la acera de la avenida, junto a la esquina de la calle Lachambre. 



Por las mañanas se formaban colas de coches y de motos que a la hora del trabajo paraban a repostar y a veces era tan grande el atasco que el guardia del tráfico tenía que poner orden para que no se taponara toda la avenida.  Por el surtidor pasaban los niños para llenar de aire las ruedas de las bicicletas o para inflar los balones. 



Estuvo funcionando hasta finales de 1962, aunque el aparato siguió formando parte de la acera hasta que en marzo del año siguiente Campsa inició los trabajos para extraer los tanques y las instalaciones subterráneas.



El del Paseo no fue el único surtidor de gasolina que funcionó en el casco urbano. Durante décadas convivió con el surtidor de la carretera del Muelle, con el que había en el Parque frente a la desembocadura de la calle Real y con el del badén de la Rambla al final de la calle de Granada.



La existencia de surtidores en medio de la ciudad fue motivo de polémica por las protestas continuas de los vecinos debido al peligro que suponía la presencia de depósitos cargados de combustible en lugares tan céntricos. 



Fue la propia empresa responsable, la Compañía Arrendataria del Monopolio del Petróleo (Campsa), la que en 1956 presentó un proyecto para agrupar los aparatos surtidores en un solo emplazamiento. Quería concentrarlos en un lugar alejado del centro y para ello solicitó permiso al Ayuntamiento para llevárselos a la plazoleta que surgió en el nuevo barrio de Regiones, frente al cruce de la calle Real del Barrio Alto, la Carretera de Níjar y el Camino de Ronda.  Una vez leído el escrito de Campsa, la comisión de Fomento estimó que era “de un gran beneficio para el ornato público el levantamiento de los surtidores existentes en el centro de la ciudad”, por lo que accedió a la petición. Pero como suele ocurrir tantas veces en Almería, el proyecto se fue retrasando y hubo que esperar dos años más para que el arquitecto municipal diera luz verde al traslado a Regiones de los surtidores existentes en el Parque, en la calle del Muelle y en el Paseo, argumentando que “esta concentración mejorará notablemente el servicio y quitará, especialmente en el Paseo, el taponamiento que supone para la circulación la existencia del actual surtidor”. 



Unos meses después de la autorización del arquitecto, la comisión de Obras Públicas lo consideró inadmisible diciendo que: “no se puede aceptar el proyecto de caseta que se pretende instalar en la plazoleta de Regiones, construida con obra de fábrica, pues resulta antiestética”.



En diciembre de 1958, intervino de  nuevo Obras Públicas para acordar que siguiera funcionando el surtidor del Parque, en las proximidades de Pescadería, y que el resto fueran reagrupados en la instalación de Regiones que quería construir la Campsa. 

Los surtidores del centro fueron desapareciendo a partir de los años sesenta coincidiendo con el avance de la ciudad moderna. Quitaron el del Parque frente a la calle Real y el histórico del Paseo. El del camino del Muelle siguió varios años más y el último surtidor que se mantuvo en funcionamiento fue el del badén de la Rambla de Belén, al final de la calle de Granada. Fue el surtidor más longevo que estuvo funcionando hasta los años ochenta. 


Durante décadas lo llevó un personaje célebre en Almería al que todo el mundo conocía como Joaquín ‘el manquillo’. Destacaba por su laboriosidad, por su eficacia al frente del surtidor y también por una fama de don Juan que al parecer se había ganado con creces. Decían de él que era un superdotado de verdad, que sus atributos masculinos eran de tal tamaño que hubo hasta quien le ofreció dinero para que los mostrara públicamente, ya que según los comentarios: “No se había visto nada igual por estos contornos”. 


El puesto de Joaquín ‘el manquillo’ sobrevivió en los años de esplendor de la Rambla, cuando en aquella manzana paraban los camiones, los autocares, cuando funcionaban los talleres de Piquer, el garaje de Sevilla, cuando por el bar la Gloria pasaban todos los lecheros de la ciudad que se cargaban de vino en la taberna y después llenaban el tanque de gasolina en el surtidor del badén. El surtidor del badén se fue quedando viejo mano a mano con el cauce de la Rambla a medida que la ciudad seguía creciendo sin parar. 


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