Adiós a Ric Polansky, una leyenda de Mojácar

Un genuino personaje del Levante almeriense que vivía en una montaña

Ric Polansky llegó a Mojácar en 1969 y ha fallecido con 73 años.
Ric Polansky llegó a Mojácar en 1969 y ha fallecido con 73 años.
Manuel León
19:46 • 20 mar. 2020

Se ha ido Ric y uno aún no se le cree; se ha ido un grande de verdad, un amigo de verdad, un tipo de verdad, un mojaquero de verdad, aunque naciera en la América profunda; se ha ido Ric Polansky, en este malditos caos en el que estamos sumidos y ni siquiera lo vamos a poder velar ni despedir; se ha ido Ric y ya lo echo de menos, aunque lo viera ya muy poco. No necesitaba verlo, me conformaba con saber que estaba bien al otro lado del teléfono, allí arriba en su chalet de Macenas cerca de las nubes del cielo, con su pierna herida estirada sobre una silla de anea, con su risa estentórea, con Karen al lado, acariciando a su perro labrador y a su gata Ramona, soñando con una pinta de cerveza en el bar Los Arcos o comer un buen bistec en el bar de La Estación de Autobuses de Vera. Con lo que no podía soñar ya era con una partida de tenis o de golf o con ir a un tendido de la Plaza de Almería o de Vera a beber vino en la bota, a levantar el pañuelo pidiendo una oreja para el matador, a saludar a sus amigos con uno de esos abrazos que solo él sabía dar. 



Ric, que nació en Iowa, aterrizó en Madrid en 1969 y se montó en una moto y no paró hasta llegar a Mojácar donde se terminó convirtiendo en uno de los decanos de la costa levantina. Ric, más genuino que el Winston, ha pasado sus últimos años retirado por culpa de su pierna ulcerada, en su reino de las montañas, donde llegaban a visitarlo los jabalíes, desde donde veía nadar todas las mañanas a los delfines. Lejos habían quedado sus aventuras de cazador en Africa o buscando oro en las junglas de Perú y de Bolivia, enfrentándose a anacondas con el cañón de su rifle. 



Ric nació en 1947 en una ciudad llamada Mason City, donde amarilleaban los maizales, donde se celebran grandes campeonatos de billar y donde estaba, junto a su casa, una de las principales bibliotecas del Estado. Allí leía, el joven Polansky, a Twain y a Doss Passos, a Faulkner y a Poe y así decidió con 16 años empezar a recorrer pueblos y ciudades hasta llegar a San Francisco, donde se dio  de bruces con la cultura beat, donde decidió seguir los pasos de su hermano Paul que le mandaba cartas desde España que le inflamaban el espíritu para que se reuniera con él en Mojácar. Llegó por fin a su segunda tierra  (primera ya), justo cuando empezaban a reclamarlo para ir a Vietnam. Un informe médico de don Diego Carrillo, declarándolo inútil, lo libró de convertirse en soldado en ese conflicto tan puesto en tela de juicio por las nuevas generaciones de norteamericanos. Llegó Ric, por tanto, seducido por los cantos de sirena de su hermano Paul, quien le hablaba de Mojácar como una nueva California, y se encontró con un pueblo donde las casas aún tenían al lado corrales de gallinas. 



Los Polansky entraron con ímpetu en el negocio inmobiliario, desarrollaron Los Lomos del Cantal, La Gaviota, La Ventanicas y después Cortijo Grande, una urbanización fuera de serie en Turre, donde hicieron el primer campo de golf de la provincia y un helipuerto en el que aterrizaban avionetas con clientes que venían de todas partes de Europa a comprar una casa.



En Mojácar, entonces, todo estaba por hacer, y no había madrileño progre que no estuviera magnetizado por la hierba y el mito del amor libre y que no presumiera de tener un refugio en Mojácar. Ric pensó entonces, tras viajes y viajes por Sudamérica buscando Eldorado, en hacerse la casa de su vida, esa en la que ha reposado los últimos años de su vida con su pierna en algodones. 



Ric ya no podía bajar escaleras, ya no se podía encerrarse en su despacho, donde se veían libros con lecturas abandonadas, caricaturas a plumillas, objetos de arte y fotografías de cacerías y pieles de serpiente, ya no podía acudir a esa taberna casera presidida por carteles de corridas de toros y por un gran grifo de cerveza.



Te vamos a echar de menos querido amigo. Descansa en paz gran Ric.




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