La Voz de Almeria

Economía

“Paco y yo no hemos dejado de hablar ni un solo día por teléfono en 50 años”

Eduardo Cosentino habla por primera vez en una entrevista, el hermano mayor de un tándem que ha ungido la empresa más grande de toda la historia de Almeria

Eduardo Martínez-Cosentino Justo (Macael, 1940) se fue de su Macael natal  con 18 años a abrir mercados en Barcelona.

Eduardo Martínez-Cosentino Justo (Macael, 1940) se fue de su Macael natal con 18 años a abrir mercados en Barcelona.

Manuel León
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Se apellida Cosentino, pero no se llama Paco. Es menos célebre que él, pero tan culpable como él de haberle calzado las ruedas al mayor bólido empresarial de toda la historia de la provincia, desde una tierra en donde no crece nada que no haya que arrancar de debajo de la sierra; se apellida Cosentino, como sus antepasados de Sicilia, y se llama Eduardo, como su padre y como su madre querida. Él es el primogénito -como Rubén entre los hijos de Jacob- y Paco el benjamín, un tándem que es pura alquimia para hacer negocios, (buenos negocios) para regar con empleo y riqueza el valle donde nacieron; en medio se quedó el de en medio: Pepe, el hermano intelectual, el más reflexivo, el lumbreras de La Salle. D.EP. Son uña y carne, cuchillo y tenedor: Paco corta la piedra y Eduardo la trincha y la ofrece. Así ha sido y así seguirá siendo hasta que su espíritu rockero (de roca) aguante en esta multinacional cósmica con escudo de Almería, que suma más de 6.000 trabajadores que hablan todas las lenguas de Babel. Paco y Eduardo -tanto monta- no han dejado de hablar ni un solo día por teléfono desde hace más de 50 años “ni uno solo”; el mayor, desde su despacho de Barcelona, el menor desde Cantoria o desde cualquier aeropuerto del mundo. Eduardo se sincera por primera vez para un medio de comunicación.

¿Cómo se encuentra usted?

Bien, siempre que no entremos en detalles, voy para 85 años.

Cosentino ya no es un apellido, es una marca, muchos creen que italiana, como Gucci o Versace.

De allí procedemos, a través de mi abuela paterna que se llamaba Angela Cosentino Cosentino que nació en Scalea, en Calabria, y que se casó con un Martínez Rubio, familia de la antigua villa de Macael.

¿Cómo era la casa familiar de los Cosentino cuando usted era pequeño?

Era una casa grande alquilada a un tal Tijeras. En la parte de abajo estaba la tienda de mi madre. Estaba en la calle General Mola. Después nos cambiamos a otra vivienda ya en propiedad donde nació Paco, en la calle Francisco Martínez, como él. Dormíamos los tres en el mismo cuarto.

¿Cuál es su primer recuerdo?

A la memoria me viene la noche que nació mi hermano Pepe, en la cama familiar, en una noche de relámpagos. Venía mal y allí estaba la tía Partera, mi madre y un médico de Albanchez que había mandado llamar mi padre.

¿Peleaban mucho los hermanos?

Éramos traviesos, sobre todo Paco, pero, como era el más pequeño yo siempre lo defendía, le llevo diez años. Jugábamos al marro, a las bolas a cosas elementales en las calle. De vez en cuando nevaba y hacíamos muñecos. Al fútbol jugábamos pero sin destacar. Estaban en la pandilla mi cuñado Ramón, mi primo Pepe, Clemente y Antonio. Hemos mantenido la amistad.

¿Cómo era el taller primitivo de su padre?

Era un taller de artesanía donde se hacían fregaderos y lápidas de cementerio. Allí las herramientas que habían eran como las de la época de los romanos: el puntero, el cincel, la gravina, el mazo. Allí trabajaban, entre otros, Juan Sánchez Botella y el tío Luis Pastor. Mi padre tuvo una primitiva cantera que se llamaba La Puntilla, aún había bueyes y cabestranos y me acuerdo del Rematante que era el dueño de las canteras. Después llegaron los camiones y los compresores. Y me acuerdo del juicio de las canteras que fue una fiesta cuando el pueblo recuperó la sierra. Mi padre después hizo la primera fábrica y nos la cedió. Murió con 93 años conociendo nuestro Silestone.

¿Quiénes fueron sus maestros en el colegio?

Yo era un estudiante regular pero con mucho amor propio. Me acuerdo de don José y don Enrique Urrea. Luego en La Salle tuve al padre Rufino y al padre Damián. Fue muy duro tener que irme interno a Almería don diez años y separarme del calor de mis padres. Mi madre era la que nos impulsaba a estudiar.

¿Hábleme de su madre

Era la hija de un comerciante de telas, el maestro Justo, y ella fue una gran comerciante de pueblo. Vendía comestibles, pan, embutidos que hacía ella, lentejas, aceite y todo lo demás. Le llamaban la tienda de Eduardica.

¿Ella le alentó a que se fuera a Barcelona?

Primero estuve en el taller de mi padre desde los 15 años y después con 18 me fui a Barcelona y empecé a vender tablas de Blanco Macael en un almacén en Collblanc. Fuímos creciendo y mi padre decidió cedernos la empresa a mi hermano Paco y a mí. Pepe entró mucho después. Él estuvo en el seminario y trabajó en un banco y en varias empresas como economista.

¿Qué decía el patriarca de vuestro crecimiento?

Que estábamos locos, era más conservador por la edad y porque vio que habíamos tenido tres ruinas intentando dar con la tecla.

¿Cuándo dio la empresa el salto?

A finales de los 90 con el Silestone y con la entrada en Norteamerica a través de un socio, Contreras, que nos abrió muchas puertas.

¿Algún momento malo?

Sinsabores y fracasos varios. Pero nada comparable a cuando nos empezaron a acusar de la silicosis. Nos ha hecho mucho sufrir injustamente. Nosotros no éramos responsables de la manipulación.

¿La Fundación Eduarda Justo es ahora su ojito derecho?

Nos ha unido mucho a toda la familia. Un homenaje a nuestra madre y una forma de dar a Almería lo que nos ha dado a través de lo más importante, que es la educación. Llevamos 15 años dando becas en el extranjero, en Harvard, formando a aquellos jóvenes que valen. Algunos ya están trabajando en grandes multinacionales o como diplomáticos. Es un orgullo para nosotros.

¿Cómo ve la empresa a largo plazo?

Tengo temores como es normal. Entrará gente nueva además de la familia, pero no hemos visto claro lo de salir a Bolsa. Lo importante es no parar de innovar, estar en guardia e invertir en investigación.

¿Casi 70 años vendiendo piedra, ¿No se aburre?

Nunca. He disfrutado con mi trabajo y aún voy a mi oficina en San Feliú. Tengo seis hijos y doce nietos, pero soy feliz con mi trabajo. Un empresario no se jubila nunca.

No ha perdido el acento de Macael.

Me fui con 18 años y lamento no hablar catalán, aunque lo entiendo.

¿Qué es lo primero que hace cuando vuelve a Macael?

Abrir los balcones de mi casa que dan a la fuente de los leones y tomarme un gintonic en la plaza con los amigos, aunque ya van quedando menos.

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