Los mejores premios de la tómbola
En los años 60 las tómbolas más importantes de la Feria rifaban televisores y hasta automóviles Seat 600

En la Feria de 1965, el vecino de Almería Fernando Rodríguez Solis tuvo la suerte de cara y se llevó un televisor de la tómbola de La Caridad. A la entrega del premio acudió medio barrio.
La tómbola nunca fallaba en la Feria. No había fiestas sin ese bazar de las sorpresas donde la gente, por humilde que fuera, se permitía el lujo de soñar con uno de los regalos estrella que la tómbola utilizaba como reclamo. Cada época tuvo sus premios fetiche, desde las ollas, las cacerolas, las sartenes y los pollos de la posguerra, a las primeras televisiones que empezaron a aparecer en las estanterías de las tómbolas a mediados de los años sesenta, antes de que el invento hubiera llegado a la mayoría de los hogares almerienses.
La tómbola era la esperanza de aquellas noches de Feria en la que todos aspiraban a volver a sus casas con un premio debajo del brazo. Cuando a un vecino le tocaba algo importante todo el barrio se enteraba, aunque fuera una guitarra desafinada. “Siempre toca, si no es un pito es una pelota”, gritaba por los altavoces aquel feriante con dotes de charlatán que te ponía la miel en los labios.
De todas las tómbolas que pasaron en agosto por la ciudad, tal vez la que más huella dejó fue la tómbola que montó la Iglesia. En febrero de 1949 el Secretariado Diocesano de Caridad, un proyecto del Obispo Alfonso Ródenas García puso en marcha una tómbola para los días de Feria bajo el control del obispado que funcionaba con donaciones de particulares y cuyo fin era recaudar fondos para ayudar a las familias más necesitadas de la ciudad. “La tómbola de Caridad es de todos los almerienses que amen a los pobres y deseen aliviar sus necesidades”, fue una de las frases que empleó el obispo en sus continuos mensajes.
El primer paso fue hacer un llamamiento a los comercios, industrias y a las familias pudientes de Almería para que remitieran sus donativos y sus regalos a la sede del obispado. Se les pedía su colaboración material a cambio de obtener otros bienes espirituales. “Católico almeriense y no almeriense: la tómbola de Caridad te brinda la ocasión de adquirir por muy poco dinero gran número de acciones en el mejor de los negocios, el de la salvación de tu alma”, decían los discursos publicitarios que emitían continuamente las emisoras de radio y el diario Yugo.
Además, la generosidad de los donantes no sólo se vería recompensada con los altos honores inmateriales que les aseguraba la Iglesia, sino que también tendrían el premio de escuchar sus nombres en la radio y de verlos publicados en el periódico todos los días como si fueran héroes. Todo el que podía hacía su aportación en dinero o en objetos a la tómbola para participar en tan generosa campaña. “Tu limosna remediará necesidades y contribuirá al alivio de dolores y miserias”, recordaban los sacerdotes en sus sermones parroquiales.
La campaña fue tan importante que la tómbola de Caridad se convirtió en uno de los espectáculos más importantes de las fiestas de agosto. Era un ritual, cada vez que se bajaba a la Feria, darse una vuelta en los caballicos y pasarse por la tómbola donde siempre tocaba algo por escasa que fuera la apuesta. Allí te podías llevar desde un cartucho de arroz o una docena de huevos frescos, que tanta falta hacían en los años de posguerra, hasta un pollo bien cebado en un cortijo de la Vega o un lujoso mantón de manila, artículos inalcanzables para la mayoría de las familias en aquella época.
Los regalos más importantes se dejaban para la rifa extraordinaria que se hacía a la una y media de la madrugada, donde el producto estrella era casi siempre un aparato de radio o una bicicleta de último modelo.
La tómbola de Caridad fue el símbolo de nuestra Feria hasta finales de los años sesenta. Por allí pasaban las familias enteras a por el premio soñado y las parejas de novios que buscaban la máquina de coser que tanta falta le hacía a la novia para montar su propio negocio.
En 1964, un vecino de la calle Braulio Moreno, José Orts Orts, se llevó un televisor Marconi, y a un conocido funcionario, Manuel Salazar Ruiz , le correspondió el gordo de la noche que era una moto ‘Lambretta’. Ese mismo año apareció en la tómbola, incrustado en medio de sus atractivas estanterías, un auténtico coche Seat 600, que estaban de moda entonces.