El ‘Remasa’ y la Liga de septiembre
La Liga empezaba siempre en septiembre, como el colegio, como el año sentimental

El Almería en el trofeo Remasa de 1975. Por orden: Zapata, Selu, Cobo, Doblado, Pino, Pozo, Coco, Sarrachini, Belmonte, Montero y Morales.
El fútbol tenía un orden natural que fue aniquilado cuando el negocio se impuso al sentido común y a los sentimientos y los equipos se convirtieron en máquinas de jugar partidos al servicio de las televisiones.
El fútbol tenía sus largos veranos en barbecho, con dos meses de vacaciones, hasta que en agosto llegaban los partidos amistosos para calentar los motores de cara a la Liga, que siempre empezaba en septiembre, el mes donde inaugurábamos también el año sentimental, el que no aparecía en los almanaques oficiales. Septiembre era el comienzo de un nuevo curso, de una nueva Liga, de una nueva etapa en tu vida. El verano nos cambiaba, nos trastocaba todos los cajones y septiembre los volvía a colocar en su sitio. De nuevo se imponían los horarios: las horas de la escuela, de hacer la tarea, de salir un rato a la calle a jugar con los amigos. De nuevo regresaban los domingos de radio con los pitidos insistentes que anunciaban los goles, con las voces excitadas de los locutores que desde campos lejanos nos cantaban el milagro del balón besando la red con el patrocinio del coñac Fundador.
El fútbol, para los que éramos aficionados, nos aliviaba las penas de tener que volver a los estudios o al trabajo. Se terminaban las vacaciones pero la ilusión por la Liga nos hacía más llevadero ese duro camino que nos llevaba hacia el porvenir. En septiembre llegaban a los kioscos las estampas con los jugadores y los escudos de los equipos. Hubo un año, al menos, que en los cromos salían hasta los estadios de cada club, lo que multiplicó por dos el atractivo para los coleccionistas. En mi barrio y en mi escuela se veneraban las estampas de los jugadores del Real Madrid, pero también tenían mucho éxito las de los jugadores del Athletic de Bilbao, sobre todo la del ‘Chopo’ Iribar, que con su camiseta negra era un mito para el público infantil. Jamás el fútbol español tuvo un portero tan elegante como Iribar, al que los niños imitábamos en la calle dejándonos la piel sobre el asfalto.
El domingo que empezaba la Liga se terminaba el verano y cuando al concluir la jornada apagábamos la radio y mirábamos hacia atrás, nos parecía que las vacaciones quedaban muy lejos y que la Feria hacía mucho tiempo que había sucedido. La Liga nos calmaba la tristeza natural de los domingos si ganaba nuestro equipo y delante del televisor nos olvidábamos durante dos horas de que al día siguiente había que ir al colegio en un tiempo donde solían televisar solo un partido a la semana.
Para muchos aficionados, la Liga empezaba una semana antes de que comenzara a rodar el balón. Era otra Liga, la de la ilusión por hacerse millonario, la que te regalaba el juego de las quinielas cuando en todas las familias se jugaba un boleto. Con qué esperanza íbamos los viernes por la tarde con la quiniela en la mano a sellarla en la oficina de la administración en la Plaza de San Sebastián. Soñábamos con una de catorce que nos cambiara la vida.
El fútbol pertenecía entonces al mes de septiembre, aunque ya en las últimas semanas del mes de agosto en Almería empezábamos a vivir el ambiente con ese aperitivo de la temporada que era el Trofeo Remasa, que los empresarios Requena y Martínez pusieron en marcha cuando decidieron intervenir en el fútbol de la capital en busca de tiempos mejores.
El Trofeo Remasa vivió su primera edición en julio de 1970 con la participación de Hispania, Plus Ultra, Arenas y una selección de jugadores de Almería. Aquel verano, Requena y Martínez ya estaban preparando sacar un nuevo club con el nombre de Almería, lo que sucedió un año después con el nacimiento de la A.D. Almería.
Con la llegada del nuevo club que representaba a todo el fútbol almeriense, el Trofeo Remasa vivió varios años de gloria, trayendo equipos históricos, algunos inalcanzables en aquel tiempo como el Huracán de Montevideo. La afición iba al estadio de la Falange con la ilusión de ver en acción a los nuevos fichajes que habían llegado esa temporada, en la que como siempre, el Almería partía como uno de los favoritos para conseguir el ascenso a Segunda División.
El Trofeo Remasa tuvo seis ediciones, la última en 1975, el último verano que el Almería pasó en el viejo estadio de la barriada de el Zapillo.