Las casas de la banda de música
La banda municipal siempre tuvo el problema de la falta de instalaciones para ensayar

.Puerta principal de la casa de la música que en los años 80 restauró la Junta de Andalucía
La música era una vocación por encima de todo para los profesores que forman parte de la banda municipal, que nunca estuvieron bien pagados y jamás contaron con las instalaciones adecuadas para ejercer su profesión.
Uno de los grandes problemas de la banda fue la falta de un local de garantías para ensayar. Recuerdo, de niño, cuando los amigos del barrio nos íbamos por las tardes a la puerta de la perrera, a espaldas del Ayuntamiento, para escuchar los conciertos que daban los profesores. Ensayaban en un viejo caserón que se extendía a lo largo de la estrecha calle Música, cuyo nombre obedecía, precisamente, a la presencia de los maestros.
Aquel palacio musical, que fue academia de jóvenes talentos, lo fundó en 1941 el maestro don Eusebio Rivera Sánchez, que vino destinado a Almería para ocupar el puesto de director de la banda. Natural de Salamanca, quiso terminar su carrera profesional alejado del ruido, en una ciudad que lo había cautivado cuando en 1920 estuvo destinado como militar en el Regimiento de la Corona.
Todas las tardes, a las cuatro, don Eusebio abría la academia para los niños que empezaban con las primeras clases de solfeo; a las seis llegaban los de 12 y 13 años, de un nivel superior, que eran conocidos como la banda del trabuco; a las ocho y media era el turno de la banda municipal. Durante toda la tarde el sonido de las notas inundaba la calle y los alrededores. La música no cesaba durante horas y formaba parte de la vida de los vecinos como una banda sonora a la que no se puede renunciar.
Juan Puerta, los hermanos Donaire, Manolo Sánchez, Francisco Daza, Joaquín Sánchez, Juan Mañas, Manuel Piñón, Alfonso y Benjamín Abad, Antonio y Marcel López Picón, Francisco Mullor, José Cirre, Luis Gázquez, Antonio Barroso o los hermanos Bisbal fueron algunos de aquellos niños que aprendieron solfeo en la academia de la calle Música.
Cientos de jóvenes pasaron por las clases de don Eusebio Rivera, un profesor y un padre para muchos de aquellos niños. Los domingos de Cuaresma, como estaba prohibido tocar, el profesor los obligaba a cada alumnos a llevar un cubierto de su casa y dedicaba una hora a enseñarles modales.
En los años setenta el viejo palacio se fue cayendo por la edad y por la falta de mantenimiento, por lo que un día los músicos tuvieron que sacar deprisa y corriendo los instrumentos y las partituras antes de que un techo se cayera abajo.
Sin un lugar donde refugiarse, la banda estuvo varios meses sin coger un instrumento hasta que el Ayuntamiento le buscó refugio en otro palacete del casco histórico, una casa señorial en la Plaza Bendicho, entre el palacio de los Puche y el edificio lateral de la Catedral.
Eran tiempos complicados para la banda municipal, que entonces estaba dirigida por don Manuel Celdrán. Atrás quedaba la época del maestro Rivera, que llegó a tener 75 profesores a su cargo. A finales de los setenta el número se había reducido a menos de la mitad y el sueldo de un músico era de seis mil pesetas mensuales más las gratificaciones y las dos pagas extras. Su presencia en la ciudad era cada vez más reducida y durante un tiempo solo se dedicaban a las procesiones y a los pasacalles de la Feria.
Aquella casa de la música de la Plaza Bendicho no fue una solución definitiva, sino un parche, ya que a comienzos de los años ochenta el edificio fue declarado en estado de semirruina, por lo que los sufridos profesores volvieron a quedarse en la calle.