El año que tiraron el Café Español
En febrero de 1975 el histórico bar del Paseo era ya un solar. Con él se iba una forma de entender el tiempo libre

Solar que quedó entre el Paseo y la calle Castelar tras el derribo del Café Español en 1975.
A comienzos de 1975 las palas entraron sin contemplaciones en los salones del viejo Café Español, dejaron sus estanterías hechas añicos y se llevaron por delante el mostrador y toda aquella atmósfera de café antiguo que todavía vagaba en el aire como un fantasma desahuciado.
Aquella actuación era mucho más que el derribo de un edificio: significaba terminar con una forma de entender el tiempo libre que representaba como ningún otro local el negocio de la familia Tara. En el ‘Español’ la vida se hacía eterna alrededor de un café y el tiempo se detenía en cada mesa, cómplice de cada tertulia. Atravesabas sus puertas y entrabas en otro ámbito donde las prisas quedaban lejanas, donde nunca se había escuchado pronunciar la palabra estrés. El ruido de las tazas y los platos se mezclaba con el rumor de las charlas, componiendo su eterna banda sonora. Allí se leían los periódicos que llegaban de Madrid y se despachaban negocios importantes: contratos de obras, camiones llenos de naranjas compradas en el árbol y coches de segunda mano que para el vendedor “andaban” mejor que si fueran nuevos.
Todo lo que sucedía en Almería pasaba por aquel salón y por la terraza que en los días de buen tiempo siempre estaba repleta. “Voy al Español a enterarme de lo que ha pasado”, era una frase repetida entonces. Hasta los bulos se llenaban de fundamento y adquirían el tono de las verdades irrefutables cuando pasaban por el café. Una vez corrió la falsa alarma de que la Caja de Ahorros se había quedado sin fondos y fue tanta la inquietud que causó la noticia que el Obispo tuvo que presentarse en la sede a poner calma. El Café Español nunca pasaba de moda, con su aire antiguo entre colonial y mediterráneo, con su virtuoso equipo de camareros, con su espléndido salón donde a media tarde, cuando todas las mesas estaban ocupadas, el humo del tabaco dejaba un poso de nieblas sobre los veladores y sobre las gargantas de los parroquianos.
El viejo Café Español y su salón lleno de vidas pasó a ser historia el siete de diciembre de 1974, cuando tuvo que cerrar sus puertas con motivo de la demolición de su noble edificio. No solo se perdía un negocio que había sido referencia en la ciudad para varias generaciones, sino que caía otra casa noble de las que originalmente poblaban el Paseo. Otra herida más en la gran avenida que a lo largo de la década de los setenta se fue quedando sin identidad ante la mirada pasiva y el silencio cómplice de aquellos sectores de la sociedad que tenían fuerza para levantar la voz y quejarse. Cuando a comienzos de 1975 entraron las máquinas y dejaron el Café Español convertido en un solar, la prensa escribió con nostalgia del establecimiento desaparecido, pero nadie denunció el atropello brutal que se seguía cometiendo contra el Paseo en el que ya había pasado a la historia el espléndido palacio del Hotel Simón y las casas nobles sobre las que acababan de levantar el mastodonte del Banco de Bilbao, frente a la Plaza del Educador.
En aquellos primeros años setenta se le dio la puntilla definitiva al Paseo que perdió casi todo su encanto y que no volverá a recuperar jamás aunque la peatonalidad pueda traerle un viento de esperanza. En aquella Almería de los últimos meses de Franco, los temas de conversación no giraban en torno al desastre urbanístico que se estaba perpetrando. Se hablaba del embargo de bienes del Casino por impago de los impuestos municipales; se hablaba de lo cara que se estaba poniendo la vida, con pisos modernos que empezaban a acercarse al millón de pesetas; se hablaba de las rebajas fantásticas que había puesto en escena la Tienda de los Pantalones, donde para celebrar su tercer aniversario te regalaban uno por cada compra. En la Almería de 1975 se hablaba de que los tiempos habían cambiado y de que el viejo concepto de familia, que parecía intocable como institución, empezaba a resquebrajarse con los nuevos vientos y las nuevas libertades que ya estaban soplando con fuerza.