El Seminario dejó de creer en Dios
El edificio, inaugurado en 1953, se quedó sin vocaciones y se convertirá en un centro de formación para migrantes

Puerta principal del Seminario Diocesano en la Carretera de Níjar, el día de su inauguración oficial.
El Seminario, la gran obra de la Iglesia en Almería durante la posguerra, el edificio que durante décadas aglutinó todas las vocaciones que iban surgiendo entre la juventud, dejó de creer en Dios el día que tuvo que cerrar por falta de personal. Ya no llegaban alumnos suficientes para mantener en funcionamiento aquel gigante a la orilla de la Carretera de Níjar. Los tiempos habían cambiado tanto que para la mayoría de los niños hacerse sacerdote había dejado de ser rentable.
El Seminario volverá a tener vida pronto, pero en sus aulas no se estudiará Teología ni se hablará de los misterios sagrados. Será un centro de formación para migrantes.
El Seminario nuevo, como así lo llamaban cuando empezó a gestarse, es un poco de todos los almerienses que con sus aportaciones económicas, unos más y otros menos, consiguieron que la gran obra fuera una realidad en una época donde las arcas del Obispado estaban completamente vacías. Durante años, la Iglesia estuvo organizando recolectas y sorteos para recaudar el dinero que hacía falta para levantar un edificio moderno que sustituyera al viejo Seminario de la Plaza de la Catedral, que en los años de la posguerra ya se había quedado pequeño para recibir entre sus muros tantas vocaciones.
También fue complicado encontrar el escenario donde ubicarlo. La intención de las autoridades religiosas era no alejarse demasiado del centro de la ciudad donde estaban la mayoría de las parroquias, pero el coste de los terrenos era mucho más elevado que a extramuros. En la decisión final fue fundamental el aspecto económico, conseguir unos terrenos a buen precio aunque estuvieran más allá de la Carretera de Ronda, que entonces era como salirse de Almería, y enfrente del edificio de la prisión provincial, que fue también una construcción de posguerra.
La Iglesia tuvo que tomar una difícil decisión: dejar su ubicación histórica frente al Palacio del Obispo y emprender una etapa nueva al borde de una carretera en la salida de la ciudad hacia levante. Se perdía protagonismo en el corazón de la ciudad, pero se ganaba la libertad que le ofrecía un paraje que había sido vega y contaba con los metros suficientes para hacer un centro moderno con vocación de futuro. Es verdad que estaba enfrente de la cárcel, pero también formaba parte de un camino donde la presencia de los estamentos religiosos era muy importante: unos metros antes, al otro lado del Barrio Alto, estaba la casa de las Hermanitas de los Pobres y más arriba, pegado a Los Molinos, el manicomio, que también contaba con su propia capilla.
Para poder pagar los más de cinco millones de pesetas del proyecto, hubo que recurrir a las donaciones de la Iglesia y del Estado, y a las aportaciones de los fieles. El cuatro de julio de 1945, el Obispo don Enrique Delgado firmó la escritura de la compra del terreno y tres años después, el quince de mayo de 1948 se colocó la primera piedra sobre un solar de 24.000 metros de superficie, siendo Obispo de la Diócesis don Alfonso Ródenas.
Aunque estaba previsto que el nuevo edificio estuviera concluido en poco más de dos años, debido a los problemas económicos las obras se alargaron durante cinco años, hasta que por fin, el domingo seis de diciembre de 1953, el ministro de Educación Nacional, don Joaquín Ruiz Giménez, inauguró el nuevo Seminario con una gran ceremonia en la que estuvieron presentes todos los seminaristas de la provincia y todos los curas que entonces pertenecían a la diócesis.
Por primera vez, Almería contaba con un edificio suficiente para poder acoger a los niños que se formaban en el Seminario Menor y a los jóvenes que recibían las enseñanzas de Filosofía y Teología en el Seminario Mayor, en una época donde las vocaciones estaban de moda y donde eran muchas las familias que soñaban con que alguno de sus hijos estudiara para ser sacerdote.