La Voz de Almeria

Tal como éramos

La figura del maestro sabio

Un mismo profesor nos daba todas las asignaturas, desde matemáticas a religión

Cuando el maestro se bajaba de la tarima y empezaba a preguntar no se escuchaba ni a una mosca. Escuela de los años 60.

Cuando el maestro se bajaba de la tarima y empezaba a preguntar no se escuchaba ni a una mosca. Escuela de los años 60.La Voz

Eduardo de Vicente
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Nuestros primeros maestros de aquella escuela que nos tocó vivir en los últimos años del Franquismo eran sabios auténticos. Lo sabían todo o eso nos parecía a nosotros que lo teníamos todo por aprender. Entonces teníamos un mismo profesor para todas las asignaturas. Era especialista en enseñar y lo mismo nos explicaba el teorema de Pitágoras que nos daba una lección magistral sobre la figura del Cid Campeador sin equivocarse en una fecha.

Uno de aquellos grandes profesores de la enseñanza antigua fue don Elías, el maestro por el que pasaron varias generaciones del colegio Diego Ventaja. Don Elías era un sabio sin paliativos, un prodigio de la naturaleza que tenía una memoria inagotable, capaz de recitar sin errores las Coplas por la muerte de su padre, el gran poema de Jorge Manrique o de ir enumerando, por orden alfabético, cada una de las provincias que formaban la República Argentina.

Se sabía pasajes completos del Poema del Mio Cid y podía cerrar los ojos y recorrer el mapa de África, de norte a sur, pasando por todos los países y por los principales ríos y mares que los bañaban.

Aunque era un apasionado de las Matemáticas y disfrutaba construyendo y deshaciendo números y cuentas en la pizarra, tenía también vocación de poeta, una vena artística que le permitió componer su obra más querida ‘Romance de Almería’, así como libretas enteras llenas de sonetos.

Su nombre completo era Elías Moreno Manzano y había nacido en 1913, en Los Bérchules, una pintoresca aldea de la Alpujarra. Su padre fue médico de Laroles, profesión que antes habían ejercido ya su abuelo y su bisabuelo.

Su primer destino, una vez que terminó la guerra, fue el pueblo de Torbiscón, donde estuvo hasta 1941, cuando aprobó las Oposiciones y consiguió un destino estable en el pueblo almeriense de Darrical, a mitad de camino entre Sierra Nevada y la costa de Almería. En sus años de juventud, ejerció también el Magisterio en Adra y en La Cañada, hasta que en los años cincuenta se estableció definitivamente en Almería. Perteneció al grupo de profesores del Colegio Diocesano y en su última etapa como maestro impartió clases en la escuela ‘Diego Ventaja’, donde permaneció hasta 1977, cuando coincidiendo con su jubilación, también desapareció el colegio.

El ‘Diego Ventaja’ era una de esas escuelas que pasaban desapercibidas en el Casco Histórico. Estuvo situada primero en la calle de la Reina, al lado del colegio San José, ocupando el piso alto de un viejo caserón, encima de la tienda de Rafael Fenoy. En los años setenta, el colegio se trasladó a la calle Cervantes, al edificio donde hoy se levanta el ‘Giner de los Ríos’.

La escuela formaba parte del engranaje del Diocesano, el colegio que controlaba la Iglesia, pero funcionaba con cierta independencia y no sufría el rigor educativo con el que se empleaban los curas.

El ‘Diego Ventaja’ tenía fama de conflictivo porque un porcentaje alto de sus alumnos eran repetidores y dudosos estudiantes. El equipo de profesores del centro estaba formado por maestros veteranos, expertos en manejar a niños difíciles, aunque a la mayoría ya no le quedaban fuerzas de seguir en la lucha.

Don Elías era uno de los maestros mejor considerados. Daba Ciencias Sociales, Matemáticas, Lengua y Literatura, y gozaba de cierto prestigio entre los alumnos por su inteligencia y su bondad. Le costaba mucho imponer castigos y sólo se mostraba enérgico cuando algún atrevido se la jugaba y a escondidas se fugaba de la clase descolgándose por el balcón, a riesgo de dejarse la vida en el intento.

No tenía el pronto de Don Manuel, al que los niños le habían colgado el apodo de ‘el Biblia’, que era menos tolerante que don Elías. Le llamaban así porque cuando perdía los nervios, algo que se producía varias veces a lo largo de la clase, daba un manotazo en la mesa y entonaba a gritos la frase: “La Biblia en pasta”, provocando un silencio rotundo en el aula.

Don Elías no era hombre de castigos ni de dar palmetazos en las manos para imponer su autoridad. Don Elías era comprensivo con los niños, siempre que hubiera respeto y atendieran a sus lecciones magistrales. En la primera hora de la tarde, después del café, el viejo profesor se agazapaba en el sillón y mientras que los alumnos hacían la tarea, él iba cayendo en un sueño ligero que los niños respetaban con un silencio cómplice.

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