El Padre Méndez y la virginidad
Gran orador y moralista, destacó por su labor a la hora de conducir la virtud de los jóvenes

El Padre Méndez iba al sanatorio de la Bola Azul a bautizar a los niños que estaban internados.
A comienzos del año 1972, cuando una nueva barriada se empezaba a levantar entre la Carretera de Ronda y la incipiente Avenida del Mediterráneo, el entonces alcalde, Gómez Angulo, decidió que su principal avenida, que en el callejero aparecía con el nombre de Prolongación de Paco Aquino, pasara a llevar la denominación de Padre Méndez. De esta forma la ciudad saldaba una deuda con el que había sido considerado el sacerdote más humilde que había pasado por Almería. Por su “entrega al servicio de los más necesitados y su dedicación plena a los almerienses para dar ejemplo de conducta intachable”, fueron las palabras que utilizó el alcalde para explicar el por qué se le otorgaba una calle al ilustre sacerdote de Vélez Rubio que en 1972 ocupaba el cargo de arzobispo de Pamplona.
¿Quién era aquel hombre de iglesia que había llegado tan lejos y que había dejado tanta huella en la diócesis? Su nombre completo era José Méndez Asensio y había venido al mundo en Vélez Rubio el 21 de marzo de 1921. Su temprana vocación religiosa lo empujó al Seminario siendo apenas un niño, pero la guerra civil le cortó las expectativas y lo obligó a refugiarse en su pueblo. En los días más difíciles, cuando cualquier brote religioso era cortado de raíz y la persecución estaba presente en todos los rincones de la provincia, aquel adolescente convencido de la existencia de Dios decidió llevar la Eucaristía a los fieles que estaban escondidos huyendo de la persecución.
Nada más terminar la guerra volvió a los estudios, logrando una plaza como alumno en la Facultad Teológica de Granada, bajo la dirección de la Compañía de Jesús. Las enseñanzas y doctrinas que recibió de los padres Aldana, Colegan y Palacios, considerados como los más duros en disciplinas del alma como la moral, esculpieron la formación del Padre Méndez en aquellos años de continuo aprendizaje.
El 14 de abril de 1946 recibió el Presbiterado de manos del Obispo Enrique Delgado y Gómez, que de esta forma le otorgaba la autoridad para ejercer el sacerdocio. El acto se celebró en el monasterio de las Puras con la presencia de un gran número de vecinos de su pueblo, que quisieron acompañarlo en un momento tan solemne. Fue en la iglesia de Vélez Rubio donde cantó su primera misa, nueve días después, antes de volver a la ciudad para iniciar una carrera fecunda.
El Padre Méndez destacó desde el primer momento por su capacidad de persuasión. Encandilaba con sus palabras, convencía al más escéptico y guiaba a aquellos que estaban dispuestos a continuar por el camino de Dios. Los seminaristas de entonces lo recuerdan como un hombre extraordinario que tenía fama y hechos de santo. Dicen que era la sencillez personificada, espiritual, elegante, pulcro, respetuoso, dotado de una gran inteligencia y una oratoria dulce y atractiva de poeta. Los domingos, después del desayuno, se mezclaba con los niños y les contaba las noticias que traían los periódicos.
Su primera etapa en el Seminario Menor, coincidiendo con su reapertura en los primeros años de posguerra, estuvo coronada de éxitos, aunque su humildad le impedía vanagloriarse de nombramientos y ascensos. Fue Superior y director espiritual del centro que entonces estaba ubicado todavía en la Plaza de la Catedral, fue capellán de las monjas de las Claras y consiliario del Centro de los Jóvenes de Acción Católica. Su labor como profesor y director del Seminario se vio interrumpida cuando por necesidades pastorales, debido a la escasez de clero en la diócesis, fue nombrado temporalmente párroco de la localidad de Oria. En septiembre de 1952 regresó a Almería para convertirse, un año después, en una de las figuras fundamentales del nuevo Seminario que acababa de abrir sus puertas en la Carretera de Níjar.
El Padre Méndez fue el gran impulsor de los retiros y los cursillos que la Iglesia organizaba para alimentar la moral de los jóvenes, junto al Padre Joaquín Reina. Uno de los grandes enemigos para alcanzar el estado espiritual que pregonaban los sacerdotes en aquel tiempo eran los pecados carnales. Los Padres insistían en los graves efectos que para el cuerpo y sobre todo el alma, causaba la masturbación y alentaban a los jóvenes a recurrir a la introspección, a la búsqueda interior para combatir la tentación.
En la sede del Servicio Doméstico, en la calle Infanta, el Padre Méndez daba charlas morales a niñas entre 13 y 18 años. A las nueve de la mañana ofrecía Misa en la capilla y a las once la charla moral donde hacía hincapié en la importancia de la virginidad y en el peligro que suponía besar a los novios. Les decía, entre otras cosas, que si les daban besos a los novios antes de llegar al matrimonio corrían el peligro de quedarse sin alma.
En 1968, José Méndez Asensio, el Padre Méndez, se marchó de Almería tras ser nombrado Obispo de Tarazona, dejando una huella profunda en todos los que lo conocieron.