La Voz de Almeria

Tal como éramos

Los tesoros de la huerta de La Hoya

Antes de la fauna africana en aquel valle había un cortijo con huertas y una balsa con patos

La balsa de los patos formaba parte de aquel entorno mágico de la Hoya, bajo la cara norte de la Alcazaba. Al sur aparecían las casas colgantes del barrio de San Cristóbal.

La balsa de los patos formaba parte de aquel entorno mágico de la Hoya, bajo la cara norte de la Alcazaba. Al sur aparecían las casas colgantes del barrio de San Cristóbal.Eduardo D. Vicente

Eduardo de Vicente
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A los pies del torreón de levante de la Alcazaba, a la altura de la calle de la Viña, aparecía una vereda de no más de un metro de anchura que abriéndose paso entre matorrales y chumberas recorría la muralla de la cara norte del monumento hasta la misma puerta de acceso al tercer recinto.

Por esa senda caminábamos los niños del barrio por el puro placer de la aventura, sabiendo que un traspiés te podía llevar rodando al fondo del valle. Pero merecía la pena el riesgo porque para nosotros, el lado oculto de nuestra Alcazaba era uno de aquellos escenarios mágicos que tenía el encanto de los lugares prohibidos. La huerta, como la llamábamos nosotros, era un territorio privado, con sus propias normas, con su propia vida. Tenía dos casas-cortijo y grandes extensiones de tierra en cuyos bancales se experimentaba con nuevos cultivos. Tenía árboles frondosos que parecían recién salidos del paraíso, donde los pájaros reinaban a sus anchas; tenía palmeras llenas de dátiles que colgaban como estalactitas cuando el fruto alcanzaba su madurez. Tenía almendros que los niños profanábamos prematuramente, laderas sembradas de vinagreras que nos refrescaban el aliento y nos quitaban la sed y una espléndida balsa cerrada con un cañizo, donde los patos festejaban el milagro de vivir.

Entrar en aquel universo era para nosotros lo más parecido al edén que podíamos imaginar. Había que internarse siempre de puntillas y en silencio porque la huerta tenía su guarda, un vigilante que manejaba como John Wayne aquella temida escopeta de cartuchos de sal con la que ahuyentaba a los intrusos disparando al cielo. Aquellas incursiones, con el miedo siempre a flor de piel, nos reforzaban como grupo y cuando al final de la aventura nos tumbábamos debajo de una sombra a disfrutar del botín, nos contábamos la escaramuza con la misma emoción con la que al salir del cine los domingos recordábamos las escenas más emocionantes.

La huerta formaba parte del valle que aparecía entre los cerros de San Cristóbal y de San Joaquín y el de la Alcazaba, en el lugar conocido como La Hoya, aunque popularmente lo pronunciábamos como ‘la Joya’. Todas aquellas tierras y posesiones estuvieron un día en manos del Estado, que cedió parte de los terrenos al Ayuntamiento para que iniciara el proceso de urbanización que tuvo su punto de partida cuando en 1892 se proyectó la calle principal de la barriada con el nombre de Chamberí. A partir ahí surgieron las otras calles que iban ascendiendo hasta los pies del cerro de San Joaquín, componiendo un barrio que estuvo siempre ligado a La Chanca, pero con las diferencias que le proporcionaba su original emplazamiento.

Durante décadas, el viejo arrabal de ‘la Joya’ mantuvo sus formas de vida antiguas y sus gentes vivieron arraigadas al lugar como si fuera su única patria. Hasta los años sesenta, fue un suburbio donde abundaron los personajes curiosos que también fueron célebres en la ciudad. Por aquel tiempo ya funcionaba, en el cerrillo que coronaba el barrio, aquella impresionante finca de dieciocho hectáreas y las dependencias del Instituto de Aclimatación de Plantas que puso en funcionamiento el Consejo Superior de Investigaciones Científicas en diciembre de 1950, lo que los niños del barrio llamábamos coloquialmente “la huerta”.

Al final de la calle de Chamberí, en una de las faldas del cerro de San Joaquín, se levantaba el chalet de este centro de experimentación donde a lo largo del año se llevaban a cabo grandes trabajos de investigación. Durante años se centraron en nuestras abundantes chumberas para darle otra utilidad que no fuera la tradicional de comerse su fruto en verano. Se construyeron cuatro fosas de fermentación del chumbo para poner en marcha un proceso en el que se llegaba a la extracción de alcohol a partir de mostos del chumbo, y a la elaboración de un caucho sintético con probable rendimiento industrial.

Desde entonces, el barrio de la Joya quedó partido en dos: el suburbio que se unía con La Chanca, y al norte, la citada finca y el extenso valle a espaldas de La Alcazaba donde los niños entrábamos sin permiso burlando la vigilancia del guarda. Aquellas aventuras infantiles se terminaron años después, cuando en aquella hermosa vaguada se instaló el centro de recuperación de la fauna sahariana.

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