La Voz de Almeria

Política

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Seducir no es siempre decir la verdad. A veces se parece más al adorno de la mentira y los malos políticos son unos sofistas del copón, orfebres del circunloquio eufemístico para decir lo que no quieren decir. Conforme se acerca la campaña electoral los candidatos se rodean de un tropel de sociólogos, publicistas, técnicos de la imagen, retóricos del lenguaje y demás ralea para confeccionar una buena propuesta televisiva. Los expertos insisten en que todo tiene su importancia mediática desde lo más simple a los más complejo. Las masas aprecian desde el movimiento de ojos hasta el color de la corbata. Que nuestros votos, que tantas trágicas necesidades ocultan, dependan en última instancia de una camisa de seda ya resulta bastante asombroso. Por otro lado, los confeccionadores del programa electoral tampoco se matan por decirle la verdad al ciudadano. Más bien buscan la oscura ambigüedad de ciertas cuestiones sensibles que siempre resultan un refugio dialéctico a la hora del compromiso. ¿En qué se diferencia toda esta tacañería expresiva de la vieja táctica del trilero que hace creer que la moneda está en un vaso para que el jugador se equivoque y luego se vaya más decepcionado que una mona? La seducción política se parece algo a la conquista amorosa.Tras el éxtasis llega la frustración. A mí me gustaría oir a los divorciados en sus horas de soledad: "Me dijo una y mil veces que me traería el desayuno ala cama. Ahora se pasa el día en el bar de la esquina arreglando el país". ¿Qué pasaría si alguna vez los políticos dijeran la verdad?

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