La Voz de Almeria

Almería

El premio del pan y la onza de chocolate

Los futbolistas locales de la posguerra jugaban por el placer del juego y por la merienda

El equipo del Lecrín que en 1944 se enfrentó al Duarín en el campo de San Miguel.

El equipo del Lecrín que en 1944 se enfrentó al Duarín en el campo de San Miguel.

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Los ídolos locales de la posguerra salían del deporte, sobre todo del boxeo, del ciclismo y del fútbol. Fueron la generación del racionamiento, los que supieron lo que era cenar boniatos todas las noches, los que soñaban con unas botas de fútbol de reglamento como las que llevaban los futbolistas profesionales que veían en los resúmenes del No-Do. El fútbol fue el refugio de aquel tiempo, la ilusión de una época de escasas esperanzas donde se jugaba por el puro placer del juego, sin otra recompensa que la satisfacción de ganar y la posibilidad de obtener a cambio un trozo de pan con una onza de chocolate. Aquella sí que era una prima sustanciosa: acabar el partido satisfechos por el triunfo y sentarse en el suelo formando un corro para compartir la merienda de los campeones. El pan y el chocolate fue la gloria de una generación de jóvenes forjados en las estreches del pan untado en aceite y del ayuno.


La mayoría de aquellos futbolistas de barrio eran pluriempleados, auténticos mercenarios del juego que en un fin de semana podían llegar a disputar dos o tres partidos seguidos con varios equipos diferentes. Como las camisetas no llevaban escudos no tenían que besarlos y más que el amor a unos colores, lo que les unía era la amistad y la ilusión por el fútbol. Por la tarde se  dejaban el alma con el Lecrín o con el Oliveros, y a la mañana siguiente se dejaban la vida por el Motoaznar o por la Ferroviaria.


Viendo las fotos de aquel tiempo uno empieza a dudar si los jugadores de  entonces estaban tan delgados por el hambre o porque jugaban demasiado al fútbol. Y lo hacían sin delicadezas, en campos  que eran patatales, con botas que cuando el terreno estaba embarrado pesaban dos kilos cada una, y con balones que parecían de piedra. Jugaban hasta la extenuación y después, los más valientes, se duchaban bañándose en la playa o en alguna de las balsas de la vega.


En aquella época todos los días nacía un nuevo equipo en Almería. Salían de los barrios, de las calles y hasta de las empresas. Los talleres de Oliveros siempre tuvieron un equipo de  gran prestigio que iba a jugar desafíos de nivel contra el Construcciones Navales de Cartagena. La fábrica se nutría de los jóvenes valores que entraban a trabajar en sus departamentos, por lo que disponían de la plantilla más amplia que jamás tuvo un club de la ciudad.
La empresa constructora Duarín también patrocinaba un equipo de fútbol, mientras que la fábrica de la luz puso en escena el Lecrín.  En el Lecrín jugaba el delantero Pepe Flores antes de ser practicante, y el imponente defensa Eduardo Gallart, que antes de dedicarse al boxeo hizo sus pinitos como futbolista. Aunque no tenían un estadio apropiado para programar los partidos, se conformaban con cualquier descampado en un tiempo en el que si algo sobraba en Almería eran los solares y los huertos de la vega venida a menos. Poco importaba el piso, que fuera de tierra, que estuviera lleno de matorrales. El caso era disfrutar del placer del juego junto a los amigos.


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