De fiesta en fiesta: así es la vida itinerante de los feriantes de Almería
Entre caravanas, luces y madrugones, hay un mundo de esfuerzo, familia y pasión que se mueve sobre ruedas

Un oficio sin horarios, y una vida en la carretera.
Las luces se apagan, la música se silencia y el bullicio se diluye hasta quedar lejano. Para el visitante, la feria termina cuando cruza la última caseta, para quienes la levantan, el trabajo apenas empieza. Caravanas alineadas como un pequeño barrio ambulante y noches que se confunden con amaneceres son el telón de una vida que gira al ritmo de las ferias.
Cuando esa semana termina, la magia no desaparece; se guarda en camiones cargados con atracciones desmontadas y zarpa a la carretera. Los feriantes llevan en sus manos algo más que atracciones: transportan un mundo entero que viaja de pueblo en pueblo, sin quedarse nunca demasiado tiempo en el mismo lugar, como un nómada.
Tradición y amor a una vida sacrificada
"Me enamoré de un feriante". Así arranca la historia de Ángela Moreno. La familia de su marido -padres, abuelos, cuñados- trabajaban en el circo, hasta cambiar la pista circular por los recintos feriales. La almeriense, al enamorarse, entró también en esa vida "itinerante" de movimiento, donde se encarga del 'Grand Prix'.
Moreno explica cómo deben trabajar mucho: "Nos cambiamos todas las semanas de vivienda. Es una vida que no es monótona". Aunque cambien de sitio, siempre vuelven a los "mismos pueblos", y eso les causa la sensación de "vivir en el mismo lugar". La 'cañaera' compara su oficio con la hostelería: "El mundo dice 'madre mía, qué vida más dura tenéis', yo pienso que es como quien trabaja en un bar o una discoteca hasta la madrugada, lo que pasa es que la gente ve la feria y ve el problema".

Ángela Moreno, en la taquilla de su atracción 'Grand Prix'.
Ser madre y feriante implica aprender a dividirse entre la carretera y el hogar. Ángela lo sabe bien: septiembre marca un parón en la temporada. Cuando llega la 'vuelta al cole', ella deja la feria y se queda en casa, mientras su marido continúa el viaje. "Mis hijos dicen que quieren ser feriantes, pero a mí me gustaría que tuvieran sus estudios, que luego se quieren dedicar a la feria genial, pues como el que tiene un invernadero y quiere dedicarse a los tomates", expresa con una sonrisa.
Entre caravanas, retos y reivindicaciones
Al observar la feria, Moreno se llena de orgullo, pero también aprovecha para reivindicar su trabajo: "Se nos exige rápido el ingreso por la ocupación de la vía pública, pero no nos dan un espacio preparado con desagüe, agua o luz. Parece que estorbamos". A estas quejas se le suman otros de su gremio, como Juan José Amador, de alimentación 'Sol y Luna': "Aquí no hay horario, hay días que cerramos antes y días que cerramos más tarde, el que no haya nacido en esto, no lo aguanta".
Lo dice sin rodeos: "Semos feriantes". No lo aprendió en un curso, ni lo buscó: nació dentro de este mundo. Su abuelo y su padre se dedicaban a la feria, y ahora él continúa con el oficio junto a su hijo. Acaba de llegar de la Feria de Ceuta y ha montado en Cabo de Gata. Después, tocará la capital. "Es la ruta que tenemos. Cuando mis padres empezaron teníamos juguetes y casetas de tiro", relata. Hoy, su negocio está centrado en la alimentación: patatas asadas, kebabs y bocadillos.

Familia y trabajadores de Juan José Amador, del puesto de alimentación 'Sol y Luna'
En la feria por 'curiosidad'
Entre los pasillos de las atracciones también encontramos historias que surgen sin planearlo. Vanessa María Constantino lleva cuatro campañas en 'Gofres Fenoy'. Lo suyo empezó casi por casualidad, empujada por la "curiosidad" y la cercanía:"Eran mis vecinos, un día los llamé y me dijeron: 'vente si quieres y prueba'. Y ya llevo cuatro años"
Lo que más disfruta es el contacto directo con el público. Su jornada empieza sobre las cinco de la tarde, preparando la lista de lo que falta, y después, recibiendo a la marea de visitantes. Constantino agradece que las rutas sean siempre las mismas: "Así se sabes más o menos dónde vas cada fin de semana". Pero también reconoce que no es sencillo: "Es una vida complicada, sobre todo para los que tienen niños pequeños. Si no tienen dónde dejarlos, tienen que encargarse de ellos entre el jaleo, el ruido y el trabajo".

Vanessa María Constantino, de 'Gofres Fenoy'.
Todos comparten la misma rutina de madrugones, horas interminables, trabajo físico y psicológico, pero también la satisfacción de ver sonreír a quienes disfrutan de las ferias. Historias como las suyas recuerdan que detrás de la diversión y el colorido hay vidas llenas de dedicación y resiliencia, y que cada caseta, cada risa y cada olor a algodón de azúcar es el resultado de un esfuerzo que merece ser reconocido.