Amor sin fecha de caducidad: “No hay soledad que resista a un abrazo de tu nieto”
Por el Día de los Abuelos, las voces de abuelos y nietos almerienses dibujan una relación única, un lazo de afecto que enseña, cuida y deja huella más allá de los años

Antonia en el bautizo de su primera nieta, Ana (2000)
A veces, los recuerdos huelen a bizcocho recién horneado, a colonia de antes, a historias repetidas al calor de la mesa camilla. A veces, el amor no necesita grandes palabras. Basta una mano arrugada acariciando, suavemente, el rostro de alguien que mira con ojos de ternura para entenderlo todo. En muchas casas de Almería, esos gestos sencillos siguen latiendo en la memoria de quienes los vivieron y de quienes aún tienen la suerte de vivirlo. Ana, ahora una mujer, en aquel entonces una nieta, cuenta para LA VOZ que todavía recuerda cómo su abuela le preparaba el pan en la plancha cada día. También alude a cómo, cuando su abuela se hizo mayor, la llevaba a misa y luego la recogía con la misma sonrisa de siempre.
El amor entre un abuelo y un nieto se construye así, porque hay vínculos que no se heredan ni se aprenden: se viven. A fuego lento, como las recetas que pasan de generación en generación o como esas frases que se repiten hasta formar parte del idioma familiar. Entre abuelos y nietos no solo hay sangre: hay vivencias compartidas, silencios cómodos, risas que curan y despedidas que enseñan a querer mejor. Por el Día de los Abuelos en Almería —este 26 de julio— este relato pone el oído en esas voces: las que narran, enseñan y cuidan; y las que escuchan, aprenden y son cuidadas. Esas relaciones siguen marcando infancias y envejecimientos, recordándonos que, de vez en cuando, el mayor acto de amor es simplemente estar.

Ana con su bisnieta (2003)
Abuelos almerienses
En la provincia almeriense, donde el 17% de la población supera los 65 años —más de 134.000 personas, según el delegado territorial de Inclusión Social, Juventud, Familias e Igualdad, Francisco González Bellido—, los abuelos siguen siendo un pilar emocional, educativo y cultural. La suya es una presencia que acompaña sin hacer ruido, pero que deja huella. “Disfrutan del tiempo con los nietos de otra forma: sin prisas, sin obligaciones laborales. Pueden ser figuras de apego, pero también compañeros de juegos y de vida”, explica Verónica Valderrama, psicóloga sanitaria especializada en terapia para adultos en PsicoAlmería. En ese equilibrio entre cuidar y disfrutar, muchos encuentran una segunda juventud, un sentido renovado.
Y no es solo una sensación. Según un estudio del Boston College, una relación cercana entre abuelos y nietos se asocia con menos síntomas de depresión en ambas generaciones. La profesora Ann Buchanan, de la Universidad de Oxford, afirma que los adolescentes que crecen cerca de sus abuelos tienen menor tendencia a problemas emocionales y de conducta. Tampoco es casualidad, pues nietos y abuelos pasan mucho tiempo juntos. En España, uno de cada cuatro abuelos dedica entre seis y siete horas diarias al cuidado de sus nietos, según datos de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología y la encuesta SHARE. Cuidan, enseñan, recogen del colegio, preparan la merienda y siguen construyendo la familia.

María con su bisnieta (2000)
Crear, acompañar, sanar
Y aunque parezca que viven en mundos distintos, separados por años, la realidad demuestra lo contrario. En ocasiones, basta una hoja de papel o un pincel para que desaparezcan las diferencias. Lo sabe bien Sandra Mateo Pellegrino, artista plástica graduada en Diseño Gráfico y Medios Audiovisuales en Almería, que ha facilitado talleres intergeneracionales en los que el arte se convierte en puente. “Cuando trabajan con papel, acuarelas o ceras, desaparecen los años. Comparten un lenguaje emocional que es puro. La brecha generacional se diluye con un rotulador en la mano”. Desde su proyecto ‘Crea Inclusiva’, dentro de la asociación Carboneras Inclusiva, Sandra ha visto cómo adolescentes y mayores desarrollan obras colectivas sin normas ni juicios.
Ese vínculo también tiene un valor terapéutico. Rocío Márquez Díaz, terapeuta ocupacional del Centro de Día Las Salinas, explica cómo los mayores se emocionan al recibir cartas, vídeos u objetos de sus nietos. “Les da alegría. Les hace sentirse útiles”, dice. María José Flores, también terapeuta ocupacional almeriense y nieta cuidadora, lo resume con claridad: “Cuidar a un abuelo es acompañarlo sin restarle autonomía. Es mirar desde el respeto, dejar que sigan eligiendo, decidir con ellos y no por ellos”. La relación entre abuelos y nietos no solo entretiene: activa. Estimula la memoria, refuerza la autoestima, aporta vitalidad. Y, sobre todo, conecta. A través del arte, del cuidado o simplemente de una conversación sin prisa.

Antonia con su segunda nieta (2003)
De cuidado a ser cuidado
Pero ese vínculo que empezó desde la protección del abuelo hacia el nieto también se transforma. Y cuando llega ese momento en el que los abuelos dejan de cuidar para ser cuidados, la relación adquiere otra profundidad. “Mi papel ha cambiado con los años. Antes cuidaba yo. Ahora me cuidan a mí”, dice Salvador, abuelo almeriense de cuatro nietas. No es el único que vive ese tránsito con una mezcla de gratitud y tristeza. Para muchos mayores, pasar del rol de cuidadores al de cuidados supone un duelo silencioso: el de la pérdida de fuerza, de autonomía, de rutina. Y también, el de asumir que ahora necesitan lo que antes ofrecían.
“Es un cambio difícil, sobre todo cuando han sido personas activas, independientes”, explica la psicóloga Rosa Recamán, la cual ha trabajado en Down Almería y ahora es coordinadora de Carboneras Inclusiva. Flores lo confirma: “Lo esencial es mantener la dignidad. Que puedan seguir eligiendo, que no sientan que ya no cuentan. Cuidar no es dirigir. Es estar”. Y si la relación ha sido verdadera, el nieto cuida desde el respeto: “Desde la escucha, no desde la imposición. Estar al lado también es cuidar. Incluso en silencio”, afirma Recamán para LA VOZ.

Rosa Recamán con su abuela en su cumpleaños
Sin embargo, cuando no se está, duele. En Almería, más de un 20% de las personas mayores afirma sentirse sola, según la Junta de Andalucía. Por eso, se han puesto en marcha iniciativas como www.juntate.es, una red de recursos públicos para combatir la soledad no deseada. Porque vivir solo no es lo mismo que sentirse solo. Y a veces, un abrazo de un nieto —o su ausencia— lo cambia todo. Incluso Correos ha querido rendir homenaje a esta figura tan significativa. Con motivo del Día de los Abuelos, ha lanzado un sello conmemorativo que pone en valor su legado, su amor y su papel insustituible en las familias.

Sello de Correos por el Día de los Abuelos
Las voces de los que saben y de los que aprenden
Porque detrás de cada sello, cada iniciativa, cada abrazo, hay historias. Historias contadas por quienes han vivido más y enseñado sin pedir nada a cambio. Historias también de quienes, al crecer, descubren que sus abuelos no solo les cuidaban: les enseñaban a querer. “Lo más importante que tengo en la vida”. “Una alegría infinita”. “Una razón para seguir adelante”. Así definen muchos abuelos de Almería lo que significa para ellos tener nietos. Luisa lo resume con emoción: “Primero fui madre y dejé a mis hijos con mi madre. Ahora soy yo la que cuida de mis nietos y me doy cuenta de lo importante que es protegerlos”.
Para Catalina, que perdió a su marido hace unos años, sus nietos son su refugio diario: “Son lo mejor del mundo. Desde que él falta, son lo que me empuja a seguir hacia adelante”. Lo dice con la voz serena de quien sabe que el amor no desaparece, solo cambia de forma. Y los nietos lo confirman. Ana recuerda las tostadas que le preparaba su abuela en la plancha. Elena asegura que lo que más admira de sus abuelos es “cómo siempre saben sacarte una sonrisa”. Otros hablan de batallitas, meriendas, juegos, consejos silenciosos. De momentos simples que ahora, con los años, entienden como sagrados. “No hay soledad que resista a un abrazo de tu nieto”, dice María, una de las abuelas de Almería.
Y ahí, tal vez, esté todo. Porque ese vínculo se construye despacio, en los gestos cotidianos, en las palabras que se repiten, en los silencios que acompañan. Comienza en los brazos que mecen y, con el tiempo, termina en los que sostienen. Enseña, cuida y deja huella. No envejece. No se olvida. Ni siquiera cuando quien lo tejió con tanto amor ya no está.

Antonio, marido de Catalina, con su nieto