Quiénes son los que dan nombre a las plazas y edificios de Almería
Desde Francisco Villaespesa hasta Carmen Conde, detrás de cada lugar hay una historia de vida

Diferentes rostros de los personajes con los que se han bautizado los edificios y plazas de Almería.
¿Quiénes fueron los que dan nombre a los edificios y plazas más emblemáticos de Almería? Detrás de cada nombre propio que vemos a diario -en una biblioteca, una plaza o un auditorio- hay una historia que nos conecta con el pasado de la ciudad, con su cultura y sus protagonistas.
Desde el poeta modernista Francisco Villaespesa, que inspira la Biblioteca Municipal, hasta el legendario Jayrán, el primer rey de la Taifa de Almería, la ciudad es un mapa de memoria viva. En este recorrido, ponemos rostro y biografía a ocho personajes que dejaron huella en Almería y que hoy siguen presentes en sus calles, entre el ir y venir de vecinos y visitantes.
Francisco de Villaespesa

Francisco de Villaespesa.
El nombre de la Biblioteca Municipal de Almería no fue elegido al azar: evoca la figura luminosa y melancólica de Francisco Villaespesa, poeta nacido en Laujar de Andarax en 1877 y considerado el último gran modernista español.
Su vida, marcada desde la infancia por la pérdida y el desarraigo, lo llevó a habitar muchas ciudades (Granada, Málaga o Madrid), en las que abrazó la bohemia literaria con pasión y con una obra que le ganó el respeto de gigantes como Rubén Darío o Juan Ramón Jiménez. En su piso madrileño, convertido en templo de tertulias, se gestaron versos y amistades, pero también albergó tragedias, como la muerte de su joven esposa, una herida que transformó en poesía.
Villaespesa fue un hombre errante y fecundo, que tradujo poetas en Brasil, fundó revistas en España y luchó contra las estrecheces económicas con la única arma que conocía: la palabra. Su poesía, de exuberancia modernista, resonó durante décadas, y aún lo hace en las estanterías almerienses que hoy llevan su nombre. Murió en 1936, poco antes de que el país se quebrara en guerra, y su entierro fue un homenaje nacional. De esta forma, la Biblioteca Villaespesa no solo guarda libros: guarda memoria.
José Padilla Sánchez

El compositor José Padilla Sánchez.
El Auditorio Municipal de Almería lleva grabado en su nombre el eco de una música que cruzó océanos y se subió a escenarios: José Padilla Sánchez, el Maestro Padilla, nació en 1889 en la entonces Plaza de Sartorius, y desde muy joven mostró un oído privilegiado y una vocación clara.
A los 14 años ya componía, y en Madrid amplió sus estudios de piano y solfeo, componiendo su primer pasodoble dedicado al torero almeriense "Relampaguito". Pronto llegarían sus zarzuelas, sus viajes, y una carrera que lo convertiría en uno de los compositores más internacionales de su tiempo.
Autor de melodías inmortales como La Violetera, El Relicario o el Pasodoble de Valencia, Padilla recorrió París, Buenos Aires y Barcelona, dejando una estela de éxito en cabarets, teatros y cines. Compuso el Himno de Almería en 1942, exaltando con música la belleza de su tierra natal. Relacionado con artistas de la talla de Gardel o Chevalier, su música llegó a más de 35 películas y géneros como la zarzuela o la opereta. Murió en Madrid en 1960, pero su legado aún resuena en la ciudad que lo vio nacer, y que le honra con el título de Hijo Predilecto y con un auditorio homónimo.
Celia Viñas

Celia Viñas.
Celia Viñas fue mucho más que una brillante profesora de Lengua y Literatura: fue un torbellino de modernidad y sensibilidad en la Almería gris de la posguerra. Llegada en 1943 tras obtener el número uno en las oposiciones, se entregó a su alumnado como una misionera, como ella misma decía, sembrando cultura y pensamiento crítico en un instituto que aún recordaba los ecos de la guerra.
Amó la ciudad, renunció a una carrera universitaria en Madrid y volcó su energía en revolucionar la enseñanza: excursiones, tertulias literarias, teatro, poesía... su forma de educar rompía con la rigidez del franquismo y escandalizaba a sectores conservadores. Pero fueron sus alumnos (pescadores y señoritos andaluces, niñas con alpargatas y sobrinas de alcaldes) quienes supieron verla como una madre, una amiga y, sobre todo, como una inspiración.
Catalana de nacimiento, mallorquina de infancia y almeriense por entrega, Viñas dejó una huella imborrable no solo en la educación, sino en el despertar cultural de Almería. Su voz poética floreció con obras como 'Trigo del corazón' o 'Palabras sin voz', mientras que su magisterio transformó a generaciones que aprendieron a amar a Lorca, a Miguel Hernández y a la literatura misma. Murió joven, a los 39 años, sin poder cumplir su deseo de ser madre, pero su legado sigue germinando en sus escritos y en uno de los centros educativos de la capital almeriense: el IES Celia Viñas, en el número 15 de la calle Javier Sanz.
Doña Pakyta

Doña Pakyta posa con coquetería frente a Pérez Siquier en 1987.
Francisca Díaz Torres, conocida cariñosamente como Doña Pakyta, fue una mujer adelantada a su tiempo. Empresaria, ecologista y viajera incansable, dedicó su vida a preservar la belleza áspera y luminosa del Cabo de Gata. Desde el corazón de la Bahía de San José, junto a su marido, combatió el avance del asfalto y levantó un modelo de desarrollo respetuoso, hecho de cortijos rehabilitados, cabras celtibéricas y agricultura ecológica.
Durante más de un siglo -vivió hasta los 103 años- defendió con carácter y ternura 3.300 hectáreas de naturaleza viva. Su legado late aún en la finca El Romeral, en los senderos del parque natural y en el museo que lleva su nombre: el Museo Doña Pakyta, antigua casa norteña que donó a la ciudad y que hoy guarda algunas de las obras de arte más representativas de Almería. Murió donde siempre vivió: en Almería. Hoy reposa en el Pozo de los Frailes, rodeada de ese paisaje que tanto amó y supo proteger.
Nicolás Salmerón

Nicolás Salmerón
Nacido en Alhama la Seca y fallecido en el exilio, en la localidad francesa de Pau, Nicolás Salmerón fue un filósofo republicano, un político honrado y un hombre que dimitió de la jefatura del Estado por no firmar una pena de muerte. Presidió el poder ejecutivo de la Primera República durante apenas 50 días, pero su huella ética perdura más que muchos reinados.
Formado en Almería, Granada y Madrid, fue discípulo del krausista Sanz del Río y profesor de Metafísica antes que parlamentario. Sufrió cárcel por oponerse a Isabel II, defendió la legalidad de los trabajadores y creía en una España moderna, laica y parlamentaria.
En Almería su memoria sigue viva: el Instituto Nicolás Salmerón lleva su nombre, también el parque Nicolás Salmerón, el gran pulmón verde de la ciudad. Y hasta hace muy poco, en la Puerta de Purchena, una estatua lo recordaba como lo que fue: un pensador firme, austero, y coherente hasta el final.
Jayrán al-Amiri

Estatua de Jayrán frente a la Alcazaba
Jayrán al-Amiri fue el primer rey de la taifa de Almería. De niño esclavo de origen eslavo, eunuco al servicio del Califato, pasaría a convertirse en uno de los gobernantes más recordados de la ciudad. A caballo entre la historia y la leyenda, ha sido descrito por unos como ambicioso conspirador y por otros como brillante estratega.
Tras destacar como general en el ejército de Almanzor, supo aprovechar el caos tras la descomposición del Califato de Córdoba para tomar el poder en Almería por la fuerza de las armas. Gobernó entre 1014 y 1028, transformando la ciudad con obras como la ampliación de la mezquita aljama -hoy iglesia de San Juan Evangelista- y la construcción de una impresionante muralla que todavía hoy lleva su nombre y se alza sobre el cerro de San Cristóbal. También acuñó moneda propia y convirtió el puerto almeriense en uno de los más importantes del Mediterráneo, atrayendo comercio desde Egipto, Siria o incluso la India.
A diferencia de muchos gobernantes de su época, Jayrán murió de forma natural y dejó acordada su sucesión sin conflictos, lo que se ha interpretado como una señal del respeto que se le tenía. Hoy, además de la muralla, también una plaza lleva su nombre en el corazón de la ciudad. Su legado sigue presente, como su figura de bronce que mira al mar desde la Alcazaba, recordándonos que, hace mil años, Almería ya era una ciudad fuerte, próspera y abierta al mundo.
Carmen de Burgos

Carmen de Burgos nació en Almería en 1867.
Nacida en Rodalquilar en 1867, Carmen de Burgos Seguí fue muchas mujeres en una sola: periodista, escritora, pedagoga, traductora, activista... y pionera. Conocida bajo el seudónimo de Colombine, fue la primera corresponsal de guerra en España y una firme defensora de los derechos de las mujeres, así como de los más vulnerables.
Tras un matrimonio precoz, la pérdida de dos hijos y un divorcio que rompía moldes en su época, se trasladó a Madrid decidida a cambiar su destino y el de su tiempo. Desde allí, luchó por causas como el divorcio, el sufragio universal, la abolición de la pena de muerte o los derechos de la infancia. En 1920 fundó la Cruzada de las Mujeres Españolas y llegó a presidir la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas.
Maestra de formación, impartió clases en Guadalajara, Toledo y finalmente Madrid, donde también enseñó en la Escuela de Artes y Oficios, e incluso a personas ciegas y sordomudas. Su compromiso social se tradujo en cientos de artículos en medios como ABC, El Heraldo o El Globo, y en más de 50 relatos y numerosas novelas y ensayos que abordaban con valentía el papel de la mujer en la sociedad.
Murió en Madrid en 1932, pero su legado permanece. Hoy, un instituto de educación secundaria en Almería lleva su nombre, rindiendo homenaje a una mujer que rompía moldes y que quiso -y supo- vivir su vida.
Antonio de Torres

Antonio de Torres Jurado (1817–1892), nacido en La Cañada de San Urbano, es considerado el padre de la guitarra clásica tal y como la conocemos hoy. Tras formarse como carpintero en Vera, y después de sufrir numerosas tragedias personales, se trasladó a Sevilla donde inició su carrera como lutier. Allí, en 1856, construyó su famosa guitarra La Leona, que revolucionó el diseño tradicional del instrumento gracias a innovaciones como el varetaje en abanico o el uso experimental de maderas.
Su carrera tuvo dos grandes etapas: la sevillana (1852–1869) y la almeriense (1875–1892), durante la cual alcanzó reconocimiento internacional y fabricó guitarras para grandes concertistas como Francisco Tárrega. Su obsesión por la acústica lo llevó a demostrar que el alma del sonido estaba en la tapa armónica, llegando incluso a construir una guitarra con fondo y aros de cartón. Su modelo fue adoptado y perfeccionado por generaciones de lutieres en España, Francia, Alemania y Estados Unidos.
Hoy, su legado perdura en Almería, donde el Museo de la Guitarra Antonio de Torres honra su figura y expone parte de su obra, convirtiéndose en un símbolo universal del arte y la música nacidos en esta tierra.