La calle más fea que nos dejaron los tiempos del caos urbanístico
La calle Salitre es un ejemplo claro del atropello que sufrió Almería

Parte interior de la calle Salitre, entre la calle Murcia y la Rambla.
La calle Salitre es un lugar fantasma, un rincón que no debería de existir, un insulto al buen gusto; está tan ausente de la ciudad que ni el Padre Tapia en su libro Piedra a Piedra se atrevió a nombrarla. La calle Salitre forma parte de una de las manzanas más antiestéticas que se fueron fraguando en Almería a finales de los años sesenta, cuando el caos urbanístico permitió a los constructores levantar edificios en cualquier sitio y sin ninguna norma que respetara la esencia de una zona que era parte de la historia. Llegaban, pagaban sus licencias y a especular. La calle formaba parte de ese tramo de la calle Murcia donde en otro tiempo las últimas casas se mezclaban con los huertos y el célebre pilar de los Arquitos que daba agua a cientos de vecinos.
El Pilar de los Arquitos ocupaba los terrenos próximos a lo que después, tras las obras de encauzamiento, fue el badén de la calle Murcia, que durante tanto tiempo hizo de frontera natural entre el centro de Almería y los barrios periféricos de levante. En el Pilar de los Arquitos nunca faltaba el fluido y su fértil cauce constituía un tesoro, no sólo para los vecinos de los barrios próximos, sino también para los caminantes y para los arrieros que a diario paraban allí a refrescarse. Todo el que llegaba a Almería por la Carretera de Granada y la Carretera de Níjar, se detenía un rato en el pilar para aliviarse del calor bajo los árboles, quitarse la sed y darle de beber a las bestias en un estanque que servía de abrevadero. El Pilar de los Arquitos adquirió un protagonismo especial en la gran riada del once de septiembre de 1891. Allí llegaron, desbordadas, las aguas de las ramblas de Belén, Amatisteros e Iniesta, que juntaron su furia en aquel lugar, formando un gran caudal que llegó a superar los dos metros de altura antes de continuar su rumbo, a través de un estrecho cauce, por la rambla abajo hacia el mar. El encauzamiento de las ramblas y la urbanización de ese trazado de la ciudad, terminaron con la historia del Pilar de los Arquitos y su mundo de agua y huertas.
Desarrollismo
La calle Salitre, que estaba dentro de aquel universo de huertas y cauces, es hoy una víctima más del gran atropello que sufrió Almería en los tiempos del llamado Desarrollismo. Parece un rincón sacado de una pesadilla, un buen escenario para rodar una película de miedo o de tiros entre bandas enemigas. Su forma es irregular: está dividida ene cuatro tramos en zigzag. Su acceso principal es por la calle Murcia, donde la calle Salitre se abre paso entre dos grandes edificios que apenas le dan protagonismo. En la parte interior la calle Salitre es un monumento al disparate: grandes bloques de edificios, cada uno engendrado de una forma distinta y cual de ellos más horrible, la convierten en un lugar sombrío donde nunca llega el sol. Las paredes de los edificios aparecen desgastadas por el tiempo y por la mano del hombre con pintadas y desconchones que delatan que no han visto la pintura desde que las construyeron. Las aceras no se han renovado jamás y el pavimento está tan desgastado como sucio. En las paredes de los bloques de edificios lo más estético son los aparatos de aire acondicionado que cuelgan de las ventanas y el letrero con el escudo de la ciudad que anuncia el nombre de la calle. Este monumento al mal gusto no se limita solo a la pésima calle Salitre, sino que abarca toda la manzana que se extiende hasta la calle Alcalde Muñoz.