Adiós al puente de mis madrugadas
Con su empinada cuesta para ver pasar los trenes debajo y los coches a todo trapo

Llegando a LA VOZ DE ALMERÍA luce con todo su esplendor el puente.
Salgo de casa con el trabajo en la cabeza. Me paro, bolsillo izquierdo, saco el móvil y me mando una nota personal sobre el titular de la noticia del Almería. El puente queda lejos y con el café negro y el pan de aceite de DICEL toca caminar con ritmo que es bueno para el corazón. Tantas veces lo crucé motorizado que cuando me tocó hacerlo caminando me acordé del que lo hizo porque se hace largo pero tiene buenas vistas.
El puente de mis madrugadas mirando al cielo para que no cayera ni gota. Con el chaquetón hasta el cuello los días de frío y viendo la salida del tren que pasaba justo debajo, y mirando el reloj para llegar antes que Javier Romero y quitar la alarma del edificio.
Mirando las primeras luces de la Residencia Cívitas, con los mejores estudiantes madrugando y al fondo La Cadena SER y LA VOZ, esperando nuestra llegada. Los sábados a mediodía con la paella en el cuerpo los días de calor se hacía duro y muchas veces me bajaba en el ‘7’, como tantas veces tiraba de bonobús para subir con el ‘11’ y bajarme en la rotonda de Canal Sur.
Confieso que le he tomado manía al puente porque Almería es tan bonita que esa Avenida del Mediterráneo la notaba fracturada por ese paso elevado debido a las vías del tren. Son 5 minutos de camino que me pienso ahorrar y evitaré dos semáforos. Algo es algo.

El caso es que las vistas desde arriba no son malas.
Invierno
Frío todo el que quieras pero caminando rápido no se nota. Lo malo era la lluvia aunque hay muchos pisos y árboles protectores hasta la rotonda del ‘Rafael Florido’, donde te la juegas con casi un kilómetro que se eleva y no ves el final si hay niebla; y si sopla el viento te corta la cara.
Me hubiese venido mejor que la zona peatonal hubiese quedado a la derecha dirección al mar para evitar dos semáforos de paciencia, pero como en Almería no hace tanto frío la humedad se soporta y salvo algunas averías en el pavimento siempre ha dado la talla ante los almerienses el puente de mis madrugadas.
Verano
A mitad del puente ya te acuerdas del que lo hizo porque sudas la gota gorda. Cuando ha pasado el ‘11’ de largo y tienes que volver a casa caminando te quema el aire y todo es cuesta arriba a pleno sol, como por la mañana la oscuridad lo domina todo. El fresquito de La Molineta duraba poco al llegar a la Cruz de Caravaca y luego entre los pisos del Barrio Alto, hasta entrar por la ermita de la Virgen de la Luz: más calor. Total, 35 minutos cuesta abajo y cinco más al regreso.
Los sábados a mediodía con la bolsa del bocadillo y la pieza de fruta se hacía interminable y confieso que más de una vez me la jugaba cruzando por su final para no rodear con el semáforo aprovechando que estaba rojo para los vehículos.
Lluvia
Tienes la opción de Inelsa Zener para refugiarte con el gorro del chaquetón y esperar a que pare, pero si te pilla a mitad del puente te pones como una ‘sopa’. Los edificios y los árboles me han protegido siempre, pero más de una vez empezaba a chispear y me lanzaba a la aventura, llegaba empapado y tenía que tirar de toallitas de papel para ‘recomponerme’ antes de que llegara Javier Romero y me recriminara no llevar el paraguas.
El puente de la Avenida del Mediterráneo forma parte de mi vida porque desde que nos trasladamos al Edificio Laura donde ahora están LA VOZ y la SER lo he cruzado en coche o a pie. Y para que nada falte, ahora que estoy escribiendo la página giro la cabeza y lo veo por la ventana, ya que la redacción da al famoso puente.
Cuando acabado el ‘SER Deportivos’ salgo corriendo para pillar el autobús miro antes por la ventana por si pasa y me lo tomo con calma. No es lo mismo comer a las cuatro y media que a las cinco menos cuarto porque la cena llega a las ocho. Hasta las comidas me las marca el puente que afronta sus últimos coletazos tras una intachable hoja de servicios en Almería.

El tren que en Almería tiene la culpa de todo ya no volverá a cruzar el puente.
Bonobús
Los dos semáforos son lentos y toca rodear estando la radio para tocarla justo a su final. Abres la puerta del edificio y te lo encuentras de frente. He visto muchos accidentes en la rotonda final y no han sido agradables pero de eso no hablamos. Qué desgracia.
Mi arma secreta contra el puente ha sido siempre el bonobús de mi hija María que al estudiar estudiando en Suiza me lo prestó y lo iba recargando de diez en diez viajes. Lo malo es que el ‘11’ no lo pillo siempre y el ‘7’ cuando salgo ya va camino de Villa María. Y lo peor de esta historia es que cuando salgo a caminar sin rumbo lo elijo dentro del kilometraje a realizar. Los últimos días del puente de la Avenida.