Un espléndido mirador con su cagadero y sus escombreras
Una de las cuevas de la subida a San Cristóbal, convertida en un improvisado váter

Los residuos de la obra están presentes a lo largo de toda la subida al mirador.
El mirador de San Cristóbal es una vieja aspiración de la ciudad que se ha hecho realidad, un sueño cumplido del que tendríamos que estar orgullosos si no fuera por las graves deficiencias que presenta, en algunos casos, auténticas chapuzas que minan el dinero invertido y el esfuerzo realizado. Nadie puede dudar de la belleza del escenario ni de lo necesario que era rescatar ese trozo de historia de la ciudad que languidecía estancado en la miseria. En eso todos estamos de acuerdo. Pero la grandeza de la obra no debe ocultar los defectos que el ansiado mirador ofrece al visitante desde el minuto uno.
Nada más comenzar la ascensión por los escalones que desde la calle Pósito conducen a la cima, salta a la vista a lo largo de las laderas del cerro los escombros que ha ido generando la obra y que se han dejado allí, como si formaran parte también del conjunto monumental.
En las montoneras de lastra se pueden encontrar todo tipo de residuos, desde plásticos hasta restos de cristales, envueltos en un revistimento de tierra que amenaza con invadir las escaleras cuando llegue la primera tormenta. Esta realidad le da al mirador un aspecto insoportable de obra inacabada, de chapuza, de hacer las cosas a la ligera sin la inspección adecuada.

Los excrementos de perros han colonizado ya el mirador de San Cristóbal.
Los escombros son una constante en la subida y alcanzan el éxtasis absoluto arriba, junto al monumento del Sagrado Corazón de Jesús, donde se pueden contemplar hasta los montones de cemento que se han empleado en los trabajos, ya resecados por el sol. ¿Es posible que ningún responsable municipal se haya fijado en estos detalles o que es que da lo mismo el resultado y lo único importante es sumar una obra más?
El espléndido mirador de San Cristóbal no solo se ve ensombrecido por esa impresión de obra inacabada que le dan los escombros. Otro problema que arrastra desde su apertura al público es el de la limpieza. Los dueños de los perros ya han colonizado el monumento y los excrementos de los animales se han convertido en el pan nuestro de cada día a lo largo de la subida. De nada sirve el trabajo diario de los equipos de limpieza que pasan a primera hora de la mañana si el primero que llega deja a su perro que haga allí sus necesidades y después las deja tiradas en el suelo para que quede constancia de su presencia. Para colmo de males, la gran cueva que aparece en mitad de la subida, en el costado izquierdo del cerro, se ha convertido en un cagadero público. Hay vecinos que suben allí a hacer sus necesidades, seguramente como ocurría hace cincuenta años cuando el barrio era un muladar. Los responsables del proyecto se inventaron una alambrada para impedir el acceso a la gruta, pero se trata de un recurso absurdo, casi de dibujos animados, ya que la valla no llega a cerrar del todo el espacio y deja dos huecos abiertos en los laterales para que todo el que quiera puede meterse dentro y descargar.

La cueva mal cerrada que se ha convertido en cagadero público.
En esa lista de chapuzas que presenta nuestro querido mirador de San Cristóbal destaca también el que aparece en el rótulo de una calle. El Ayuntamiento, para adornar el lugar con un poco de memoria, ha colocado carteles con los nombres de algunas de las calles que antiguamente componían el barrio de San Cristóbal. Hasta ahí perfecto. La única pega es que hasta en eso se han equivocado y han bautizado a la histórica calle Mirasol, que fue rincón principal por su fuente de agua, con el nombre de ‘Miralsol’. Se les ha colado una letra.