La Voz de Almeria

Almería

Los primeros que vieron la tele en color

En Almería íbamos a los escaparates de las tiendas a ver aquello de la tele en colores

La tele en blanco y negro con sus transformador de la casa de la maestra Elena Capel, en la calle Cámaras.

La tele en blanco y negro con sus transformador de la casa de la maestra Elena Capel, en la calle Cámaras.Eduardo de Vicente

Eduardo de Vicente
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Una tarde, cuando regresaba con mi madre de la consulta del médico don José Abad, al llegar a la Plaza Flores nos sorprendió ver un grupo de personas que se amontonaba delante de la tienda de electrodomésticos Costasol TV. De lejos pensamos que allí tenía que haber pasado algo y efectivamente, había pasado algo extraordinario, que el dueño del negocio había colocado una televisión en el escaparate que emitía en color un episodio de la serie infantil ‘La casa del reloj’, que tanto nos gustaba a los niños a comienzos de los años setenta.

Fuimos muchos almerienses los que descubrimos los primeros televisores en color en el escaparate de una tienda cuando los dueños las utilizaban como gancho para atraer a los compradores. En noviembre de 1973, el dueño de Comercial Estrella, un gran establecimiento que se instaló por aquel tiempo en la calle de Altamira, a espaldas del colegio la Salle, tuvo la brillante iniciativa de programar para sus clientes una sesión nocturna en su tienda para ver un capítulo de la serie policiaca Cannon, que estaba de moda en aquella época. El acontecimiento tuvo lugar a las diez y media de la noche del 28 de noviembre del 73, y el aparato escogido fue un televisor de la marca Zenith, que en aquel tiempo gozaban de cierto prestigio entre el público porque venían de Estados Unidos y ya sabemos que todo lo que viniera de fuera, sobre todo si era americano, tenía más posibilidades de triunfar que lo que se fabricaba en España.

Recuerdo que al principio te producía una sensación extraña ver llenos de colores a los personajes a los que estabas habituado a ver en blanco y negro. Los niños, cuando veíamos los dibujos animados de los Picapiedra y luego los de Heidi, sacábamos los colores de nuestra fantasía, imaginando los verdes prados de Suiza como si los estuviéramos viendo de verdad y los coloretes de las mejillas de Heidi y Pedro después de tomarse un cuenco de leche. La tele en blanco y negro avivaba el fuego de nuestra imaginación, lo que provocó, que el día que por primera vez vimos la tele en color algunos nos lleváramos una pequeña decepción porque como suele ocurrir, era más sugerente la imaginación que la realidad.

Mi primer encuentro con una retransmisión en color fue en el bar Casa Juan de la calle Almedina, en una noche de Copa de Europa donde el Madrid jugaba contra el Bayern de Munich. En un momento del partido di una carrera y me acerqué al bar para descubrir cómo era un partido de aquel nivel con todos sus colores y me llevé una impresión extraña. Por un lado me cautivó ver el rojo imponente de la vestimenta del equipo alemán y por otro me defraudó descubrir que el colorido no era nítido del todo, que a veces se mezclaban las tonalidades porque todavía la tecnología de los aparatos que habían llegado al mercado estaba lejos de la perfección. Recuerdo que solía decirle a mis amigos que yo prefería ver un partido en blanco y negro que en una tele en color.

Al principio eran pocas familias las que en Almería podían permitirse el lujo de cambiar de aparato y sumarse a la modernidad. En 1976, una televisión en color, por barata que fuera, no bajaba de las setenta mil pesetas, una cantidad astronómica para la época. El gran salto, la revolución del color, se produjo en el verano de 1978, cuando en muchos hogares se recurrió al préstamo o al pago a plazos para embarcarse en la aventura de un nuevo televisor para poder ver en color los partidos del Mundial de Argentina, para el que se había clasificado la Selección Española. Entonces se vendieron mucho los aparatos Zenith Chromacolor, que venían con la vitola de la alta fidelidad, y que vendían en la calle Trajano, en la tienda de Francisco Sánchez Manrique.

En esa carrera que iniciaron los establecimientos de electrodomésticos de la ciudad para vender televisiones antes del Mundial, uno de los destacados fue Bazar Almería, que puso en escena el aparato Philips K-11, con un color “real, natural, con matices y definiciones perfectas, donde verá los partidos como si estuviera en el estadio”, contaba la publicidad.

Bazar Almería trabajaba también las marcas Telefunken, ITT, Vanguard y Elbe, que eran más económicas, pero ningún televisor bajaba de las 65.000 pesetas. Para dar facilidades se podía pagar a plazos desde 2.150 al mes y además te daban una pequeña cantidad si entregabas el aparato viejo, aquella tele en blanco y negro que tanto había unido a las familias y que tanto esfuerzo había costado conseguir en su día.

Encaramos la década de los ochenta con el color instalado en nuestros comedores, aunque la eclosión definitiva, la instalación de los nuevos aparatos de forma masiva no llegaría hasta el verano de 1982, cuando envueltos en ese clima de euforia colectiva que trajo el Mundial de España, casi todos, hasta los hogares más humildes, tuvieron el premio de su televisor en color.

Fue ese verano del 82 cuando la tele en color llegó a mi casa. Era un enorme aparato Philips que costó cerca de veinte mil duros. En aquel magnífico aparato le vimos los colores a los niños de Verano Azul y a aquellos malvados de la serie Dallas, donde la riqueza y la ambición sin límites se mezclaban con las mujeres más bellas que jamás habíamos visto.

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