La Voz de Almeria

Almería

Los bancos con el escudo de Almería

Se colocaron en el Paseo en 1911 y estuvieron en pie hasta comienzos de los años 70

Los hermanos Carrión jugando en uno de los bancos antiguos de hierro y madera que había en el Paseo. Años 60.

Los hermanos Carrión jugando en uno de los bancos antiguos de hierro y madera que había en el Paseo. Años 60.Eduardo de Vicente

Eduardo de Vicente
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El escudo de Almería lo podíamos ver en la fachada del Ayuntamiento, en las dalmáticas de los maceros cuando salían en procesión, en los uniformes de los músicos de la Banda Municipal, en la carroza y en el camarín de la Patrona y en aquellos antiguos bancos del Paseo que soportaron estoicamente el paso del tiempo y de las revoluciones.

Aquellos bancos de hierro y madera sobrevivieron a los bombardeos de la guerra civil y fueron refugio de mendigos y gentes sin techo en los días de la posguerra, cuando debajo de una manta pasaban la noche a la intemperie sin otro colchón que las incómodas tablas de los bancos, expuestos a que los números de la policía municipal se los llevaran al calabozo de la calle Juez y le aplicaran la ley de vagos y maleantes.

Aquellos bancos formaron parte de la vida de varias generaciones desde que en 1911 los diseñara el arquitecto Trinidad Cuartara para embellecer a la artería principal de la ciudad que en aquel año fue sometida a una profunda reestructuracion. Eran bancos de hierro de doble asiento formado cada uno por cuatro listones de madera, con respaldos de tres listones.

Se construyeron un total de treinta y dos bancos de dos metros y diez centímetros de longitud, con un coste al municipio de dos mil pesetas. La estructura de hierro se forjó en los talleres de Oliveros y en la fundición de Carlos Balshen, en el barrio de las Almadrabillas. La singularidad de los bancos no estaba solo en su doble asiento que te daba la opción de colocarte mirando al Paseo o con la vista puesta en los edificios. Su principal característica era los escudos de hierro de la ciudad que lleva incorporados, tres escudos de hierro entre la estructura metálica que separaba los dos respaldos.

Aquellos bancos vinieron a completar una de las reformas más notables que afrontó el entonces Paseo del Príncipe. Se puede decir que fue en 1911 cuando nació el Paseo moderno, cuando las calles laterales, por donde entonces transitaban los carruajes, se transformaron en aceras y cuando la parte central, que era la zona acotada a los paseantes, se abrió a la circulación para mejorar la intensa actividad comercial que ya empezaba a tener la avenida.

Aquellos bancos de 1911 vinieron a remplazar a los que se colocaron en diciembre de 1889, cuando el Ayuntamiento decidió darle una nueva imagen a su gran avenida y de paso terminar con una costumbre muy arraigada en aquellos tiempos, cuando los vecinos de la zona mantenían la tradición de formar corros en la vía pública en las noches de verano, con las sillas que sacaban de sus casas. Había veladas en las que se juntaba una multitud sentada en mitad del Paseo, entorpeciendo  el tránsito y dando una imagen que a juicio de los gobernantes no era la más apropiada para una calle como el Paseo, que era la principal de la ciudad.

Aquellos bancos de hierro y madera que se colocaron en 1911 estuvieron presentes en la vida de la ciudad hasta que a comienzos de los años setenta una nueva reforma del Paseo se los llevó por delante y los sustituyeron por otros más modernos de un solo asiento. Aquellos bancos de Trinidad Cuartara habían sido testigos de las transformaciones  del Paseo a lo largo de setenta años. Vieron pasar episodios fundamentales de la historia de la ciudad: la gripe de 1918, la visita de Alfonso XIII cuando en 1922 vino a homenajear a los soldados del Regimiento de la Corona, la proclamación de la República en 1931, los años de la guerra civil, la dura posguerra, las visitas del Caudillo y la eclosión social de los años 60, cuando la clase media se incorporó por derecho a la vida del Paseo, de sus cafés, de sus comercios y de sus bancos. En los últimos tiempos, los bancos dejaban ver las heridas que le habían provocado los años por lo que el Ayuntamiento decidió que era más rentable cambiarlos por unos nuevos que acometer su restauración.

Los nuevos bancos del Paseo se convirtieron entonces en lugar de encuentro de jubilados que se reunían allí por las mañanas, y por la tarde en refugio de los adolescentes que con los bolsillos medios vacíos se pasaban las horas hablando y comiendo pipas.

Los bancos más demandados fueron sin duda los de la Plaza del Educador. Los adolescentes de finales de los setenta y de la década siguiente escogimos aquel lugar como punto de citas y convertimos sus bancos de madera en cuartel general donde durante la semana se organizaban las fiestas de los sábados por la tarde. Cuando no teníamos nada que hacer, nos íbamos a la plaza, nos comprábamos una bolsa de pipas calientes en el kiosco de enfrente y veíamos pasar ese río de la vida que transcurría por el Paseo.

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