La Voz de Almeria

Almería

Los últimos inquilinos del balneario

El ‘Diana’ estuvo funcionando hasta 1956, convertido en baños para reumáticos y nerviosos

El Centro Náutico y el balneario convivieron en la posguerra en la playa de Las Almadrabillas.

El Centro Náutico y el balneario convivieron en la posguerra en la playa de Las Almadrabillas.Eduardo de Vicente

Eduardo de Vicente
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En 1958, cuando las autoridades de Sindicatos se quedaron con las llaves del edificio del balneario, se encontraron, en una esquina del salón principal, debajo de una sábana desvencijada, el viejo piano arruinado, aquel sagrado instrumento que había amenizado tantas noches de fiesta en los días de gloria del ‘Diana’ y que ya formaba parte de la historia del local como el único superviviente del naufragio.

Un año cerrado había sido suficiente para que el balneario se llenara de fantasmas, para que la humedad se cebara con las paredes y desaparecieran las rejas de las ventanas y los grifos de los baños. La última vez que el ‘Diana’ había abierto sus puertas al público había sido en el verano de 1956, cuando aquel viejo edificio se resistía a morir y sobrevivía convertido en baños terapéuticos que los médicos recetaban para aliviar las dolencias de los enfermos reumáticos y aquellos que sufrían de los nervios. Ya no se celebraban bailes en sus salones ni las hijas  de los terratenientes de los pueblos venían en julio a disfrutar de sus instalaciones.

En sus últimos años de vida, el viejo balneario, que durante tantas décadas reinó en solitario sobre la arena de la playa de Las Almadrabillas, había quedado en un segundo plano, eclipsado por la moda que trajo el Centro Náutico, que se había convertido en el lugar de referencia de los domingos playeros de los almerienses gracias a su espectacular terraza frente al mar,  a su extensa pizarra de tapas y raciones y a los bailes con orquesta de los fines de semana.

El balneario Diana tuvo una lenta agonía que había empezado con la guerra civil. Lejos habían quedado los días de esplendor, cuando era el lugar preferido de la aristocracia provincial. El edificio se levantaba como un monumento a unos metros de la espléndida playa de Las Almadrabillas. Destacaba su pórtico de estilo Dórico, que daba acceso a un amplio salón de baile de más de treinta metros; en la parte izquierda de dicho salón aparecían los baños calientes con veinte habitaciones provistas de pilas, tocador y ventanales de hermosos cristales policromados. Tenía, además, cincuenta casetas de madera para baños fríos, frente al mar, y un cobertizo con tumbonas y columpios, rodeado de una valla de madera. Contaba también con un servicio de barqueros que paseaban a los clientes por la bahía.

Cuando acabó la guerra, el balneario Diana presentaba un grave estado de deterioro debido a los destrozos que se habían realizado en casi todas sus instalaciones. Sin capacidad económica para afrontar las obras que necesitaba el local, el propietario del establecimiento destinó los baños que tenía útiles para que allí se asearan los enfermos pobres de la beneficencia municipal, actividad que no generaba grandes  ingresos. En noviembre de 1939, el dueño del balneario envió una factura al Ayuntamiento de 126 pesetas, el coste de los 63 baños que se habían dado a los pobres. En febrero de 1943, el jefe de los servicios sanitarios municipales inspeccionó el balneario y emitió un informe en el que precisaba las obras de higienización que se tenían que realizar para que el balneario pudiera seguir abierto. La remodelación exigida requería un coste de 68.451 pesetas, cantidad que el dueño del negocio solicitó al Instituto de  Crédito de Reconstrucción Nacional. Fue el comienzo del fin del gran balneario.

En los años cincuenta se mantuvo en pie, sobrevivió con los baños terapéuticos, hasta que sus propietarios no pudieron sostener su mantenimiento ni emprender la remodelación de sus instalaciones como exigían los nuevos tiempos.

En diciembre de 1957 se autorizó a la Delegación Provincial de Sindicatos para que llevara a cabo las negociaciones con el fin de adquirir los terrenos en los que se proyectaba construir un parque deportivo sindical. Esos terrenos incluían la parcela donde estaba el balneario y la superficie del campo del Gas, que estaba al lado, una parcela que había cedido el Ayuntamiento a la Obra Sindical.

El proyecto del parque deportivo pasaba por el Centro Náutico y por levantar a continuación un gran complejo, una vez derribado el balneario, para ubicar un frontón, dos boleras, dos campos de baloncesto, dos pistas de tenis y una de patinaje artístico, un bar con restaurante, balnearios para hombres y mujeres y un parque infantil. Sobre el papel, la idea era perfecta para una ciudad que no tenía instalaciones deportivas, pero como ha ocurrido tantas veces a lo largo de la historia, al final, el proyecto se quedó reducido y nos tuvimos que conformar, muchos años después, con lo que fue nuestra querida y recordado piscina sindical.

El balneario Diana se cerró definitivamente en 1957. Se quedó varado a la orilla de la playa, esperando que fuera realidad ese gran proyecto de parque deportivo que no terminaba de concretarse. Mientras tanto, el edificio sirvió de refugio a vagabundos y fue profanado varias veces por los que buscaban los pocos objetos de valor que quedaban dentro.

Para darle vida, para evitar que se viniera definitivamente abajo, la Obra Social de Educación y Descanso volvió a abrir las puertas del Diana en enero de 1959 para que los miembros de su agrupación de judo pudieran realizar allí sus entrenamientos diarios.

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