Juan Carmona y La Negra ponen el broche de oro a un festival único en el Cabo de Gata
Los artistas cierran, la noche del sábado 26 de julio, el ciclo de 'Clásicos en el Parque' con un programa de boleros

Juan Carmona y su guitarra; La Negra
Suenan las palmas. La voz se alza. Una guitarra comienza a dibujar acordes con ese pulso inconfundible que solo se aprende de oído, de herencia, de sangre. Y cuando esa guitarra la toca Juan Carmona, que viene de una de las sagas más importantes del flamenco —la de los Habichuela—, y la acompaña una voz única, honda, mestiza, como la de La Negra (Amparo Velasco), algo más que música se pone en marcha. Es una conversación antigua. Una historia que pide ser contada con el cuerpo.
Este sábado, 26 de julio, a las 22:00 horas, el Anfiteatro de Rodalquilar se prepara para acoger el último latido del festival ‘Clásicos en el Parque’. Y ese latido se llama ‘Boleros Usados’: un espectáculo que convierte los clásicos del desamor en un viaje emocional donde caben el flamenco, el soul, el pop y la libertad.
—Me llamó Javier Rovira [director del festival] y me dijo: “Juan, quiero que vengas a cerrar el festival con algo especial” —recuerda Carmona, entre risas y respeto—. Y hablé con Amparo. No podía ser otra. Es una bestia.
La Negra asiente con una sonrisa que también es memoria. Porque en esas canciones —’Se fue’, ‘Dos gardenias’, ‘Bésame mucho’, ‘Inevitable’— está la historia sentimental de varias generaciones. Son los boleros que sonaban en las casas. Los que marcaron infancias y despedidas.
—Para mí son un regalo —dice ella—. Las escuchábamos de pequeños. Se nos quedaron dentro. Poder cantarlas ahora, con Juan, es un privilegio.
Bolero, alma y entorno
Lo que suena en escena no es una fusión forzada. Es una conversación entre acentos. Carmona viene del flamenco ortodoxo, pero fue también pionero del nuevo flamenco con Ketama. La Negra, criada entre Brasil, México y Estados Unidos, trae en su voz el eco del soul, del jazz, del bossa. Juntos, por primera vez, descubren el uno en el otro una forma distinta de decir lo mismo: la emoción. Él lo confirma: “Hay algo especial entre nosotros. Y además, somos familia”. Ella dice que en los ensayos todo ha fluido: “Sonaba a gloria. Cuando se sumen los músicos, eso va a ser una maravilla”.
Una maravilla única porque, ambos, saben cómo comportarse sobre un escenario. Aunque pasen los años siguen teniendo el mismo respeto al público, al suyo. El temblor sigue ahí. El miedo escénico, como señala Carmona: “Es síntoma de que uno sigue amando lo que hace. Si un artista pierde el miedo, lo pierde todo”.

Juan Carmona tocando la guitarra
Ellos lo tienen. Sienten los ensayos como si fuese la primera vez que actúan. Por eso, esperan una noche mágica, con músicos de verdad. Porque el escenario lo merece. Y el entorno aún más.
El Anfiteatro de Rodalquilar hace estremecer a cualquiera. “La primera vez que actué aquí, lo primero que me impresionó fue el silencio”, confiesa Carmona. Los flamencos están acostumbrados al bullicio. Y lo que ocurre en Rodalquilar es todo lo contrario. Ese silencio te paraliza. Es un sitio con embrujo, con arte. La Negra lo siente igual: “Cantar aquí, esas canciones, con esa compañía, es perfecto. Sientes que formas parte de algo”.
El arte no debe perderse
Ser parte de algo más que música. De algo que se queda en cualquiera que los escuche. Y para que se quede, se debe cantar, se debe tocar. Por ello, lo tienen claro: lo que no se muestra, se olvida. Si el cancionero popular no se sigue manteniendo, como harán ellos en Rodalquilar, se borrará de la memoria colectiva.
Para Carmona, el problema está en que “ya no se graban discos como antes, no suena flamenco en la radio, y eso hace daño”. Pero no pierde la fe: “A quien le cueste una soleá, que escuche Ketama. Y luego, que entre. El flamenco enamora. Solo hay que encontrar la puerta por la que entrar”.
Y si alguien sabe de puertas, es él. Acompañó a Camarón en fiestas. Aprendió el arte del acompañamiento con su padre, Juan Habichuela. Compartió gira con Morente. Todo, dice, fue aprendizaje: “Me enseñaron a tocar el cante. Eso me ha servido para todas las ramificaciones del flamenco. La humildad de aquellos genios es lo que más me marcó”. La Negra, por su parte, ha sabido mantener una voz libre, sin etiquetas. Desde Casa Limón a su etapa más personal, ha explorado los márgenes sin dejar de ser ella.

La Negra, Amparo Velasco
Este sábado, cuando caiga la noche sobre las piedras del anfiteatro, no se cerrará un festival épico. Se escuchará una forma de recordar. Una manera de resistir. Boleros que ya no son lo que fueron, pero siguen diciendo lo mismo: que el amor, el dolor y la belleza siguen aquí, esperando ser cantados.
Y ahí estarán ellos, guitarra y voz, sangre y alma. Juan Carmona y La Negra. Dos artistas que no necesitan explicar nada, porque lo hacen con la verdad de quienes han vivido la música desde dentro. La última noche del festival será suya. Y la de todos los que sepan escuchar.