Bajo el cielo de Cabo de Gata, Almería escucha: Josu De Solaun y su piano en 'Clásicos en el Parque'
El pianista español-estadounidense actúa este viernes 25 de julio, a las 22:00 horas, en el Anfiteatro de Rodalquilar con un programa íntimo y poderoso

Josu De Solaun con el piano
Hay un instante, justo antes de que suene la primera nota, en el que el mundo se silencia. El pianista respira, posa las manos sobre las teclas y el aire se tensa. No hay todavía música, pero ya está pasando. Una promesa. Un vértigo. Un acto de fe. Para Josu De Solaun —pianista nacido en Valencia en 1981, con carrera internacional entre Europa y Estados Unidos, y único español galardonado con los grandes premios Iturbi y Enescu— ese momento es un ritual: un modo de habitar el mundo. Su impulso para resistir. Porque cuando toca, el piano no es el protagonista, es el vehículo. Una herramienta para poetizar.
Este viernes 25 de julio, a las 22:00 horas, el Anfiteatro de Rodalquilar —ese cuenco de piedra bajo las estrellas del Cabo de Gata— será testigo de esta transformación. Y no hará falta entender de notas musicales para saber que algo real está ocurriendo. Para saber que ‘Clásicos en el Parque’ vibrará con una concepción única del arte.
—Hacer música es un acto de amor muy personal —afirma De Solaun en una charla para LA VOZ, con la emoción del que sabe que esta noche algo íntimo se va a compartir—.
Y cuando uno se entrega así, surge la magia del que sabe que, con sus manos, es capaz de hacer lo que pocos pueden. Porque no basta con tocar, hay que hacerlo con la estética de quien ha dado toda su vida por el piano.
—¿Cuál fue el primer momento en el que sintió que el piano iba a ser su camino?
—Ocurrió a los doce años, en 1992. Di mi primer recital de piano en el Monasterio valenciano de Santa María del Puig, lugar en el que se casaron mis padres.
Ese fue el punto de partida. Años después, una vida repartida entre España y Estados Unidos moldearía su identidad artística.

Real Monasterio de Santa María de El Puig
—¿Cómo influye una vida entre culturas diferentes en la manera de tocar?
—Acabas sintiéndote una especie de persona fronteriza. Y eso, lejos de restar, suma acentos, ritmos, sensibilidades. En mí conviven la poesía americana, el jazz, la emoción de Harlem. Esa pluralidad me define.
Para De Solaun, sentarse frente al piano no es, meramente, ejecutar una obra. Es reunir todas esas voces que lo habitan. Y su propuesta para ‘Clásicos en el Parque’ lo deja claro: un diálogo delicado y profundo entre Schumann y Chopin.
—¿Qué le atrae de la conversación entre estos dos gigantes?
—Chopin es un ciclo de fragmentos, un calendario emocional. Son 24 piezas que viajan por los afectos más íntimos. Schumann, en cambio, es una alegoría del conflicto interior. Son dos grandes trágicos.
Dos formas de dolor. Una más silenciosa, otra más desgarrada. Ambas necesarias. Ambos se entienden desde la emoción del intérprete que los une en una misma respiración.
—¿Qué hay de antítesis en este diálogo?
—Chopin representa la estética de lo oblicuo. Todo está dicho con sugerencia, con secretos. Schumann es la poética de la acción, del impulso vital.
Chopin habla desde dentro. Schumann, desde fuera. Son dos claroscuros del alma: una parte tácita y otra manifiesta. Dos intensidades unidas por el piano, por quien las toca y por el espacio donde suenan.
—Tocar en el Anfiteatro de Rodalquilar no es hacerlo en cualquier parte del mundo. ¿Qué significa ser parte de ‘Clásicos en el Parque’?
—Es una oportunidad mágica y el anfiteatro es un lugar ancestral, alejado del mundanal ruido. Espacios así invitan a la soledad, a la contemplación. Son esenciales para quienes nos dedicamos al arte.
Porque el Anfiteatro es una experiencia en sí misma. Piedra, noche y composiciones. Silencio compartido. Belleza contenida.
—¿Cómo conecta su sensibilidad artística con este entorno?
—Es algo muy especial. Hay lugares que no están masificados, que conservan una belleza frágil. Y eso los vuelve sagrados. Rodalquilar y Almería tienen algo de helénico y algo de lunar.

Anfiteatro de Rodalquilar al atardecer
Y esa fragilidad que él percibe fuera, la reconoce también dentro. La música consuela. Resiste.
—¿Qué lugar tiene hoy la música clásica en un mundo tan acelerado?
—La música es un espacio de resistencia poética. Una trinchera del alma. Nos recuerda que no todo es cuerpo o función. Que hay memoria, misterio, comunidad.
En un mundo donde todo empuja hacia fuera, la música —la de verdad— empuja hacia dentro. Devuelve la conciencia del tiempo, del dolor, del sufrimiento humano, de la felicidad.
—¿Qué necesita el arte y el artista para no diluirse en el mundo?
—No caer en el desencantamiento. No abandonar nunca el plano simbólico de la vida. Recordar que todo es símbolo. Que las relaciones, los gestos, las miradas pueden ser poesía si no olvidamos cómo mirar.
Y en ese mirar, está también su forma de tocar. Cuando desaparece el ego del pianista, emerge el artista.
—Lo más bonito de tocar —dice con calma— es cuando tu relación con el instrumento deja de importar. El piano se convierte en acompañante. Y tú, por fin, solo eres músico.
Tal vez, esta noche, suceda de nuevo. Tal vez, bajo el cielo de Rodalquilar, alguien deje de oír, para empezar a escuchar el piano de De Solaun.