José Sacristán hace de Don Quijote un héroe convincente y necesario
José Sacristán hace de Don Quijote un héroe convincente y necesario
‘Yo soy Don Quijote de la Mancha’, con José Sacristan en el papel estelar, paseó la grandeza del teatro por las tablas del Auditorio de Roquetas en la noche del pasado sábado.
La audiencia se dejó seducir por este montaje teatral desde las primeras notas de un chelo, magistralmente manejado por José Luis López, que habló sin palabras a modo de preámbulo de la representación.
La obra constituye una perfecta conjugación de dramaturgia, puesta en escena e interpretación que se ha sumado al cuadro de honor de las Jornadas de este año con un indiscutible efecto en el patio de butacas. Entre otras razones, porque la dramaturgia desarrollada por José Ramón Fernández supone una especie de reconstrucción de Don Quijote para convertirlo en un personaje de carne y hueso perfectamente perceptible en su beatífica locura y en su penetrante cordura por el público del siglo XXI. Todo ello, sin apartarse un ápice de Cervantes ni tergiversando el texto original.
Tres niveles
Para complicarlo un poco más, la pieza mantiene tres niveles diferentes en la acción dramática. En primer lugar, los actores que tienen que asumir la representación y que aportan su visión como lectores privilegiados del texto cervantino y de la herencia en la cultura que representa la obra. Esta aportación se suma al cuerpo central que tiene, como complemento un par de intervenciones en el que se ponderan aspectos del Quijote como el valor del paisaje y el contexto social en un plano que se superpone a la acción dramática. El conjunto es un ejercicio de metalenguaje teatral perfectamente ensamblado, que consigue dejar patente el argumento sin abrumar con retóricas innecesarias.
Sanchica
La actriz Almudena Ramos, aporta tres niveles diferentes de interpretación, asumiendo con convincente y encantadora naturalidad los pasajes en los que se habla de La Mancha y de sus gentes, después de interpretar el papel de actriz y, sobre todo, el de Sanchica, la hija del escudero. En los tres casos su aportación es igualmente valiosa. A ella le toca proclamar que es Don Quijote, en uno de los momentos más penetrantes de la obra, en el que los valores de Alonso Quijano se convierten en un preciso legado para las gentes de bien.
No le va a la zaga, Fernando Soto, cuyo Sancho Panza se hace de querer y se comprende porque siempre está animado por una candorosa humanidad. Ambos componen con Jose Sacristán un triángulo de excelencia interpretativa, sin desmerecer en absoluto junto a un actor de su talla. Tan bien acompañado, Sacristán no tiene problema alguno en mostrarse generoso en su talento para abarcar toda la dimensión del personaje creado por Cervantes y traducido al teatro por José Ramón Fernández. Poderoso en las monsergas épicas, profundo en las proclamas filosóficas, sensible en las razones de amor y mucho más humano entre los suyos de lo que cabría esperar de un loco que sólo hizo aquello “que a todos les gustaría que pasase”.
Ningún marco mejor para contar todo esto que la escenografía de Javier Aoiz, de bella elocuencia, basada en una simple y eficaz estructura y unos telones de fondo que ensanchan la perspectiva de la acción dramática más allá del escenario. La conjunción de todo obedece a la magistral dirección de escena de Luis Bermejo, que consigue mantener al espectador en la mejor predisposición a base de coherencia y de equilibrio en los tiempos y en la secuencia de estados emocionales.
No hay en la literatura española un personaje que haya desencadenado tantísimos ríos de tinta como Don Quijote, ni historia que hay sido motivo de inspiración para tantas iniciativas escénicas o cinematográficas como este queridísimo Caballero de la Triste Figura. Sin embargo, el inagotable caudal del Ingenioso Hidalgo sigue animando felizmente a creadores e intérpretes.