La Voz de Almeria

Salud

Las historias de las almerienses que aprendieron a vivir después del cáncer de mama

Sus cuerpos sanaron, pero el miedo, las cicatrices y la gratitud siguen acompañándolas

Izquierda, una imagen de la exposición 'Huellas' del Hospital Torrecárdenas. Derecha, Ana María Ruiz Esteban recuperada del cáncer de mama y riendo por la vida

Izquierda, una imagen de la exposición 'Huellas' del Hospital Torrecárdenas. Derecha, Ana María Ruiz Esteban recuperada del cáncer de mama y riendo por la vidaLA VOZ

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Dicen que el cáncer cambia la vida, pero nadie te explica cómo se vive cuando el médico dice “ya está”. Cuando las visitas al hospital se espacian, el teléfono deja de sonar tanto y el espejo te devuelve una imagen que todavía no reconoces del todo. Termina la lucha médica, pero empieza otra más silenciosa: la de volver a encontrarte contigo misma, con un cuerpo distinto, con un miedo que no desaparece y con una vida que ya no encaja en el molde de antes. En Almería, muchas mujeres han pasado por ese “después” del cáncer de mama: un territorio sin manuales, donde se mezclan el alivio, la culpa, la fragilidad y también una inesperada fuerza. Son mujeres que han sobrevivido, sí, pero sobre todo, que han aprendido a mirar la vida de otra manera. Que ahora celebran los días lentos, las rutinas pequeñas, los abrazos sin fecha. Porque cuando el tratamiento acaba, lo verdaderamente difícil no es sobrevivir: es volver a vivir.

Coincidiendo con el Día Mundial contra el Cáncer de Mama, celebrado cada 19 de octubre, miles de mujeres recuerdan que el verdadero desafío no siempre está en el tratamiento, sino en lo que viene después. En ese tramo donde ya no hay quimio ni revisiones urgentes, pero el miedo sigue latiendo. Donde el cuerpo sana más rápido que la mente y la rutina se convierte en una nueva manera de aprendizaje. Ana Mari Ruiz Esteban es una de esas almerienses que han aprendido a convivir con las cicatrices y a mirar la vida desde otro lugar: más despacio, con más verdad y con una gratitud que se vuelve casi una forma de fe.

Exposición 'Huellas' en el Hospital Torrecárdenas

Exposición 'Huellas' en el Hospital TorrecárdenasLA VOZ

El cáncer de mama en cifras

Cada año, miles de mujeres en España escuchan la misma palabra que lo cambia todo: cáncer. Solo en el último año se diagnosticaron 35.875 casos, casi 9.000 en menores de 50 años. En Almería, fueron 492 mujeres, más de una al día, según la Asociación Española Contra el Cáncer. Detrás de esas cifras hay mucho más que estadísticas: hay miedo, esperanza, cansancio, fuerza y una historia distinta en cada diagnóstico. Porque cada número es una vida interrumpida que busca recomponerse y seguir adelante.

El especialista en Obstetricia y Ginecología, el doctor almeriense Gabriel Fiol, con más de tres décadas de experiencia, recuerda que la verdadera batalla no siempre termina con el alta médica. “Desde el punto de vista médico y emocional, el después del cáncer plantea sus propios retos”, explica. “Más allá de las cicatrices, quedan efectos como la fatiga, la pérdida de memoria, la menopausia precoz o el miedo a la recaída. La verdadera recuperación pasa por cuidar la calidad de vida, no solo por la ausencia de enfermedad”. 

Fiol insiste en que hoy, la mayoría de mujeres diagnosticadas tienen por delante una larga vida: el cáncer de mama es uno de los que posee mayor tasa de supervivencia, cercana al 85-90%. “La salud no es solo no estar enfermo”, resume el especialista. “Es bienestar físico, psicológico y social. Y eso también forma parte del tratamiento”.

Magdalena Cantero, presidenta de la AECC en Almería, junto a pacientes oncológicas y al doctor Fiol en la rueda de prensa del viernes en la sede

Magdalena Cantero, presidenta de la AECC en Almería, junto a pacientes oncológicas y al doctor Fiol en la rueda de prensa del viernes en la sedeSara Ruiz

Rehacer una vida

A Ana Mari le diagnosticaron un cáncer de mama en 2019, con poco más de cuarenta años. “Cuando me noté un bultillo en el pecho, fui directamente al médico. Al principio pensaban que era una placa de calcio, pero conocía mis antecedentes familiares y lo que pasaron mi suegra y mi cuñada y temí lo peor”, recuerda. Aquel miedo se confirmó pronto. En cuestión de días llegaron las pruebas, las noches sin dormir y, después, dos operaciones y un tratamiento de radioterapia que la dejó exhausta.

Antonia Gómez, cuñada de Ana Mari

Antonia Gómez, cuñada de Ana MariLA VOZ

“Te das cuenta de que tu cuerpo no reacciona igual que antes. No tienes la fuerza ni las ganas de ponerte frente a todo”, confiesa. “Volví de la operación y al día siguiente estaba en un partido de balonmano, necesitaba demostrarme que podía”. Esa era su forma de volver a la vida, su deporte, su trabajo. El proceso fue largo y, aunque la herida cicatrizó, la recuperación interior fue mucho más lenta. “Después de la operación y la radioterapia, sufría el cansancio, la inflamación del brazo, el miedo. Pensaba que no volvería a ser la misma”. 

Con el tiempo, empezó a recuperar energía. “Me ayudó mucho el programa Efican, en la Universidad de Almería, que me animó a trabajar la fuerza. Pensaba que no podría hacer nada, pero volví a sentirme yo”. Hoy, seis años después, habla con serenidad de todo lo vivido: “No puedes pensar en lo que te pueda pasar de malo. Hay que disfrutar la vida, hablar, apoyarse en los demás y seguir luchando”.

Su historia se refleja también en la de otra almeriense que hoy tiene 67 años —cuya identidad protege este periódico— y que superó un cáncer de mama. “Lo recuerdo como un susto muy grande, con la sensación de estar en un mundo donde lo desconoces todo y no sabes a dónde te va a llevar”, relata. “Cuando terminó el tratamiento pensé que volvería a mi vida normal, pero no fue así. Pasé un año con una especie de depresión postraumática porque el miedo se apodera de ti y piensas mucho en una posible metástasis”. Con los años ha aprendido a vivir de otra forma: “No hay un después, siempre está presente. Valoré la salud mía y la de mi familia como lo más importante, porque sin ella la vida no se vive igual. Hay que vivir despacio”.

Ana Mari en una de sus competiciones de balonmano, tras recuperarse

Ana Mari en una de sus competiciones de balonmano, tras recuperarseLA VOZ

El cuerpo que sana 

Ambas experiencias resumen lo que los especialistas repiten: superar el cáncer no es solo vencer la enfermedad, sino reaprender a vivir dentro de un cuerpo distinto y con una mirada nueva. “Tienes que aprender a convivir con tu nuevo cuerpo y, a veces, eso no es fácil”, dice Ana Mari. En muchas ocasiones, el espejo no refleja lo que una es. En la clínica Rehab, la psicóloga almeriense Sara Vega ve cada día ese mismo proceso: mujeres descubren que el reto comienza justo cuando parece haber terminado. “El proceso emocional más duro suele empezar después del tratamiento”, explica. “Durante la enfermedad la mente está centrada en sobrevivir; cuando todo se detiene, aparece el vacío, la tristeza o la soledad. Es normal sentirse perdida”.

Vega subraya que ese vacío no es un signo de debilidad, sino una parte natural del proceso de adaptación. “Durante el cáncer reciben mucho apoyo, pero cuando físicamente se encuentran mejor, la gente se aleja. Y ahí, justo ahí, empieza el duelo con la vida anterior”. Para ella, el acompañamiento psicológico es esencial para poder mirar el cuerpo sin miedo y recuperar la autoestima: “No se trata solo de aceptar lo que ha cambiado, sino de reaprender a habitar un cuerpo que ha sido escenario de lucha, dolor y transformación”.

Sara Vega, psicóloga almeriense en Rehab

Sara Vega, psicóloga almeriense en RehabLA VOZ

Acompañar, no salvar 

Por eso, en la recuperación, el entorno también juega un papel decisivo. “El apoyo familiar puede desempeñar un papel protector significativo”, recuerda Vega. “Las pacientes que reciben mayor apoyo de su familia tienden a tener un menor riesgo de depresión. Respetar tiempos, escuchar, no juzgar. Acompañar no es salvar, es estar cerca sin exigir una recuperación rápida”. El papel de la familia y de los amigos se convierte en una tabla de salvación, pero también en un aprendizaje. “No se trata de decir ‘sé cómo te sientes’, sino de estar ahí, sin presionar, sin minimizar lo que la otra persona vive”, añade la psicóloga. Esa cercanía discreta, sin juicios ni prisas, puede marcar la diferencia entre la angustia y la serenidad.

Ana Mari lo resume con una frase sencilla: “Lo que más me ayudó fue el apoyo que tuve a mi alrededor, mi familia y mis amigas, que me dieron las fuerzas que yo no tenía, porque me encerré en mí misma”. En esas redes silenciosas, que no piden ni preguntan demasiado, muchas mujeres encuentran el punto de apoyo que les permite seguir adelante. “Después de todo lo que han pasado, deben ponerse en primer lugar y aprender a cuidarse”, insiste Vega. “Porque nadie debería vivir ese proceso en soledad”.

Exposición 'Huellas' en el Hospital Torrecárdenas

Exposición 'Huellas' en el Hospital TorrecárdenasLA VOZ

Volver a vivir

El cáncer deja marcas visibles y otras que no se ven, pero todas cuentan la misma historia: la de un cuerpo que resiste y una mente que intenta seguirle el paso. Cuando el tratamiento termina, llega ese tiempo intermedio en el que las revisiones se espacian, el teléfono suena menos y la vida parece detenerse. Las mujeres que han pasado por ello lo describen como una mezcla de alivio y vértigo. La psicóloga explica que es entonces cuando empieza el verdadero proceso de reconstrucción: aprender a convivir con el miedo sin dejar que lo ocupe todo, recuperar el ritmo del cuerpo, hacer las paces con la imagen del espejo y permitir que la rutina vuelva a tener sentido. No se trata de olvidar lo vivido, sino de aprender a habitarlo con otra mirada

Ana Mari y muchas almerienses más saben lo que eso significa. Ha aprendido que la fuerza no siempre está en resistir, sino en permitirse parar; que la salud no se mide solo en resultados médicos, sino también en la calma de un día corriente. En su voz hay algo de todas: de las que todavía temen una recaída, de las que aprenden a quererse de nuevo y de las que encuentran consuelo en una conversación o en una tarde sin dolor. Quizá de eso se trate, al final: de volver a mirar la vida sin miedo. De celebrar los días que no duelen, los gestos que antes pasaban desapercibidos, la risa que regresa cuando menos se la espera. Porque después del cáncer —cuando el rosa se apaga y la rutina vuelve— empieza otra forma de vivir: más lenta, más consciente, más luminosa. La vida que sigue.

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