Artero, el carrocero de la calle Muley
Diego llegó de Tabernas y trabajaba con su padre haciendo sacos antes de comprar dos camiones Ford y acabó haciendo carrocerías en Garaje Trino

Diego Artero en la terraza de su casa en el año 1968.
Esta es la historia de superación de un hombre adelantado a su tiempo. Vino desde Tabernas a la capital, Diego Artero Doña (1912-1979), porque la fábrica de sacos de su padre se quedaba pequeña en el pueblo, y encontraron casa grande en la calle Muley en el corazón de la capital. Diego, tenía 6 hermanos más y en la casa no faltaba la comida ya que la empresa daba bien de comer.
Por si faltaba algo, se echó de novia a María García Belmonte que sus padres vendían los quesos en la plaza. En la misma calle estaba su porvenir. Novia, y el Servicio Militar en la Marina, y en Cádiz. Antes y después mucho trabajo y tres hijos que fueron su alegría: Diego, Manolo y Pepe. El primero y el último hicieron carrera y Manolín se pegó a su padre.
Perpendicular a la calle Muley, en la del Magistral Domínguez, vivían los ‘Saberes’ que también tenían camiones y eran buenos amigos. Dos familias unidas por el transporte con los camiones Ford.
Empezó con el mundo del transporte
Con los ahorros del trabajo que hacía con los sacos de su padre, un día Diego Artero Doña decide comprar un Ford-8 y al poco tiempo un Ford-4. Almería atravesaba la guerra y costaba llegar a final de mes, y los pagos no eran regulares en el mundo del transporte.

Una tarjeta postal con todo su amor cuando la caligrafía daba la talla.
Había una sana competencia en la ciudad, pero lo que faltaba era dinero para pagar los portes y, cansado de deudas, un día en las cocheras del Garaje Trino pensó en vender los dos camiones y se puso manos a la obra, mientras alquilaba otra cochera que daba a la Rambla de Belén.

Se casaba con el amor de su vida en 1956 antes de empezar la guerra.
Diego Artero era un manitas y no se le oscurecía nada a la hora de reparar, y vio nicho de negocio en el transporte desde otra faceta. Era un adelantado a su tiempo y se le encendía la bombilla a tiempo.
Se le encendía la luz con las carrocerías
No empezó solo en su aventura, pero se quedaba pronto al frente del negocio y, mientras otros trabajaban la madera por un lado y los herrajes por otro, Diego se puso manos a la obra y los camiones en chasis salían carrozados cuando en Almería las carrocerías llevaban la firma de los Barbero o los Artero.
Tenía un lugar privilegiado junto al mar y cuando empezaron a levantar el edificio Trino se trasladó a pie de playa, en unas cocheras que parecían provisionales y acabaron quedándose para siempre, y allí pasaba sus días al sol con hasta 6 trabajadores en los buenos tiempos. Puros artesanos dirigidos por Diego, que se reservaba el toque final para que su trabajo se viera con esplendor cuando la publicidad no existía, y la palabra de un camionero agradecido era una carrocería a la vista.

El Garaje Trino era su hábitat natural y allí desarrolló su carrera.
Su padre hizo negocio con los sacos y él con la madera y el hierro. En la calle Muley los Artero brillaban.
Su hijo Manolín daba un cambio a la empresa
Los tres hijos de Diego y María parecían condenados a entrar en el negocio familiar, pero el primero, Diego, era buen estudiante y acabó colocándose bien como el pequeño Pepe, que le dio a los libros. El del centro, Manolín, fue el mejor de los fichajes para Diego Artero, ya que supo expandir el negocio y hacer ganar dinero a la empresa porque no daba ‘fiao’ y cobraba lo que valía su trabajo artesanal.

Una familia feliz en la posguerra cuando España se levantaba.
Diego Artero se hacía mayor y Manolín se llevó la empresa al Polígono San Rafael dejando a ‘papá’ en su hábitat natural mirando al mar. Se decía que era mejor que su padre, pero Manolín lo niega en redondo. Él se confiesa buen gestor y organizador de una empresa familiar donde todo el que llegaba salía contento, pero su padre se fiaba de todo el mundo y había que pagar a los trabajadores.
Acabó con una tienda de respuestos
Viendo Manolín que no había manera de tirar de su padre para Huércal, ya que vivía junto al badén de la rambla y no se movía de allí; con este panorama le montó una tienda de repuestos en la calle de Granada justo enfrente de ‘Radiadores Marín’ y allí acabó sus días. Murió antes de cumplir los 80 años cerca de su calle Muley, cuando nada era igual sin aquellos madrugones para ir al taller junto al Garaje de Trino y disfrutar trabajando mirando al mar.

Le tocó hacer el Servicio Militar en La Marina en 1932.
Diego sentía pasión por el fútbol y, por las tardes y los domingos, subía en su coche a los ‘chiquillos’ y se los llevaba a jugar a la pelota, y los invitaba a caramelos, refrescos y bocadillos de sobrasada. Era muy sociable pero tenía un defecto que solo Manolín supo corregir: a la hora de cobrar se ponía de parte del cliente y si no tenía para pagar le daba ‘fiáo’.
A los ‘Saberes’ no les cobraba porque eran amigos y vecinos, y así se fraguó un inmenso cariño de todos, que se llevó a la tumba.