La Voz de Almeria

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La almeriense que cruzó el mar para dar voz a quienes no la tenían

Ana Bayo ofreció una oportunidad a niños sordos en una época en la que los hombres tutelaban a las mujeres

Ana Bayo Lirón posa en uno de los sillones de su salón.

Ana Bayo Lirón posa en uno de los sillones de su salón.Elena Ortuño

Elena Ortuño
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Ana María Bayo llegó a Tánger con una maleta en la mano y el pulso acelerado, sin conocer sus polvorientas calles ni la cadencia de un país al que entregaría los próximos tres años de su vida. Llegó contra todo pronóstico, frente a la oposición de su familia y encorsetada por las normas de una España rígida que experimentaba los últimos coletazos del franquismo; y lo hizo con un objetivo que latía con más fuerza que las prohibiciones o el miedo: costear los estudios de sus dos hijas mayores en Granada, aunque dejara atrás a la pequeña momentáneamente, en Almería.

Pisó Marruecos con el corazón desbocado al escuchar por primera vez el grito del almuecín desde el minarete; ese canto que se derramaba sobre la ciudad antes de la salida del sol y que se repetía cuatro veces más a lo largo del día. Y la recorrió repitiéndose las herramientas que tenía para adaptarse a un entorno tan diferente al suyo: una voluntad inquebrantable, buenas amistades y una plaza como profesora de signos en una escuela hispano-marroquí de Tánger, algo que la había destacado sobre todos los demás docentes candidatos de España.

“Los signos importantes son iguales en todas las lenguas: la tristeza se indicará de forma similar sea donde sea”Ana Bayo

Esposa, madre y profesora de lenguaje de signos

"Yo quería haber sido médico, pero mi madre enfermó y me tuve que quedar a su lado", recuerda la que fue la pequeña de diez hermanos. Mientras habla, acompaña sus palabras con gestos, signos y expresiones faciales, como si esa mezcolanza de lenguas ya se hubiese convertido en su idioma oficial. 

Y es que su vocación por la biología humana y por ayudar al prójimo la llevó a estudiar lengua de señas tiempo después, cuando ya estaba casada y con tres hijas a las que atender en tiempos en los que la corresponsabilidad era una quimera.

Estudié para ser profesora de sordos porque tenía algunas asignaturas de medicina: para hablar tienes que poner bien los órganos fonatorios y articulatorios para que salga el sonido, entender su morfología...”, narra con sapiencia, mientras alza la vista hacia el cielo y susurra: “Agradezco haber podido estudiar. Es lo que me dio alas en una época en la que la mujer era un accesorio de su marido”. 

Y como prueba de su vuelo, su biografía y... una pizca de resignación: “Yo he tenido que hacer todo a base de pequeñas mentiras, porque si no mi marido no me dejaba. Eran otros tiempos”, lamenta. Con un brillo inteligente en sus ojos claros, Ana demuestra su poder de convicción; un talento que, a diferencia de sus amigas, la llevó a sacarse el carné de conducir o a presentarse a unas oposiciones en la capital de España para una plaza que nunca pensó que se ganaría.

“Para las personas mudas, yo no soy Ana, porque no hay un signo para ello. Yo era la ‘profesora de negro’. Era mi mote”Ana Bayo

Yo trabajaba en el Colegio de Sordos de Almería, pero mi marido perdió su trabajo y había que pagar los estudios de las niñas. Salió una única plaza para toda España y no podía dejar pasar la oportunidad”.

Ana sabía que allí podría aportar mucho, que esos niños sin profesores especializados la necesitaban. Así que cogió a su hija menor y se la llevó a Madrid: “Dejé a la pequeña en el Museo del Prado y me fui a hacer el examen. Me hizo prometer que no respondería bien a las preguntas para que no me fuera, pero cuando me senté frente a la hoja pensé: 'Tantos años como he sido profesora de signos, si respondo de manera que parezca que no sé nada, capaces son de echarme también del colegio de Almería'”, ríe.

Ana Bayo vestida con un vestido de la élite de Marruecos, en un palacete de Tánger.

Ana Bayo vestida con un vestido de la élite de Marruecos, en un palacete de Tánger.Elena Ortuño

Cuando la almeriense logró la única plaza ofertada para todo el país, no dudó en aceptarla. “‘Tú no te vas’, me dijo mi marido. Llamé un taxi, bajé mis maletas sin que nadie quisiera ayudarme, mis niñas llorando... A mí se me partía el alma, pero no tenía más remedio que irme”, cuenta.

Esfuerzos al otro lado del mar

A mediados de los 70 y con 40 años sobre los hombros, la almeriense llegó a Tánger para quedarse el tiempo que hiciera falta. Allí enseñó a niños que la miraban con curiosidad y a profesores locales que no sabían cómo ayudarles, recorriendo diferentes ciudades como una nómada del lenguaje, empeñada en que cada signo abriera un mundo nuevo a quienes hasta entonces no habían podido escucharlo.

Solo alguien como Ana podría haber logrado en aquellos años realizar un taller de integración cultural con marroquís vestidos de flamencos y españoles de árabes: “Los puse a bailar La Bamba”, recuerda. Abandonó Marruecos obligada por una enfermedad, pero con la promesa de seguir aportando. Aún hoy la sigue cumpliendo.

De hecho, sus esfuerzos no solo quedaron al norte del continente madre. Gracias a su empeño, muchos chicos sordos almerienses pudieron, por fin, presentarse al examen de conducir. Fue ella quien se empeñó en enseñarles, mediante signos, cada señal, cada marcha, cada norma, hasta que las carreteras dejaron de ser un lugar vedado para ellos: "Yo siempre lo dije. No eran discapacitados mentales, ellos eran muy inteligentes", cuenta. 

Por eso y porque creía en la igualdad de oportunidades, creó en Almería la primera asociación de sordos (ASOAR), un lugar para que aquellos que terminaban el colegio pudiesen seguir formándose y que aún hoy sigue en pie.

Enamorada de las zarzuelas

A pesar de sus luchas constantes y de los silencios que ayudaban a romper otros, nunca dejó que la música se le apagara por dentro: "Me gustaba mucho cantar. Actué en la coral de Almería, en el Teatro Romea de Murcia, en el Apolo...", recuerda con una mezcla de pudor y orgullo. Lo cuenta como si no significara nada, pero sin darse cuenta de que lo es todo: la prueba de que se puede ser madre, maestra, reivindicativa y... artista.

Recuerda una noche en especial, en un barco en el que viajaba con su marido rodeada de italianos, alemanes y un sinfín de nacionalidades distintas, compartiendo risas en alta mar. Era la noche del concurso de talentos por países y la tripulación española, que ya la había escuchado brillar en el karaoke, fue a buscarla.

"Ana, tienes que cantar por España", le suplicaron. Y si bien al principio la venció el pudor, terminó subiendo al escenario con la calma de quien sabe qué tiene que hacer para emocionar hasta el último de los pasajeros de la embarcación. 

Eligió 'Y viva España', un tema con el que logró hacer retumbar el barco con los gritos de españoles y extranjeros, unidos por un himno que por aquel entonces ya era internacional: "Cuando el jurado anunció 'Ana y sus palmeros' yo casi me desmayo. Así nos llamábamos", rie por la anécdota, reflejo de que era tan capaz de unir a medio mundo bajo la voz de Manolo Escobar, que de lograr, con la misma naturalidad, unir palabras y manos para enseñar a hablar a quienes nunca han podido hacerlo.

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