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“Estaba aquí mirando los barcos y de pronto vi salir un relumbror”

“Estaba aquí mirando los barcos y de pronto vi salir un relumbror”

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Era domingo y aquella mañana José Borbalán se levantó temprano. No tenía que ir a Calzados Para Ti, la zapatería de la calle de las Tiendas donde se ganaba un jornal de una peseta al día. Había cumplido ya los 14 años y vivía con sus padres, que eran “encargados de la huerta de ‘Paco el Chispero’, en lo que ahora es la Carretera de Alhadra, en el barrio de los Molinos”.



Recuerda José que, en el desayuno, su madre le contó, extrañada, que la noche anterior habían tocado “las sirenas de alarma pero no se oyeron aviones ni nada y, sin embargo, todavía no habían tocado tranquilidad”. El joven no le dio ninguna importancia al comentario porque, según asegura, “nosotros nunca íbamos a los refugios”. Cuenta con mucho orgullo que, cuando los ataques le sorprendían en la zapatería, el dueño salía huyendo hacia los refugios mientras le gritaba “¡Pepe, cierra la tienda y vente corriendo!” pero él, en lugar de eso, se iba a la esquina “a ver cómo toda la gente pasaba corriendo hacia las bocas de los túneles; de hecho jamás entré en los refugios hasta hace un par de años, cuando fui con mi esposa a la visita turística que hace ahora el Ayuntamiento”.



José dejó a su madre en la cocina, salió a la huerta y trepó hasta lo alto del muro de la balsa, “desde allí se veía toda Almería, la vega y la bahía entera, así que me di cuenta de que había cinco barcos justo enfrente”. En ese momento aperició su padre, Onofre Borbalán, al que el joven preguntó “¿qué barcos serán esos? anoche tocaron alarma y no han tocado tranquilidad”. “Sin dar tiempo a que mi padre respondiera, de pronto vi salir un relumbror de uno de los barcos y, en seguida, de todos los demás empezaron a salir más destellos”.


El bombardeo de Almería había comenzado y José Borbalán recuerda que su padre y él se sentían “como en medio de dos fuegos, porque sobre nuestras cabezas silbaban los proyectiles que disparaban las baterías defensivas de la parte alta del cerro”. Permanecieron allí subidos en el muro de la balsa hasta que el padre le dijo “vámonos, que he oido algo caer por aquí cerca, en el bancal de panizo”. José y su padre volvieron a casa. Unas semanas más tarde el joven desenterró un trozo de metralla de las raices de la única planta de maíz que no había crecido como el resto. Aquel hierro asesino sólo mató maíz, otros muchos sí lograron su objetivo.


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