Vivimos en la época de los lemas y las doctrinas de menos de un renglón. Un lema es un pensamiento reducido, minimizado y simplificado. Los lemas buscan formas básicas de explicar el mundo y que además nos sobre tiempo para ver fútbol. Los lemas tienen un valor aglutinador más que cohesionador. La cohesión implica unión personal, y cuando hay persona, hay individualidad y heterogeneidad. Aglutinar supone juntar elementos diferentes para formar un todo, eliminando la individualidad y el pensamiento propio. Hoy tenemos una amenaza que compite en capacidad de contagio con el coronavirus: la idiotez. El esconderte bajo el “todos lo piensan” confina al individuo al miedo a la libertad del que advertía Erich Fromm y genera la sociedad administrada y homogeneizada de la que hablaban Adorno y Horkheimer. La verdad no es verdad porque la repitan muchos. Quedarse en casa debería ser fruto de una reflexión propia afrontando una situación desde la racionalidad y la autenticidad y desde un anhelo de objetividad, y no la acrítica respuesta resultado de la inhercia. La virtud solo ocurre cuando hay libertad y no automatismo.