El recordado Manolo Preciado, uno de esos entrenadores modestos que pasó media vida sufriendo en los banquillos de categorías inferiores hasta lograr entrenar en Primera, era uno de esos tipos que llenaba las ruedas de prensa de frases que bien habrían servido para imprimir tonelada y media de sobrecillos de azúcar. Entre muchas, se recuerda de Manolo una vez que, después de haber encajado un carro de goles, compareció en la sala de prensa y dijo: “Me molesta perder, como a todos. Pero separo las cosas. No me como la cabeza por tonterías. La filosofía es clara: mañana empieza el día de nuevo.”

Es verdad que ha habido formas más solemnes de abordar el fracaso y que desde las gradas del Mediterráneo mil tardes de gloria nos contemplan, pero los que también amamos el fútbol que nos toca por nacimiento, compartimos el estoicismo de los modestos que saben vivaquear en el duro alambre de ese pan de hoy que anuncia el hambre del mañana. Por eso no conviene darle demasiadas vueltas al universo de la conspiración y el señalamiento y la maniobra ahora, en la inminencia de un nuevo descenso evitable tan sólo por la geometría variable de la carambola. Sería muy malo bajar a Segunda, ya digo, pero sería aún peor hacerlo de mala manera. Entiendo que haya seguidores muy dolidos. Pero es lo que hay y ya de nada sirve llorar por lo que podría haber sido. Resta tan sólo encomendarse a la tranquilidad de pulso del que sabe que está apuntando su último cartucho. Ninguna derrota es definitiva, como tampoco lo es ninguna victoria. Gracias por los buenos ratos  y, si finalmente la matemática nos enseña la puerta de salida, despidámonos con elegancia del salón de socios y dejemos en recepción una tarjeta anunciando nuestro regreso, una temporada de éstas. Cualquier cosa menos el pataleo y la llantina: mañana empieza el día de nuevo.