Últimamente vengo observando la cada vez menos disimulada intención de los medios de comunicación de alarmar en lugar de informar, quizás por la excesiva competencia que los espacios informativos están encontrando en los magazines o espacios de presunto entretenimiento, que se han convertido en unas calderas de ruido y furia al estilo de las brujas macbethianas.

No basta, por tanto, con el relato escueto de los hechos, sino que todo ha de servirse adobado con una generosa ración de advertencias y avisos de calamidades potenciales.

Y ello no sólo en lo relativo a cuestiones de índole severo, como las corrupciones políticas o los juicios por asesinato, sino en todos los aspectos de la actualidad. El gusto por el tremendismo llega incluso a los rincones aparentemente más plácidos como, por ejemplo, la información estival.

Si se fijan, verán que no hay reportaje de contenido veraniego que no incluya un formidable número de advertencias sobre los padecimientos y riesgos que conlleva tomarse unos días de vacaciones. Gracias a ello he descubierto, por ejemplo, que el 55% de los españoles no se informa sobre las vacunas y recomendaciones sanitarias necesarias en el más o menos exótico destino de los afortunados capaces de poder permitirse un veraneo intrépido.

Compañeras de verano Pero como ponernos como compañeras de verano a  la brucelosis, cólera, hepatitis, fiebre tifoidea o malaria no basta a estos editores insensibles, también nos informan del peligro de caminar con chanclas, del aumento de los robos en las viviendas de los vacacionistas y, si regresamos por nuestro propio pie, sanos y sin ser desvalijados, nuestra vuelta no está exenta de riesgos: el 15% de las separaciones matrimoniales se produce tras las vacaciones.

Vamos, que lo mejor que puedo hacer en este momento es ofrecer mis sinceras condolencias a los insensatos que se tomen a partir de hoy las vacaciones.

Lo siento amigos; no somos nada.Que les sea leve.