La Voz de Almeria

Opinión

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Podrán llamarlo ahora “escrache” o “escraching” o como puñetas quieran sus irresponsables y peligrosos defensores, pero eso de justificar y alentar el señalamiento y acoso de políticos (casi siempre del PP) en las calles y hasta en sus domicilios es, sencillamente, repugnante.


Produce vértigo ver a personas que se consideran defensores de la libertad y la democracia propugnando la vieja herramienta fascista del escarnio y el atosigamiento. Jamás la decencia se parapetó tras una turba violenta, puesto que no se puede hablar de “molestia pacífica” sin caer en la contradicción de términos.


Por lo tanto, mucho ojo con la simpatía o la comprensión hacia este tipo de coreografías en los restaurantes, en los semáforos o en los vestíbulos de los señalados, porque asumir desde la naturalidad que algunas personas puedan ser perseguidas con el beneplácito de “los buenos” o “los justos” es abrir la espita de una incontrolable espiral de totalitarismo.


En la Alemania nazi se empezó por señalar los escaparates de las tiendas de los judíos; después sus casas y después vino Auschwitz. No se puede permanecer indiferente ante este fenómeno porque no nos sintamos amenazados o porque creamos que nunca haremos nada que “merezca” la presencia de miembros de una plataforma ciudadana aporreando la puerta de nuestra casa. El silencio de los que todavía no se sienten víctimas es el abono con el que se nutren todos estos movimientos de terrorismo urbano, de los que seremos cómplices si no los denunciamos y censuramos. Y es que los problemas de la democracia se solucionan con más democracia, pero no con la presión de estos somatenes de la ética.


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