¿Está siendo Almería invadida por los musulmanes?
Carta del director

Los musulmanes celebran el final del mes del ayuno en Almería.
La difusión de la noticia de que los más de 130.000 musulmanes que viven en Almería comenzaban la celebración del Ramadán despertó las alertas de los fundamentalistas de guardia y, prietas las filas, recias, marciales, formaron sus escuadras para alertar desde los púlpitos de las redes sociales contra la llegada del apocalipsis. El racismo supremacista que muchos llevan esculpido en su estructura ideológica siempre está en alerta permanente cuando de mirar a los que llegan del otro lado del Mediterráneo se trata. Para algunos y algunas de estos ayatolás del patrioterismo de banderita en la muñeca, que los medios almerienses dieran la noticia supone un motivo suficiente para la excomunión. Ya decía Voltaire que la estupidez es una enfermedad extraordinaria: no es el enfermo el que sufre por ella, son los demás.
Pero por si había duda sobre la contundencia del desatino racista, Álvaro Hernández, redactor de La Voz y experto en información religiosa, resume con estas líneas el contraste entre las noticias difundidas por este periódico sobre las dos opciones religiosas mayoritarias en la provincia.
“En lo que llevamos de mes de marzo- resume Álvaro- hemos publicado tres artículos relativos al Ramadán. Sobre ello hemos escrito una (noticia) previa con motivo del comienzo del Ramadán, un reportaje ahondando en aspectos como el ayuno y una tercera pieza relativa a un evento organizado por la cónsul de Marruecos en Almería, a medio camino entre lo religioso y el acto social. En ese mismo periodo de tiempo- continúa el redactor de La Voz- la Iglesia Católica ha sido protagonista de un gran número de publicaciones. Así, publicamos una noticia previa recogiendo los horarios de las misas en el Miércoles de Ceniza. Además, se publicó otra noticia previa, una galería fotográfica y una crónica del primer viernes de marzo, fecha en la que se celebra el tradicional y multitudinario besapiés del Cautivo de Medinaceli en la Catedral. Fuera del marco de la propia Cuaresma, en el mes de marzo también hemos publicado una noticia sobre las obras de accesibilidad llevadas a cabo en la Catedral, la intervención de una Hermandad por parte del Obispado, el anuncio de una charla de Jaime Mayor Oreja en el marco del aniversario de otra cofradía, los cambios en la carrera oficial por las obras en el Paseo, La cifra de sillas de la carrera oficial, una concentración de mujeres ante la puerta de la Catedral pidiendo igualdad en la Iglesia, el obituario de un cofrade, un importante cambio en las normas diocesanas para las cofradías y una información previa del Vía Crucis general”.
Una vez más, dato mata a relato. Tres noticias frente a quince. Y esa proporción en una etapa en la que los seguidores del Profeta están viviendo sus semanas más intensas y los fieles del Cristo una etapa de transición. Cuando llegue el Viernes de Dolores esta comparación saltará por los aires y la diferencia alcanzará niveles estratosféricos.
Pero vayamos nuevamente al dato. ¿El rezo puntual del fin del Ramadán, que se lleva a cabo en un solo día y en apenas una hora en algunas localidades de la provincia, puede equipararse en la perturbación del uso de las calles y plazas con los centenares de horas que las cofradías ocupan las calles de los 103 pueblos de la provincia con sus bellísimos desfiles procesionales? Y si esta realidad es así, ¿por qué carajo ponemos el grito en el cielo y clamamos contra una invasión tan inventada?
El problema es que los trompetistas del ¡España se hunde! y ¡la invasión de los infieles del sur ya ha llegado!, siendo tan irreal, tiene eco en un sector social que aún sigue mirando desde una impostada y ficticia superioridad moral e intelectual a aquellos que llegan del otro lado del mar. Claro que siempre y cuando sean pobres. Porque, si vienen cargados de dinero y rodeados de putas, les abrimos las tiendas de Marbella por la madrugá para que se sientan como en casa. El problema no es ser árabe y musulmán; el problema es ser moro, pobre y musulmán.
La historia del nacional catolicismo en nuestro país es un interminable muestrario de sepulcros blanqueados llenos de furia y odio. Para su supervivencia necesitan agitar un enemigo exterior que despierte el miedo. La religión, que humanizó a tantos que se comportaban como bestias, a veces convierte a algunos humanos en bestias.
Pero sí, sí hay una invasión musulmana en Almería. No porque durante treinta días los seguidores de Mahoma cumplan las normas del Ramadán. No.
Donde hay esa invasión es bajo el plástico de los invernaderos, sobre el cemento de las naves de manipulado de cooperativas y alhóndigas y en las cocinas y los cuartos de aseo donde las inmigrantes cuidan de los hombres y de las mujeres que necesitan ayuda para no depender de sus hijos. Esa sí es una invasión.
Una invasión en la que todos ganan. Los almerienses de origen extranjero porque aquí encuentran el bienestar que en sus aldeas o ciudades se les niega. Los almerienses de origen almeriense porque sin el trabajo de aquellos no podrían haber alcanzado los niveles de progreso y bienestar que ahora disfrutan. Si los miles de marroquíes y sudafricanos que trabajan en la provincia dejaran un día de ir a los tajos, se iban a enterar algunos patriotas de banderita y arriba España la importancia de ese trabajo que ningún almeriense quiere hacer.
La cultura, la religión y las tradiciones de la provincia no están en riesgo. Lo que sí estará en riesgo es el progreso si esta banda de forajidos de extrema derecha logra que sus balas de odio acaben alojándose en la mente de quienes, sin tener nada que perder, pueden acabar perdiendo todo lo que hemos conseguido entre todos. Entre todos. También con los que rezan a Alá. No lo olviden.
Ah, y no olviden tampoco a Voltaire: aléjense de los idiotas. Es la mejor forma de no sufrir el mal de la idiotez.