La Voz de Almeria

Opinión

Señoras (y señores) de Almería que siguen llamando Pryca al Carrefour

Nada hay tan caprichoso en esta provincia como los topónimos del habla popular

Broma aparecida el Día de los Inocentes en un periódico local hace unos años.

Broma aparecida el Día de los Inocentes en un periódico local hace unos años.

Manuel León
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Nada hay tan voluble en una provincia como la de Almería -viento aparte- como el habla popular; nada hay tan caprichoso como el nombre que la gente le da a las cosas que tiene a su alrededor. Los topónimos oficiales y los del lenguaje de la calle coexisten a diario en Almería, nos hacen sonreír con Pepe Céspedes, reflejan la riqueza cultural y lingüística de nuestra capital y de los pueblos y forman parte de ese patrimonio inmaterial almeriense del que tanto nos enaltecemos. Viene esto a cuento porque el otro día uno presenció cómo una cajera del hipermercado Carrefour corrigió a una niña pequeña que le preguntó que cuándo iban a abrir otra vez en el Pryca la tienda de mascotas. La empleada le contestó que sus papás tenían que saber que hacía más de veinte años que el establecimiento cambió de nombre. Conclusión: la niña seguirá llamándo Pryca al Carrefour y la trabajadora seguirá enfadándose de forma estéril, como cuando se quiere nadar contracorriente. El contencioso cajera/niña demuestra que no se le pueden poner puertas a la lengua y que las cosas se llaman como la gente las nombra, no como quieren las marcas ni las empresas ni las administraciones, a veces sin saber muy bien por qué, como cuando el Danone le ganó al yogurt, aunque se llamase Yoplait.

El Carrefour siempre será el Pryca para los almerienses, no solo para señoras y señores a la vieja usanza, sino también para la chavalería que compra litronas de Coca-Cola los fines de semana; como el Carrefour Express del Paseo, para algunos aún es Simago, como antes fue el Simón, aunque ya el supermercado hubiese sustituido al hotel del austriaco; cuando un almeriense va al cine del Centro Comercial Mediterráneo, va al cine del Alcampo, aunque en el Alcampo no haya carteleras ni taquillas, sino chopped y ciruelas; ; como la Avenida Cabo de Gata costó mucho tiempo que no la llamaran Vivar Téllez, sin tener nada que ver esa resistencia verbal con nostalgia ni con caspa franquista: el habla popular no entiende de política; como las señoras pititas de abrigo de astracán iban a tomar té con miel al Gladys y aún le llamaban Colón; hay gente en Almería (y en el resto de España, imagino), que al Telediario aún le llaman Parte y que al tráiler inicial en los cines les llaman Nodo; hay gente que a Carboneras le llama El Pueblo y al Paseo Marítimo de Garrucha, Malecón.

Es en los rótulos de las calles y las plazas donde más se evidencia que las corporaciones locales van por un lado y la gente por otro. Ahí está el Paseo Marítimo de Almería que se bautizó como Carmen de Burgos y casi nadie sabe que tiene nombre; ahí está el acuerdo municipal para llamar con el nombre del guitarrero Antonio de Torres al aeropuerto de Almería, pero debe percibir el Consistorio que le interesa poco a los almerienses porque ni siquiera se ha tramitado la proposición ante Aena, quizá porque debe intuir que siempre será el aeropuerto de El Alquián. A la Estación de Tren proyectan ponerle nombre, pero uno barrunta que seguirá llamándose La Estación, sin apellidos. La Puerta de Purchena, en realidad era de Pechina, pero a un escribano se le torció la pluma de faisán, y le mutó el nombre. Cuando quisieron corregir el yerro, siglos después, el habla popular ya había dictado sentencia en favor del topónimo del Almanzora por el del Andarax. Y la Plaza de Juan Cassinello (senador y diputado en Cortes) nadie sabe dónde está porque es la de la Leche o del Educador. Y así hay ejemplos infinitos para parar un carro en cada ciudad, en cada pueblo de España. Cuando el invicto ganó la Guerra y motejaron el Paseo como del Generalísimo, los gerifaltes del Régimen se enojaban porque la gente en los cafés le seguía llamando Paseo del Príncipe; en El Ejido, Santa María del Aguila será siempre La Aldeílla; en Mojácar la parte más alta del pueblo sigue siendo El Castillo, aunque no quede ni una piedra de la fortaleza medieval; en Vera, a lo que hay más allá de la Plaza del Mercado, hacia la N-340 se le llama El Barrio; en Turre, al barrio de los gitanos, que tiene todas sus calles reglamentariamente rotuladas, los autóctonos le llaman Turre Viejo; en Antas, a la Plaza principal se le llama la Era lugar, aunque haga décadas que ni se trille ni se avente y a cambio se bailen pasodobles en la feria; a la playa de Villaricos se la ha perpetuado como Cala Siret, aunque ya no quede ni un atisbo de la vieja caseta que montaba allí el viejo sabio belga para refrescarse de tanto desenterrar arcanos. En Tíjola hay una Avenida de José Antonio que un senador valenciano, Carlos Mulet, se empeñó en que se cambiara hace unos años por franquista, sin saber que ese José Antonio no era el Primo de Rivera, fundador de la Falange, sino un humilde gasolinero al que su pueblo honró con una calle principal.

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