Hacia dónde irá el PSOE de Almería: o volver a ser lo que fue, o caer en la irrelevancia
Carta del director

“Estoy feliz, Pedro; a mi Rodri lo han recuperado para la dirección, que algunos lo habían dejado muy solico”. La frase pertenece a Susana Díaz y el Rodri recuperado es Rodrigo Sánchez, el ex consejero de Agricultura al que la dirección regional de Juan Espadas había relegado al olvido por haber cometido el pecado capital de lealtad hacia la expresidenta andaluza, una actitud en desuso en el espacio tribal y cainita de los partidos.
He recuperado la frase de Susana Díaz porque representa con nitidez la diferencia entre el ajuste de cuentas ejecutado en el congreso de Torremolinos en 2021 y el reencuentro, forzado pero inteligente, vivido en el celebrado en Armilla hace una semana.
Han pasado tres años desde entonces y, de ese tiempo, lo más benevolente que puede decirse de la política llevada a cabo por la dirección regional del PSOE es que ha tenido el error como táctica y la acumulación de errores como estrategia. Un desastre que estaba acercando al en otro tiempo potentísimo PSOE andaluz al abismo de la irrelevancia.
Un camino por el que los socialistas almerienses llevan más de veinte años transitando con la lentitud que facilita el recuerdo sentimental de unas siglas históricas, pero con la determinación de quien se siente incapaz de revertir la caída o- y esto es más grave aún- permanece en la comodidad remunerada de la inacción y la indolencia.
Con ese ánimo llegaron las familias almerienses al congreso de Granada. Tres candidatos distintos para liderar el socialismo de la provincia para un solo puesto verdadero. Juan Antonio Lorenzo, Antonio Martínez y Esperanza Pérez jugaron sus bazas hasta la madrugada del domingo. Detrás de ellos el grupo de Indalecio Gutiérrez y los primeros apóstoles del sanchismo, el bloque de los susanistas encabezados por Sánchez Teruel y Antonio Bonilla avalando a la ex alcaldesa de Níjar. Pero, mientras los tres esperaban en los alrededores del hotel Barceló la llamada del secretario de organización, la comandante Montero ya había decidido que el nuevo secretario provincial sería José María Martín, subdelegado del Gobierno, un dirigente proveniente del susanismo pero sin aristas políticas que hagan imposible la reconciliación o, al menos, el reencuentro.
Los partidos se han dado cuenta demasiado tarde que los riesgos de manipulación del asamblearismo de las primarias son mayores que la experiencia de democratización a la que aspiraban. El bochorno de los censos precongresuales del PSOE de la capital son el ejemplo más obsceno de cómo se puede condicionar de forma caciquil un resultado interno. Claro que quien tuvo la responsabilidad de que esa obscenidad no se consumara -y no lo hizo- fue Ábalos, entonces todopoderoso secretario de organización, un tipo honorable y libre de toda sospecha, ya saben.
Oficialmente los socialistas almerienses llegaron divididos a Granada y regresaron unidos. Oficialmente. Lo que queda por ver es si esa unidad impuesta es asumida de forma sincera por quienes llevan años parapetados en la trinchera. No será fácil, pero no es imposible.
La mejor salida a un campo de minas cargadas durante decenios con la metralla de los intereses personales y el rencor es siempre su desactivación sin contemplaciones. Los artificieros que han ido plantando esas minas deberán ser desactivados y pasados a la reserva. Con elegancia, pero con contundencia. Es política, o se está para servir, o no se sirve para estar. Y los dirigentes del socialismo de la capital han sido hasta ahora el origen y la causa del camino de perdición por el que transita el PSOE en la provincia. La balacera permanente de la sede de la calle Horno llena de estruendo toda la provincia.
Un estruendo ineficaz, ahí están los resultados en las municipales de la ciudad, y devastador para el resto de la organización. Cuando el mando duda, la tropa sufre, y ese bombardeo planificado lleva sometiendo los intentos por cambiar el rumbo de la derrota a un chantaje permanente al que no han sabido o no han querido, por miedo, plantar cara.
José María Martín tiene un largo camino por delante. De que acierte en quienes le acompañarán en esta travesía dependerá su éxito o su fracaso. Él sabe quién o quiénes susurraron su nombre a María Jesús Montero. Su poder en la organización es ahora inmenso. De que sepa administrarlo dependerá si acierta en el difícil ejercicio del liderazgo. Y, sobre todo, de que el PSOE recupere el protagonismo perdido o continúe recorriendo el camino de perdición al que le han conducido los cabos con aspiraciones a generales de la capital.