La Voz de Almeria

Opinión

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Acostumbramos a ver en los medios el debate entre el supuesto derecho a la libertad de expresión y los límites del mismo, cifrados en las fronteras de las descalificaciones gratuitas, la ofensa y el insulto. Pero este no es en realidad el problema de fondo; prevalece, como siempre, el análisis epidérmico y circunstancial. En esta sociedad que garantiza a pasos agigantados el réquiem del intelecto y de toda actividad neuronal, el peor visto es siempre el individuo posicionado, acechado como una amenaza y contemplado con idéntico recelo por la masa y el poder.


Siempre ha sido así y se mantiene, de facto, en este régimen democrático. Democrático o fascista, con todas sus letras, según convenga al poder. Al servicio puntual, un aparato judicial laxo y complaciente, politizado y decorativo. El posicionamiento intelectual, proclive al ejercicio de la crítica argumentada, genera polaridad social ante el librepensador; grandes seguidores y grandes detractores, sin término medio por lo general.


No obstante, la experiencia demuestra el enorme trabajo de fondo que los enemigos son capaces de realizar en un mundo donde la mediocridad y la cutrez son la tónica dominante. Los seguidores, en cambio, se evidencian incapaces en la defensa y la manifestación pública de su postura por miedo, cobardía y conservadurismo inactivo.


Cuando cambian los vientos gracias a la actitud luchadora, libre e irreductible de unos pocos, acuden toda esta pléyade de cobardes y caraduras a usurpar el protagonismo del héroe, antaño incómodo y hoy aniquilado o voluntariamente desaparecido, sosteniendo banderas por las que nunca movieron el culo o incluso las persiguieron en la medida de sus posibilidades.


En nuestro país se extreman todas estas tendencias por constituir una parte de la esencia misma de nuestra raza. Siglos de persecución declarada al  talento y el pensamiento libre, desde el poder, han calado bien, hasta el tuétano, en el subconsciente colectivo. Todavía hoy, el que manifiesta su postura sin doblez y aún más, la escribe en artículos de opinión o en la práctica literaria o artística, asume una serie de riesgos imprevisibles.


Si el objeto de sus críticas es el poder político y sus administraciones, se expone a una persecución legitimada por el sistema y su aparato. Si ese poder es ejercido durante un largo tiempo por un mismo partido en mayoría, se torna aún más implacable y exterminador.


Con frecuencia, los seguidores del librepensador le manifiestan la adhesión a sus postulados teóricos e, igualmente, su preocupación por el daño o rechazo que puede cosechar si no obra con astucia, callando en adelante. Pero la libertad es imparable. Su precio, el martirio.


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