La involución
La involución
A modo de continuación del argumentario que propuse en el artículo de la semana pasada –sobre el triunfo de la estulticia en nuestra sociedad- viene al pelo recordar ahora a Charles Darwin y su obra emblemática ‘El origen de las especies’, que revolucionó no sólo su parcela científica; todo el pensamiento posterior le debe algo, incluido el religioso, que vio desmoronarse unos cuantos siglos de interpretaciones bíblicas literales y hubo de adaptarse a un nuevo tiempo con sutiles matices teológicos. En esencia, Darwin demostró que las especies van cambiando y mutando en su esfuerzo por sobrevivir y llamó selección natural al proceso por el cual los ejemplares más dotados eran los que permanecían y se adaptaban a los cambios impuestos por la vida. Aplicado al hombre, como una especie más, nos condujo al antepasado primate y a la aniquilación definitiva del relato del Génesis. En un primer momento generó una polémica fundamentalmente religiosa, pero en unos quince años toda la comunidad científica se rindió a la evidencia y reconoció la veracidad indiscutible de sus conclusiones, demostradas en la experiencia. Hasta hoy.
Dos siglos después, el fundamentalismo religioso ataca, inconcebiblemente, una veracidad científica y propaga la doctrina creacionista de nuevo cuño, según la cual el hombre, y el resto del mundo, fueron creados hace unos diez mil años por una inteligencia divina. Y tan contentos, haciendo tabla rasa no sólo de la ciencia, también de toda la historia. Pero lo grave es que la doctrina prende como la pólvora. En Estados Unidos, el país científicamente más desarrollado, según un estudio publicado por una prestigiosa revista, la mitad de la población cree firmemente en los postulados creacionistas y se han dado pasos para que esta doctrina sea impartida en las aulas como alternativa equiparable a la evolución darwiniana. La republicana Sarah Palin se refirió a ello como una “necesidad saludable”, y el 16 % de los profesores estadounidenses de biología ven con buenos ojos la doctrina creacionista.
En Europa, un 70 % acepta sin fisuras las leyes de Darwin, pero la exministra italiana de Educación Leticia Morati sentó en 2004 un peligroso precedente cuando retiró la evolución darwiniana de los planes de estudios por constituir “una visión excesivamente materialista”. El debate ‘creacionismo-evolucionismo’ no procede y su expansión incontrolada es una evidencia del enorme poder que ejercen, todavía, los credos religiosos sobre el ser humano, sea cual sea su condición y formación. También demuestra que el progreso de la humanidad es revelación del talento de unos pocos y, en términos científicos, que nuestra especie sufre una auténtica involución de la inteligencia y su capacidad craneana.