La Voz de Almeria

Opinión

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Además de romano pontífice, Benedicto XVI es un finísimo teólogo capaz de iluminar la comprensión de la divinidad por medio de la razón, tal como señalan los entendidos en la materia. Pero sin pretender enmendar la plana al señor Ratzinger, me gustaría mostrar mi sorpresa por la revelación teológica que Su Santidad nos acaba de brindar en su libro “La infancia de Jesús”, al desvelar que en el portal de Belén no hubo un buey y una mula.


Desolador dato. ¡Toda una vida montando belenes falsos y cantando villancicos erróneos! Por eso, no acaba uno de entender a cuento de qué viene hacer esta desilusionante precisión a pocos días de que empecemos a buscar por los altillos de los armarios las piezas del Nacimiento que hemos montado durante años al son del sorteo de Lotería. ¿Qué pensaremos ahora al coger a los animalitos del portal? ¡Fuera de aquí, impostores! Ahora bien, si nos ponemos minuciosos con el relato bíblico, nos ponemos minuciosos con todo. Porque si podemos dar por lógico que el establo del alumbramiento divino estuviese vacío esa noche y que el Niño no naciese entre un buey y una mula, habrá que recordar que en esa misma historia se afirma que la madre se enteró de que estaba embarazada porque se lo dijo un pájaro y que, años después, el protagonista muere entre grandes padecimientos, pero vuelve a la vida tres días después. Y eso no sólo es razonable: es indiscutible. Por eso digo que no merecía la pena ponerse tan racional por una simple cuestión ganadera. Si esto sigue así, veo a la Guardia Civil interviniendo de oficio para aclarar qué era eso de una burra que iba a Belén cargada de sustancias.


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