Peñón de Alhucemas
Peñón de Alhucemas
En periodismo nos enseñaron que una noticia cuando es cercana, es decir, cuando se da en lugares próximos a donde vive el lector, tiene interés. No obstante, también puede darse una noticia en otro planeta y ser sugerente al mismo tiempo, basta con que tenga alguna relación personal, sentimental o científica con quien la lee. Es lo que me ocurre a mí con el Peñón de Alhucemas. Cualquier cosa que diga de aquel islote, deberá partir de un hecho real: fue mi hábitat durante seis meses. Estos días, tanto el Peñón como la isla Tierra ocupan las primeras páginas de los periódicos, así como buena parte de los telediarios. Perdonen que me deje llevar por los recuerdos. Rememoro ahora aquella cueva donde la leyenda sostenía que vivía un león marino. También la roca de donde se arrojó al mar el sargento enamorado. La torre vigía, casa del capitán del destacamento. La plaza de armas más pequeña que el patio de un colegio pobre. La escalera para bajar al mar en los días en que se acercaba el barco correo trayéndonos víveres, periódicos y cartas. Cada cual mataba su hastío como podía. Por las tardes solíamos ir con Joseíto, el único residente en la isla sin pertenecer al ejército, a coger cangrejos y huevos de gaviota. Isla Tierra, a dos pasos de la playa donde se divertían sin complejos los turistas franceses. ¿Por qué digo esto? Ah, porque un grupo de subsaharianos, tal vez azuzados por las mafias, se han instalado en el islote a la espera de que abran la puerta melillense. Dicen que si mal está España, mucho peor malviven en su tierra de origen. Pero parece que el Gobierno español no se aclara tampoco con la Ley de Extranjería. Al menos eso dice la secretaria general de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado.