De cómo debería afrontar Sancho su entrevista con la Duquesa
A la mañana siguiente, tras una legua de camino sin aventura alguna ni nada que pudiere parecerlo, divisaron a lo lejos a un par de personas en sus cabalgaduras. Uno de ellos era un viejo conocido, catedrático de Alcalá, y su acompañante era otro doctor, venido del Estudio General de Barcelona. Este era fray Lucero Montolío de Durango, quien había escrito una gramática de la lengua castellana y dos tratados de Oratoria. No obstante, su fama venía de que fray Lucero había sido llamado, unos meses antes, por Carlos I a la Corte para que aconsejara a nuestro rey sobre cómo tendría que expresarse en una muy difícil, y en varias ocasiones retrasada entrevista con Enrique II de Francia. Este, si bien había condenado los libros no católicos en 1551 y prohibidas su circulación y venta, mantenía una singular alianza con el Imperio otomano, lo que preocupaba en gran manera a Carlos I.
Enterado Sancho de quién era tan singular personaje, presto se interesó por lo que allí se hablaba. El escudero ya conocía el interés de la Duquesa por encontrarse tanto con él como con su señor y empezaban a darle los sudores del miedo. Por esto, aprovechando que aquel fraile había aconsejado al mismísimo rey de España, se dirigió a él de esta guisa:
—Señor acamédico o fraile o lo que haya de ser, «cuando pase la ocasión, ásela por el mechón», y esto he de hacer. Por ello, bien me gustaría que vuestra merced, al que ha llenado Dios de sabiduría, me dijere cómo habré de decir cuando la Duquesa me tenga delante y quiera platicar conmigo.
El académico, no supo si tomar en serio o en broma lo dicho por Sancho, pero, ante la confirmación adusta de don Quijote, se dirigió al escudero ansí:
—Vos, Sancho, tendrá que considerar algunos consejos, si bien el primero de todos es que os mostréis naturales, con una espontaneidad controlada, lo que demuestra conocimiento y buenas formas. Espontaneidad controlada significa que te muestres franco, abierto, confiado, pero controlando todo lo que digas, para que lo dicho resulte bien y con razones y no despropósitos.
Sancho, que ya se había extrañado al ser tratado de vos, quedó con la mirada perdida sin entender nada. Lo que fue percibido por el fraile, quien se dirigió de nuevo al escudero:
—Entre los varios consejos que di al rey para que afrontara tan incómodo diálogo, posiblemente, a vos pueda alguno servir. La primera advertencia a Carlos I fue que siempre hablara con el rey francés desde la resolución del trance del que se delibere. Y porque siempre las desdichas persiguen al buen ingenio, estas no se han de acrecentar, sino pensar que se van a solucionar.
—Me honra saberlo –intervino don Quijote–, porque tal actitud está en las reglas de la profesión caballeresca. Si es que en ocasión alguna un caballero comete un error o habla con otro de determinado agravio sufrido, no es conveniente tanto preguntar ¿qué caballero tiene la culpa?, cuanto entrar por la puerta que la desgracia deja abierta para dar remedio a ella.
—En efeto, tal es lo que le indiqué a nuestro monarca, pues en la primera solución hacemos malhechor a la persona con que platicamos; en cambio, en la segunda, trocámosla en la parte afanosa y esforzada de la solución.
—«Aún la cola falta por desollar» –interrumpió Sancho–. No me sospecho yo dando repuesta de este tipo a la señora Duquesa, pero siga, por favor, el señor acamédico con su plática.
—Un segundo consejo que pudiere servirle a vos es el referido al modo de la pregunta. Así advertí a nuestro rey de que intentara evitar hacer preguntas cerradas, o sea, preguntas que obliguen a un sí o a un no, pues suelen perjudicar la afabilidad entre los hablantes. Habrá que sustituirlas por otras amplias que permitan respuestas que muestren la opinión de la otra persona, sus afectos y desafectos, sus emociones. Ansí, nuestra plática parecerá sincera desde posturas leales y no pendencieras.
El acompañante del académico, se dirigió a este para expresarle la necesidad de emprender el camino, pues en un par de horas anochecería.
Ansí es y aliviaré mi explicación –respondió fray Lucero Montolío–. Solo de una razón más puedo a vos hablar, amigo Sancho, y esta se refiere al contenido propio de los pronombres personales. El empleo del tú, yo, nosotros, vosotros, etcétera tiene una gran robustez a la hora de conocer lo que se dice. Muy resumido, pues he de marchar, puedo deciros lo beneficioso que resulta el uso de un yo sincero comparado con el de un tú acusador; este, a modo de dedo índice, parece señalar culpable al escuchante, lo que lo inclinará al enojo. Si un caballero dice a otro: «Siempre tiene vuestra merced palabras de desaire hacia lo que digo» parece más agreste que si se dijere desde el yo: «Cuando digo algo, vuestra merced tiene siempre palabras de desaire». Esta segunda elección, atenida al sentimiento del yo y no en la censura hacía el tú, hace más fácil la salida del lance.
—Dejémoslo aquí –interrumpió de nuevo el acompañante del fraile, que tarde ya es y la oscuridad de la noche está presta.
Y así se hizo. Unos partieron para Alcalá, a cuya universidad iban; otros, don Quijote y Sancho, siguieron su ruta hacia el castillo de los Duques.