La Voz de Almeria

Opinión

Donde se habla del lenguaje redundante y de sus maneras

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Don Quijote no tuvo otro remedio que determinar que pasarían la noche en aquel lugar algo abrupto y temeroso. Sancho, asustado, como le ocurría a menudo, estuvo toda la noche sin pegar pestaña. Al amanecer, levantose con sigilo, a pesar de lo cual su señor lo oyó y advirtiole de lo temprano que era. A lo que Sancho respondió esto:

—Señor, el miedo y el frío han hecho que me venga antes de tiempo la gana y voluntad de hacer aguas.

Tras esta conversación, don Quijote se desveló y determinaron que en un poco tiempo emprenderían la marcha. Ya iniciada esta y habiendo cabalgado más de una legua en silencio, fue Sancho quien se dirigió a su señor así:

—«Aún la cola le falta por desollar», porque me habló del lenguaje atenuado, del lenguaje vago y quedaba un tercero, que vuestra merced lo llamó remandante o remundante o latinajo parecido.

—Sancho, siempre con tus errores que me ponen enfermo de tristeza. Es redundante, lenguaje redundante. Algo te diré de esto en tanto Dios nos dé esa ansiada aventura en que pueda ejecutar mi oficio, que no es otro que desfacer tuertos y socorrer y acudir a los miserables.

—Perdóneme vuestra merced y hábleme de ese lenguaje y dejemos la aventura para más adelante, que todavía me duelen los palos de la última pendencia.

—No quiero –replicó don Quijote– considerar tu desagradecida simpleza al hablar con desdén y llamar pendencia la última y mayor aventura que hemos tenido. Lenguaje redundante es aquel que usamos cuando se habla por el hecho de hablar, cuando empleamos un excesivo número de palabras para el escaso contenido del mensaje que las mismas encierran. Ansí, cuando tú, aburrido, empiezas a decir mucho sin decir nada jugoso o de contenido, estás empleando lenguaje redundante. Ahora bien, tú lo haces por tu mentecatez, porque no puedes callar, pero no con la intención de entretener para ocultar algo que debes decir y que no quieres hacerlo.

—Señor, parece que nada hago bien y todo molesta a vuestra merced –respondió Sancho.

—Vayamos a lo que nos ocupa y deja de lamentarte. Te dije, Sancho, que el eufemismo se podía manifestar en política mediante tres muestras de lenguaje cuando menos: el lenguaje atenuado, el vago y el redundante. Todos ellos son como armas de manipulación empleadas con objeto de que quien oiga no entienda claramente lo que oye. En cuanto a este último, el redundante, que ahora intento decirte, recuerdo haber leído algo. Cuando visité la Biblioteca del Monasterio del Escorial, en un manuscrito de un autor griego, que no puedo recordar si era Demóstenes o Isócrates, se decía que había dos maneras: redundancia discursiva y redundancia semántica.

—Yo nunca oí tal cuestión –replicó Sancho–. Y, como vuestra merced sabe, jamás pude leer, porque no sé hacerlo. Por ello, le ruego que me diga qué son ambas, sin priesa, que el camino es largo.

—Quiero recordar que la redundancia semántica se causa empleando una palabra que es inútil para entender lo dicho. Y esto es así porque su razón ya está contenida en otra a la que hace compaña. Deberás evitar, Sancho, por el consiguiente, hablar de «coordinación entre tus asesores» o «intermediación entre un noble y el gobernador», pues en los vocablos coordinación e intermediación ya está implícita y explícita, respectivamente, la idea expresada por entre. El vocablo común ya incluye a todos, por lo que deberás evitar decir «la patria común de todos». Los logros son siempre alcanzados; por ello, no hay logros sin alcanzar, y de ahí la redundancia «A mitad de mi gobernanza será momento de examinar los logros alcanzados». Asimismo, no hay principios y pilares que no sean básicos o fundamentales ni planteamientos que no sean previos.

—Poco he entendido de todo esto que me dijo, pero había otra manera, cuyo nombre no recuerdo y veré si entiendo algo más.

—He de creer, Sancho, que hablas del otro tipo de redundancia, la redundancia discursiva, que la usan los políticos –y tú has de serlo– cuando a lo largo de un fragmento utilizan demasiadas palabras para manifestar pocas ideas. Dan el efecto con su usanza de que están más ocupados en adornar lo que dicen o de entretener el tiempo del que disponen que del asunto del que tratan. Es la impresión misma que tú me causas cuando no dejas de contar cosas sin contenido por rellenar tu plática.

—Señor, no siga, que no entiendo cuanto me dice.

—Sancho, a veces eres más torpe de lo que yo mismo creo. Quiero decirte que cuando alguien habla y lo hace con vocablos innecesarios, con repeticiones absurdas, con fatuidad hueca, solo puede pretender o bien persuadir o bien intentar que pase el tiempo sin decir cosa alguna que pueda interesar. Esa habla recargada, artificial, con excesivos vocablos y poco contenido, donde a lo dicho se podría haber dado fin con menos palabras es la redundancia discursiva, de la que tendrás que poner en aviso a tus asistentes cuando preparen los discursos que tú has de decir.

Dejémoslo, señor, por hoy, que si poco entendí antes, menos entiendo ahora. Y sigamos nuestra ruta, que poco podré aprovecharme de esos tipos de lenguaje atenuado, vago y redundante, patrañas, o como quiera que se diga, con las que vuesa merced hízome entretener con poco provecho.

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