La incertidumbre de lo que puede pasar al perder algo nunca es tan grande como la duda ante el futuro que espera al que lo gana. Esta idea, que recuerda a lo que decía Kant cuando medía la inteligencia de las personas en función de la cantidad de incertidumbres que fueran capaces de conllevar, debe estar rondando estos días por la mente de los probables candidatos a la alcaldía de Almería. Si destaco el hecho de la probabilidad en el nombramiento como tales es porque, hasta ahora, sólo hay uno confirmado, que es precisamente el alcalde. De los demás no se sabe mucho, o se sabe casi todo, así que no entraré en nombres. Lo que llama la atención es que la mayoría de aspirantes o meritorios coinciden últimamente en la prescripción de diversos planes como remedio a los problemas que advierten en Almería.

Y como en nuestra ciudad la oposición municipal se suele orientar, como el cine comercial de los setenta, por las series de grandes catástrofes, todo en Almería es ahora terremoto, incendio, naufragio o devastación de suciedad física y/o administrativa, con epílogo de sufrimiento vecinal severo. ¿Y qué proponen los diferentes aspirantes como lenitivo que mitigue tamaña irritación? Pues una cataplasma de planes multipropósito: plan para la limpieza, plan para el comercio, plan para la movilidad, plan para la revitalización del casco histórico, etcétera. El “hay que hacer un plan” se ha convertido en la crema de vinagre caramelizado que algunos locales se siguen empeñando en garabatear sobre sus platos para darles un tono más elaborado. Por eso no puedo evitar la sensación de incredulidad que me despiertan todas esas apelaciones a la elaboración de planes nebulosos, frente a la presentación de medidas concretas con su correspondiente estudio de costes, como se está haciendo ahora, por ejemplo, con el esperado Plan Estratégico.

Es lo que marca la diferencia entre un proyecto viable y una mera declaración de intenciones para animar la precampaña.