El error de explicar lo inexplicable
Igual que los chistes no tienen que explicarse, hay muchas cosas que pierden la gracia en cuanto las movemos un poco. “¡No le toques ya más, que así es la rosa!”, dice el poema más corto y famoso de Juan Ramón Jiménez, que es una llamada a la brevedad, a la concisión y a la belleza de lo simple. “Don’t explain” -No te expliques- es también el título de una de las canciones más desgarradoras de la gran Billie Holiday, en la que pide a su pareja, que vuelve a casa algo desmadejado y con trazos de pintalabios en la camisa, que no le dé ninguna explicación. Escúchenla si tienen a bien.
Hacer conocer o comprender a otro alguna cosa de forma clara y precisa, o justificar o disculpar ciertas palabras o acciones declarando que no hubo en ellas intención de ofender ni de molestar, suele ser en muchos casos un factor precipitante del disturbio. ¿Qué puede explicar el tipo que llega a casa, como cantaba Mocedades, “oliendo a leña de otro hogar”? Pues leña. Y de la gorda. Eso es lo único que provocarían sus explicaciones. Por lo tanto, conviene muchas veces dejar pasar el error antes que enfangarse en determinadas justificaciones. Lo digo tras ver que la vicepresidenta Calvo, la Suma Sacerdotisa de la inquietante camarilla que ha ocupado Moncloa, se pusiera a explicar la cagada del Presidente Sánchez empleando el avión presidencial para ir a Castellón (tanto quejarse de la inutilidad de ese aeropuerto) para ver un concierto con su mujer, asegurando que eso formaba parte de la “agenda cultural” del Presidente. En fin. No creo que la señora Calvo sea tonta; todo lo contrario. Pero ese nivel de explicación me despierta la duda razonable acerca de la consideración de la señora Calvo sobre la inteligencia del resto de españoles, porque sólo se puede salir por esa petenera cuando estás convencido de que te diriges a un grupo de imbéciles o imbécilas. No toque más la rosa, doña Carmen. Cuando su jefe hace el capullo, lo hace. Y punto.